31 DE MAYO DE 1819

Por Lida Prypchan

Walt Whitman

 

Walt Whitman es el más grande de los poetas estadounidenses. Nació en una aldea cercana a Nueva York, de padre inglés y madre holandesa. Como única instrucción formal cursó los seis años de la escuela primaria antes de iniciarse en la vida laboral, primero como recadero de dos abogados y más tarde como aprendiz en una imprenta.

Autodidacta ávido para el arduo trabajo, encontró la fuente de su formación literaria deleitándose en la lectura de los clásicos griegos, así como de Shakespeare, Hegel, Cervantes, Dante…   Creció en una sociedad regulada por los más exigentes convencionalismos, pero tuvo el valor de llevar adelante la vida que quería.

A lo largo de su vida ejerció los cargos más disímiles, pero todo en él estaba centrado en madurar su facultad poética. En 1855 publica la primera versión de su principal obra poética “Hojas de Hierba”, obra sometida a continua revisión y ampliación por el resto de su vida, cuya edición definitiva se publicó en 1892.

Recibió muchas críticas adversas por esta obra, no porque ella careciera de ingenio, sino por la ignorancia y la mediocridad que reinaba en aquel momento. Pero quienes tenían realmente sentido crítico, pudieron reconocer en ella, una maravillosa obra. Así, por lo menos, se conoce la crítica de Emerson: “es la creación más extraordinaria de ingenio y sabiduría que los Estados Unidos ha producido hasta ahora”.

La obra de Whitman, aunque en extremo genial y pura, carente de malicia, desató grandes disputas y escándalos, hasta el punto de pedir la intervención de un cuerpo llamado Sociedad para la Supresión del Vicio, con el fin de destruir hasta el original de este horroroso libro, el cual, según ellos, “había lastimado su pudor virginal”.

Whitman, sin hacerle caso a esta falsa moral, continúa ampliando su libro. Tiene una sola interrupción: la Guerra Civil (1861-1865) en la que trabajó como enfermero voluntario y, durante la cual escribe el poema “Redobles de Tambor”, el ensayo “Perspectivas Democráticas” y, una carta a su madre llamada “El Curador de Heridas”.

Después de la guerra, vive en Washington hasta 1873 y, en este mismo año, por motivos de salud, se muda a Nueva Jersey y, recibe la muerte plácidamente el 26 de marzo de 1892.

SU OBRA

Whitman, como expresé al inicio de este artículo, no sólo es el más grande de los poetas norteamericanos, sino también el primero de ellos en orden cronológico. El resto lo fueron por accidente de su nacimiento, ya que sus obras no reflejaban con mucho, ni el ambiente físico de su vasto país ni los sentimientos e ideales de su pueblo.

Whitman, por el contrario, rechaza deliberadamente tanto los grandes modelos del Viejo Mundo como la herencia poética de Europa. Firme en ese convencimiento, trabaja en su obra durante 37 años. “Hojas de Hierba” es la confesión total de un hombre tolerante y comprensivo, que expresó su posición ante los eternos problemas del hombre. Y la solución de estos, la encuentra en la democracia. Una democracia – reconocía él mismo – que tardaría mucho en llegar. Una democracia que aún no existe en la tierra, ya que la actual no es más que un simulacro.

Su obra recibió muchas críticas destructivas, acusándolo de “haber escrito la más cruda sensualidad”. Pero estos jueces distaban mucho de saber lo que decían. Su ignorancia los cegaba.

Whitman, por su parte, se mantenía sereno porque bien sabía, y esto lo comprendió mucho tiempo atrás, que nada hay de pecaminoso en ese impulso fundamental de toda vida y, fue por ello que celebró con pasión los nobles atributos de su sexo sin que le importase ofender con ello la pudibundez de los puritanos, los tontos y los hipócritas.

Él mismo expresó su clara posición al respecto: “¿No es indecente la desnudez?  No, en sí misma no lo es. Indecentes son vuestros pensamientos, vuestros temores, vuestra respetabilidad”.

Whitman, es el poeta del optimismo, la alegría y la claridad. Las opiniones que importan, lo han consagrado no sólo como un clásico de la literatura de su patria o el Nuevo Mundo, sino también como una de las figuras sublimes de la historia humana.

PEDRO CURIE Y SU ESPOSA MARÍA TRABAJARON EN LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA COMO “UN CUERPO SIN ALMA”

Por Lida Prypchan
Físico francés nacido en el año 1859. Profesor de la Sorbona y científico se da a conocer en su campo; pero las mayores obras de su vida las realiza al lado de su genial esposa María Sklodowska (María Curie).

Se conocen en casa del Profesor Kowalski, sabio polaco que estaba en París dictando unas conferencias sobre Física. A María le impresiona enormemente Pedro que, aunque para ese momento tenía 36 años, parecía ser muy joven. Era alto, con mirada clara, voz lenta, reflexiva y serena.

Por su parte, Pedro, hombre de espíritu noble y poderoso, queda encantado con la belleza, la modestia y los conocimientos de esta mujer que, según le cuenta el Profesor Kowalski, trabaja mucho, está enteramente dedicada a sus estudios y vive sola en una buhardilla del barrio latino.

Se hacen amigos y María tiene planeado, una vez terminada su licenciatura, volver a su amada patria: Polonia. María tiene un gran sentido patriótico y no tiene en mente quedarse para siempre en Francia ni casarse allí porque ello le haría renunciar a su país y su familia.

Pedro no comprende como una mujer de tanto ingenio, tanta facilidad para el estudio y la investigación podría perder su tiempo y sus energías en una dedicación patriótica. Se va a Polonia, pero vuelve a París y, en esta oportunidad, se casa con Pedro.

Tienen una luna de miel tan genial como ellos: se llevan algunos vestidos y dos capas impermeables, toman sus bicicletas y recorren las carreteras de la Isla de Francia;  comen sobre el césped y duermen en la primera posada que encuentran.

Pero no toda la vida será asi: tienen escasos ingresos;  María queda embarazada, su salud se quebranta y tiene que trabajar 8 horas en sus investigaciones científicas y 3 horas en los cuidados de la casa. Tendrá una hija y a los años la segunda.

Lo admirable en Madame Curie era que, a pesar de todas las dificultades que se le presentaron, jamás se planteó optar entre la vida familiar y la científica. Se dedicó, con voluntad y pasión, a hacerle frente a todo.

En repuesta un poco a su salud, piensa en preparar su doctorado. Escoge un tema muy difícil: “el origen de las radiaciones”. Comienza sola y luego se le une Pedro. Este tema, aunque muy interesante, era dificultoso, largo y penoso; era un trabajo de largos años de estudio y dedicación.

Su dificultad residía en que el material se encontraba en los minerales de Ucrania en una proporción inferior a un millonésimo. Era necesario gran cantidad de este material y medios apropiados. El material lo tenían, pero los medios apropiados distaban mucho de poseerlos. Sobre lo último, diría Madame Curie: “La ciencia carece de protección y ayuda”.

Al cabo de dos años los esposos Curie descubrían el radium: una de las mayores maravillas de nuestro tiempo, que da calor de modo indefinido sin que su peso ni su fuerza se alteren: da potencia sin consumirse: parece querer desafiar la naturaleza mortal.

Este descubrimiento se debe en gran parte al cerebro y las manos femeninas. Pero ¿hasta qué punto se le debe a ella, a María?  Para los esposos Curie, el misterio de la colaboración era inviolable para ambos. Hasta que la muerte los separe, todo en este matrimonio será cosa de dos. En 1904 les otorgaron el Premio Nobel. Los esposos Curie estuvieron juntos hasta el final.

GRANDES FILÓSOFOS – JOHANN WOLFGANG GOETHE

Por Lida Prypchan

Se nos muestra a Goethe, como una figura envidiable, privilegiada, majestuosa, olímpica, mimada por los dioses desde su nacimiento, el 28 de Agosto de 1749.

Hijo de una familia rica de Fráncfort, Johann Wolfgang Von Goethe jamás conoció las dificultades de la vida. Viajó y estudió cómo y cuanto quiso; en amor y literatura logró triunfo tras triunfo. Rodeó su juventud una guirnalda de mujeres bellas.

Johann Christoph Friedrich (von) Schiller (1759-1805) fue gran amigo de Goethe y el más ilustre de sus contemporáneos. Menos olímpico que Goethe, pero dotado de mayor emoción, debe su formación a Rousseau y al siglo XVIII francés, en cuanto apóstol de los ideales de justicia, tolerancia y humanidad.

Tanto las victorias amorosas como las literarias de Goethe fueron infinitas. El éxito fulminante que en plena juventud le otorga la popularidad es la novela  – en cierto modo autobiográfica – Las penas del joven Werther, escrita en forma epistolar, romántica y sentimental, que termina con el suicidio por amor del protagonista.

Espíritu universal, a un tiempo filósofo, crítico, físico, geólogo y biólogo, a la vez que poeta, Goethe, trata de dar una visión filosófica totalitaria y original de los asuntos pasionales que mueven al ser humano en su novela-obra-de-teatro “Fausto”.

La misma ambición filosófica aparece en la gran novela “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”; en esta obra plantea el recorrido del héroe de la novela a través del camino de la autorrealización. En “El Diván” renueva su poesía bajo la inspiración de los modelos orientales.

Imposible imaginar antítesis humana más completa que la de los poetas Goethe y Schiller, sin embargo, rara vez se darán dos inteligencias formadas para completarse y comprenderse como las suyas. La influencia, que dos espíritus tan divergentes, ejercieron el uno sobre el otro es incalculable. Goethe, consintió en colaborar en la publicación poética “Las Horas”, fundada por Schiller. Y, se comprometió en dar al teatro de Weimar la obra “Trilogía Wallenstein”  y otras obras de Schiller, como María Estuardo, Juana de Arco y Guillermo Tell, de fama universal, que fueron también representadas en el teatro de Weimar.

A los 46 años, en plena gloria dejó de existir Schiller, motivo por el cual el teatro de Weimar estuvo cerrado el día de su muerte. A Goethe, que estaba enfermo no le comunicaron la triste noticia que habría de causarle tan vivo dolor.

Después de la muerte de su amigo, Goethe siguió dirigiendo el teatro que tenía a su cargo, por unos años más. Según un crítico “en la escuela de Goethe, se despertaba el refinado sentido de la pureza y belleza del lenguaje. Esta escuela que tanto bien le había hecho a Alemania, poco a poco fue a caer en el amaneramiento, lo cual provocó una reacción en favor del naturalismo”.

El duque Carlos Augusto manda a reconstruir el teatro de Weimar. Goethe, es llamado a esta ardua empresa, y es digno ver como la realiza. El joven poeta, forma una compañía cuyos actores y actrices serán los principales personajes de la Corte y de las Letras. La nueva compañía eclipsa en todos los aspectos a las de Berlín, Fráncfort y Dresde. Entre las obras que representan están: “Los Bohemios” de Einsiedel, “Los Cómplices”, “Ifigenia en Táuride”, ambas de Goethe.

En 1779 el duque Carlos Augusto, lo nombra su consejero personal y lo lleva consigo en su viaje a Suiza. De este viaje, trajo la obra “Jessi y Boethy”. Luego de un viaje que hizo a Italia, trajo las obras: “Torcuato Tasso”, “Egmont” y la refundición de “Ifigenia en Táuride”, en la que trata de adoptar la magnífica simplicidad del teatro griego.

Para 1794 había llegado a su madurez dramática. Era, para ese entonces, consejero particular y principal ministro del Duque; supremo árbitro del Instituto del Jardín Botánico, de los museos y del teatro. Cierto día, en Jena, al salir de una sesión de la Academia se encontró con Schiller. Desde aquella fecha memorable, el teatro alemán fue una realidad gloriosa.

Goethe murió en 1832 a los 83 años. Fue enterrado en Weimar, entre el poeta Schiller y el príncipe Carlos Augusto. Mandó antes de morir, que se abrieran las ventanas de su alcoba y expiró pidiendo ¡Luz, más luz!

LA DESTRUCCIÓN DE TODO LO PÚBLICO

Por Lida Prypchan
Es mucha casualidad que todo lo que es público esté destruido parcialmente o en su totalidad. De lo que no hay duda es que lo poco que dan en beneficio del pueblo está en mal estado.

Se ve en todo, los autobuses, las universidades, las paredes de las calles, las mismas avenidas, las pocas bibliotecas que existen, los liceos, los teléfonos, el medio ambiente, la bella naturaleza que posee Venezuela que no apreciamos ni valoramos.

Al ritmo en que aumenta la población parece como sí también aumentara la agresividad y la irritabilidad de sus habitantes. Parece como si una forma de desahogar sus tensiones fuera destruir todo lo que tienen a su alcance y, de manera exclusiva, lo público que a la hora de la verdad a nadie le  importa.

Todo lo público lleva un emblema falso de “ser patrimonio de todos” cuando es una linda teoría y nada más ya que, a la hora de practicar la teoría, las cosas públicas no son de nadie y carecen de dueño e importancia para la nación.

Otra manifestación y, por cierto, bastante común es la no conservación del medio ambiente: vemos cerros ardiendo, aguas de lagos contaminadas y todo por negligencia o mala intención.

Pero no solo se destruye la naturaleza sino que cualquier institución nacional es blanco de desmoronamiento. Por ejemplo: la Universidad. En la universidad no hay pared que no esté manchada con propaganda política. Al reclamar a los que escriben y ensucian las paredes, estos dicen que estamos en una sociedad donde las tensiones políticas deben tener válvulas de escape y que, una de ellas, es utilizar las paredes universitarias como una de estas válvulas.

Al oír esto, propuse mandarles diez niñitos que viven en mi cuadra para que en las paredes de sus casas y el frente de las mismas sirvieran como válvulas de escape. Les expliqué que estos niñitos pintarían sus paredes con pescaditos, casitas, soles radiantes, olas marinas, lunas románticas, burritos, etc. Les dije que también esto contribuiría con el estímulo de la creatividad y el sentido de libertad en esos niños.

Me contestaron alterados que si un grupo de niños invadieran sus casas de esa manera, probablemente recurrirían a la policía, porque lo considerarían una invasión de territorio.Lo que sucede es que como la universidad no es de NADIE, todos se dan el lujo de medio destruirla en pro de sus pseudo-ideas, ideas sin ninguna base y guiadas por un oportunismo sin nombre.

El venezolano no se siente venezolano. Quizás sea el país con menos identidad nacional que existe en el planeta Tierra.

Venezuela parece estar poblada por una banda de delincuentes que se sienten extranjeros y marginados en su propia tierra. No hay libro en una biblioteca que tenga todas sus páginas completas. No hay autobús que no le falte un asiento y que muestre solamente el puro resorte. La identidad nacional y el sentido de cooperación entre los pobladores de una nación en pro del mejor funcionamiento de todo, no se construye ni se arregla poniendo el Himno Nacional cuatro veces al día.

¿SÓLO EXISTEN MOMENTOS FELICES?

Por Lida Prypchan
En una revista de modas apareció un artículo sobre la depresión en cuya introducción podía leerse: “Cómo volver a ser feliz”. Para encontrar de nuevo la felicidad el autor del escrito recomendaba, aparte de hacer una buena dieta y cuidarse del uso de estimulantes, “efectuar diariamente una corta y rápida caminata o nadar 50 mts. en una piscina para mejorar la proyección de su vida”.

¿Cómo la felicidad, considerada inexistente por los filósofos, se puede resolver con una caminata o un chapuzón?  Superficial el enfoque ¿cierto? Además, las razones para sentir tristeza o alegría varían en cada individuo: depende de los gustos, del enfoque que se tenga de la vida, de la edad, de las características del entorno, de los problemas y necesidades personales, entre otros factores.

Para un oriental, un momento de felicidad puede ser algo que un occidental no logra percibir y viceversa. El dramaturgo español Jacinto Benavente dijo alguna vez: “La felicidad no existe en la vida. Sólo existen momentos felices”. Buscar algo inexistente, como el caso de la felicidad, es tan absurdo como pretender que todos los habitantes de un país estén contentos con el régimen político del momento.

Siguiendo este orden de ideas es utópico pensar que nunca estaremos tristes; incluso puede suceder que lleguemos a pensar ante una desventurada experiencia que nunca más nos volveremos a sentir alegres.

Sin embargo, existen personas felices a pesar de que la felicidad no existe. Aparentemente las personas que son felices son aquellas en cuya estructura mental no existe la palabra “análisis”, es decir que para lograr la felicidad bastaría con no analizar nada. Esta aseveración concuerda con lo que algunas personas dicen sobre la felicidad: “sólo son felices los idiotas, los que no tienen conflictos o que tal vez los tienen, pero no están enterados de ello”. ¡Y La Tierra está poblada de individuos como los descritos!

El problema lo tienen quienes se hacen preguntas sobre su existencia, sobre la vida y, por lo tanto, los que tienen conflictos. Y son precisamente estos últimos los que conocen la alegría de descubrir cosas grandes, experimentar la grandiosidad de la vida en sí o sentir la más profunda decepción de la misma, pero después de recorrer su camino y analizarla.

Si todos los seres humanos fuesen felices, fuesen personas sin conflictos, la literatura no hubiese existido. En relación a esta aseveración la escritora francesa Simone de Beauvoir en su libro “La mujer rota” escribió: “La gente feliz no tiene historia. En el desconcierto, la tristeza, cuando uno se siente quebrantado o desposeído de sí mismo, experimenta la necesidad de narrarse”.

Es indudable que todos nos procuramos de alguna forma momentos felices y consagramos nuestra vidas a aquello que nos hace sentir mejor. Algunas personas encuentran gran satisfacción salvándole la vida a otros seres vivos o dedicándose al arte o a la religión o, en muchos otros casos, haciendo grandes sacrificios, esperando con ello realizar un último deseo.

Sobre este último caso, hay un relato de un joven santo que se propuso renunciar a todos sus deseos hasta lograr la aptitud necesaria para ir desde Polonia a Roma, y contemplar a Su Santidad. Después de muchos años de sacrificios, sintió su corazón limpio de todo anhelo personal y caminó leguas y leguas por llanuras y colinas hasta que se vio a las puertas de la Ciudad Eterna (su más anhelado sueño).

Ya a punto de entrar, recapacitó y se dijo: “yo que me he negado tantos placeres ¿no coronaré mi piedad negándome a mí mismo la entrada a Roma y la contemplación de la cara del Santo Padre?”  Y se volvió víctima de su hábito, desandando el camino hasta la aldea de donde había partido. Añade la historia que, cuando se vio de nuevo en su casa, su cerebro se deshizo y fue durante el resto de sus días un maníaco furioso.

EL DON JUAN

Por Lida Prypchan
Para una mujer salir a caminar por las calles de Valencia representa un rato de fastidio, no por el acto de caminar en sí, sino por la actitud que para con ella tienen muchos habitantes del sexo masculino que circulan por la ciudad. Ese afán de hablarles a las mujeres diciendo frases desagradables o de saludarlas sin conocerlas, simplemente por imitar una conducta que la gran mayoría sigue, es un acto que puede ser irritante.

Nada más agradable que salir a dar un paseo a pie sin tener que tropezarse con esas incómodas situaciones y poder andar por la calle con tranquilidad sabiendo que los demás no están pendientes de uno. Esta actitud puede ser catalogada como una falta de respeto hacia una persona ya que es una intromisión de parte de quienes la practican.

Esta conducta tiene nombre, es la conducta que tienen muchos hombres en Valencia: la del “mirón”. Supongo, ya que son muchos los que la practican, que se trata de un hábito que va de generación en generación. Esta es una de las tantas cosas que se aprende por imitación: de ver al padre, a un familiar o en la colectividad misma a otros hombres procediendo de igual manera.

Las manifestaciones son generalmente las mismas en todos los habitantes de ese sexo: tocar la corneta, girar la cabeza, lanzar besos al aire, en fin… hasta se pueden producir accidentes automovilísticos por llevar su conducta hasta un extremo ridículo.

Esta manera de actuar es parte de la enseñanza familiar y social: a un adolescente se le inculca el ideal de ser un Don Juan. El Don Juan es un hombre cuyo deseo no se fija en una mujer sino en las mujeres. Es, en otras palabras, un seductor poco selectivo, sin pasión. Su placer se fundamenta en vanagloriarse de su habilidad para seducir a las mujeres. Su relación con ellas no solo es poco duradera sino también es insatisfactoria porque él mismo crea las limitaciones con sus conflictos internos.

El insaciable Don Juan fue estudiado desde hace mucho tiempo por científicos. El Psicoanálisis ha hecho un aporte significativo al tema. El Don Juan ha sido definido como un hombre cuya virilidad falla. En todo caso la finalidad de este artículo no es hacer un estudio pormenorizado sobre lo que refleja el comportamiento de un Don Juan sino el pedirles que vivan y dejen vivir a los demás; que circulen concentrados en sus quehaceres y obligaciones y no se molesten  diciendo frases que no quieren ser oídas.

RUMILDO: UN PRODUCTO DE LA DEPENDENCIA Y SU INFLUENCIA

Por Lida Prypchan
Toda propaganda tiene como finalidad lograr que el público hacia el cual va dirigida adopte comportamientos específicos. En el caso del personaje “Rumildo”, protagonista de la campaña institucional lanzada por Petróleos de Venezuela (PDVSA) a principios de la década de los 80, la cual promovía el ahorro de combustible y pretendía que los usuarios del parque automotor en Venezuela redujeran el consumo de gasolina en un 1 por ciento.

Pero ¿a qué se debe que esa estrategia haya tenido tanto éxito?  El éxito de Rumildo se debió a dos razones: 1) a la ingeniosa idea de Petróleos de Venezuela de crear un personaje para gente poco original, con el mismo patrón de vida de un ciudadano común, cuyas vidas son manejadas por los medios de comunicación y, 2) el temor presente en los venezolanos de pasar por tontos, ya que la tendencia general es ser “demasiado astutos”.

En resumen, Rumildo es un producto de la dependencia.

Petróleos de Venezuela

Esta empresa consiguió que profesionales del mundo de la publicidad crearan un personaje que se pudiera manipular exitosamente en el logro de actitudes colectivas que interesaban a la empresa. La misión culminó con el nacimiento de Rumildo: un hombrecito con cara y gestos de tonto, cuyo aspecto y comportamiento “dieron en el clavo”, y es por ello que Rumildo fue conocido en Venezuela y más allá de sus fronteras.

Los creadores de este personaje buscaron una muestra viva donde aparecieran: manera de pensar, costumbres, aspiraciones y sentimientos de los afectados por la cultura del petróleo. Y efectivamente, lo escrito sobre Rumildo confirma que este personaje es un hombre con rasgos semejantes a los domesticados por nuestra cultura.

En general, estas muestras están signadas por la indiferencia y la pasividad de una sociedad con un complejo cultural de conquista, que pone en entredicho su libertad, su capacidad de poseerse a sí misma.

Los punteros de esta sociedad, los más receptivos a los planteamientos de agentes de empresas formadoras del gusto, son los que conforman la llamada “clase media o pequeña burguesía” o también “clase del confort”; estrato que nace de los procesos de modernización, industrialización, urbanización y concentración de población en grandes ciudades.

Este grupo se caracteriza por ser parte de una multitud rutinaria, sin iniciativas, dispuesta a consumir lo que anuncia la televisión y cumplir las órdenes de otros.

Desprovistos de iniciativas y siendo seguidores de modelos por excelencia, les tocan su punto débil: su temor a pasar por tontos y es por esto que basta que les digan ¡No sea un Rumildo, usted es un hombre inteligente, que sabe pensar! para que cambien de actitud y, una vez más, sean objetos fácilmente manejables.

Es fácil ser igual a los demás, representar un mismo papel, seguir el modelo social aceptado por todos, hacer lo que todos hacen y lo que es aún peor: pensar como todos piensan.

Lo difícil estriba en pensar por uno mismo cuando los demás quieren pensar por uno, y actuar de acuerdo con nuestras creencias y gustos, aunque eso signifique ser considerado “un tonto”,  que a la hora de la verdad al ser pensante poco importa.

EXPLOSIÓN EDUCATIVA

Por Lida Prypchan
Las recientes generaciones de estudiantes y profesores – desde finales del pasado siglo XX – tropiezan con un gravísimo problema: la explosión educativa, paralela al aumento demográfico de la población. Las aulas escolares presentan en el mundo entero un espectáculo común: abarrotamiento estudiantil, escasez de profesores e insuficiencia de tiempo para cubrir todas las asignaturas de formación profesional.

El aumento progresivo de la población trae consigo la impersonalidad, la indiferencia por lo ajeno, es decir, el “ir a lo suyo y no involucrarse en los asuntos de los demás”, situación que nos lleva a relacionarnos con un grupo pequeño de personas y es como si no existiera el resto del mundo. Al trasladar este fenómeno al ámbito escolar, nos podemos dar cuenta de que, junto al aumento de sus integrantes, aparecen divisiones y deseos de volver a “los viejos tiempos”.

Situaciones parecidas se observan en los partidos políticos, en las organizaciones científicas e incluso en las ciudades. Una institución que crece atraviesa sus crisis. Algunas de estas crisis son fatales para la institución y los individuos que pertenecen a ella.

Investigadores de las más diversas disciplinas dicen que el confinamiento de estudiantes en aulas con espacio físico insuficiente, provoca reacciones agresivas que con frecuencia se dirigen contra la infraestructura de la institución.

Reacciones agresivas como: destrucción de importantes obras de arte en algunas universidades, utilización de sus paredes como espacios para la propaganda partidista, destrucción de material de enseñanza valioso, robo de objetos y libros, es decir, daño significativo a diversos elementos que conforman el patrimonio de esas instituciones educativas.

Algunos investigadores hicieron entrevistas a estudiantes sobre el tema y ellos decían con seriedad convincente: “nos encontramos en una sociedad injusta donde una forma de desahogo emocional es dar rienda suelta a nuestras tensiones y agresividad acumulada.  Lo que seguirá pasando hasta que haya una sociedad más justa”.

Ante todo esto, me pregunto, por qué no se deshacen de su agresividad creando actividades culturales para la universidad, que buena falta hace, o haciendo deporte o promoviéndolo entre sus amigos, o simplemente dedicándose a estudiar, que es de lo que menos se ocupan. Pierden su tiempo y arrastran a otros para que lo pierdan también. Hay mucha prisa por graduarse, pero hacen de sus destinos un espacio de tiempo sin metas ni intereses.

No hay escuela psicológica que pueda pasar por alto que lo que aqueja a nuestra juventud es una gran vagancia. No se puede poner como excusa que la explosión educativa genera demasiadas manifestaciones malintencionadas en los estudiantes venezolanos, ya que por las mismas tensiones pasan todos los estudiantes del mundo y, sin embargo, no se ve lo que se ve en Venezuela, donde parece que nadie puede frenar sus impulsos destructivos. Lamentablemente en Venezuela destruir lo nacional no tiene castigo.

Que yo sepa, ninguna universidad socialista, como la cubana o la rusa, mantiene estas convicciones de dejar a los estudiantes destruir los activos de las universidades, es bien al contrario. Tampoco sucede en las universidades capitalistas como las norteamericanas, las brasileras, las mexicanas, etc.

Conclusión: la superpoblación trae como consecuencia, entre otras cosas, un gran déficit educativo. Según se pronostica, con el aumento de la población, la educación será aún más deficiente que lo que es actualmente.

Algunos preconizan como solución, la desmonetización de la sociedad y la promoción de  métodos de enseñanza más amplios. Las proposiciones de las universidades abiertas, la educación por correspondencia, por televisión, probablemente intentan cubrir algo del déficit educativo.

En cuanto al desahogo de la agresividad mal encaminada de los estudiantes, víctimas de una sociedad injusta, habrá que educarlos para que sean más civilizados y aprovechen su exceso de energía e hiperactividad en otras formas que sean más productivas para ellos mismos y la sociedad injusta, la que no podrán cambiar.

 

LA TELEVISIÓN COMO PLACER Y COMO CASTIGO

Por Lida Prypchan
Una estudiante universitaria sugiere a un canal de televisión la siguiente emisión: No se pierda esta noche el estreno de… Susy  ¡la bella y despampanante chica que pereció estrangulada por su amante, quién después se suicidó reventándose la tapa de los sesos con una guillotina! ¡Véala, le gustará!

La propuesta no es impertinente ni delirante. En tres líneas condensa la filosofía del “marketing” que abraza la TV, no sólo en Venezuela sino en toda América Latina. Si ese tipo de mensajes – con semejante crudeza – llega a los telespectadores, es porque este medio de comunicación, que se rige por pautas mínimas, sabe tratar sin sutileza al público, es decir, es capaz de utilizar un lenguaje “expresivo e impactante” porque conoce su materia como el pez conoce al agua. Castígame, que me haces gozar.

Teniendo en cuenta que la TV es el medio de comunicación más exitoso y penetrante en la psiquis del espectador, resulta arduo admitir que aunque el mensaje involucre un daño deliberado al público al cual se destina, éste, por su parte, lo recibe alegremente, disfrutándolo.

¿Cómo puede siquiera concebirse que los espectadores se sientan seducidos por espectáculos tan dañinos?  Y sin embargo, se sabe que no es poca la gente que no necesita ser amada sino odiada, no apreciada sino despreciada, no valorada sino humillada.

Cuando el odio, el desprecio y la humillación son técnicas más agudas y penetrantes que el amor, el aprecio y la valoración del prójimo, se deduce que la gente se reconoce con mayor fluidez en la violencia que en la paz, en el estrépito que en la calma. Por lo tanto, confirmando lo anterior, sólo hay un camino: proveer a los telespectadores el alimento que necesitan.

Además, el mensaje sádico cumple dos funciones: le recuerda al receptor su tragedia, complejo o problema y, reafirma en él la imposibilidad de que las cosas cambien. Un buen ejemplo lo tenemos en las telenovelas: ante cualquier desgracia de alguno de los personajes, un tercero dice en tono filosófico: la vida es una calamidad. La poca felicidad que uno tiene hay que pagarla con sufrimientos. Es decir, no solo la vida es una calamidad, como la ven muchos televidentes, sino que reafirman con la segunda parte de la oración, su creencia de que la poca felicidad tarde o temprano la pagarán con sufrimiento.

Humíllame, que me dignificas

No puede caracterizarse sino como binomio sadomasoquista el integrado por las heroínas y los galanes del teleteatro, y las sufridas espectadoras que encienden el aparato con un suspiro que bien podría traducirse así: “déjame ver como vuelven a demostrarme que en mi condición de mujer mi vida es una ruina, algo que no merece vivirse”.

La telenovela ratifica a la mujer su condición de objeto. Reaprende que los sufrimientos de la vida cotidiana le están reservados a ella en mayor medida que a su marido o compañero. Sabrá por enésima vez que es el macho el destinado a trepar las cumbres del pensamiento abstracto, quien “naturalmente” está más equipado para las tareas intelectuales. Las mujeres hallarán en la TV la imagen que aceptan y que la estructura de dominación pretende perpetuar.

La humillación ya no produce dolor o la vida es sólo dolor y, por lo tanto, el dolor no tiene nombre propio, como supo decir Paul Nizan hace ya cuarenta años. Si la hediondez propia es mostrada en un espejo que nos la devuelve de una manera  recriminatoria, llegará un momento en el cual ya no nos avergonzará la posibilidad de ser repugnantes y que se nos señale como tal.

Cuando el humillado ha atravesado esa etapa, cuando ni siquiera puede repensar desde qué óptica opinan los otros sobre sus gustos, sus olores, significa que fue colonizado. Otro ha perpetuado la conquista y el sometido aceptará de buen grado las propuestas de su invasor, para mejorar aquello que él piensa que debe mejorar.

El emisor ha convertido su receptor en un animal doméstico y fiel. Un ejemplo típico son los espacios publicitarios en los cuales los cosméticos, olores, hedores y sudores, tienen una solución impuesta por el mercado: un poco de alcohol perfumado. Y si no lo usas, otro espacio publicitario te convencerá diciéndote: “Tan bonita y oliendo a hombre”. En el caso del hombre, lo halagará o estimulará su machismo, oyendo en un espacio publicitario a una mujer que lo abrace y le diga: “Esta es la colonia de mi hombre”.

Deterioro de la imagen humana

Una investigación exhaustiva de los programas de TV coincidió en señalar que el énfasis de la actitud sádica está, sobre todo, en el deterioro de la imagen humana, en la reiterada exhibición de degradación de la condición personal.

Los programas cómicos, por ejemplo, admiten como legítimo recurso para hacer reír al espectador la mera señalación de que alguien es inferior y/o está físicamente disminuido:

a.- A un enano le golpean la cabeza con un bastón y el consiguiente disco de risas grabadas aumenta su volumen; es un chiste.

b.- Un individuo sin dientes muestra su boca abierta ante la cámara y sonríe, como asumiendo su evidente enemistad con la belleza.

c.- Un débil mental repudiado por su padre hace un desastre tras otro en su casa. Se trata de un actor de 40 años vestido de bebé: un espectáculo triste. A cada manifestación de retraso mental del “niño”, su progenitor le aplica un mote degradante, en ese momento, el disco de risas alza su volumen; es un chiste.

d.- En una parodia del lejano oeste, un cowboy mata a otro con numerosos disparos de revólver. Ya muerto, el cadáver sigue recibiendo balazos del asesino, quien disfruta ostensiblemente con la escena. Otra vez risa enlatada: hay que reírse, es un chiste.

La estupidez, la enfermedad, la inferioridad física o mental, condiciones naturales no elegidas, son ironizadas en sí mismas. El emisor maneja las sensaciones de su receptor e indica en cada caso cuando debe reírse. Lo hace estableciendo de hecho pautas que por fuerza del tiempo y la insistencia, se convierten en normas incuestionables.

 

EL ARTE DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

Por Lida Prypchan
La Casualidad

Es indudable el significativo papel que ha desempeñado la casualidad en los descubrimientos científicos. Su importancia se hace aún más perceptible cuando pensamos en la incidencia de los fracasos que acaecen en los trabajos de investigación científica con sus subsecuentes frustraciones.

Probablemente la mayoría de los descubrimientos en Biología y Medicina han sido inesperados o cuando menos han tenido un elemento de casualidad, especialmente los más importantes y revolucionarios. Esto no debe sorprendernos, si pensamos que si algo nuevo es revolucionario, difícilmente podría ser previsto apoyándose en conocimientos anteriores.

Algunos científicos cuando hablan de algún descubrimiento hecho por ellos, dicen casi avergonzados: “lo descubrí por accidente”. Esta frase nos muestra que aún cuando se sabe que la casualidad es un factor que hace parte de la experimentación relacionada con los descubrimientos, raras veces se aprecia la magnitud de su importancia y la significación de su papel parece no haber sido comprendida a cabalidad.

Por esto el investigador debe sacar provecho a la comprensión de la importancia del elemento casualidad en los descubrimientos y no percibirlo como una anomalía, o peor aún, como algo que disminuye el crédito merecido al descubrimiento y que, por lo tanto, debería menospreciarse.

Aún cuando los científicos no pueden producir deliberadamente la casualidad, deben estar alertas para reconocerla cuando se presente. El que quiera dedicar su vida al avance de la ciencia debe practicar sus poderes de observación, de modo que se desarrolle esa actitud mental que consiste en estar siempre a la expectativa de lo imprevisto y formarse el hábito de examinar cualquier posibilidad que le ofrezca la casualidad. Los descubrimientos se hacen prestando atención a todos los indicios por pequeños que estos sean. Una buena máxima para el investigador principiante es: “Atención a lo imprevisto”.

Muchos relacionan casualidad con suerte, y en la investigación científica este intercambio de términos puede inducir a interpretaciones erróneas. No existe ninguna objeción en hacer este intercambio cuando se quiere significar simplemente casualidad, pero para muchas personas suerte es una noción metafísica, la cual de una manera mística influye en los acontecimientos, y este tipo de concepto no debe penetrar jamás en el pensamiento científico.

El buen científico presta atención a toda observación o acontecimiento inesperado ofrecido por la casualidad e investiga cuidadosamente todos aquellos que le parecen más promisorios. A este respecto Alan Gregg escribió: “Uno se pregunta si esa rara habilidad de estar siempre atento y aprovechar la más ligera desviación de la conducta esperada de la naturaleza, no es el verdadero secreto de las mejores mentes científicas, secreto que explicaría por qué algunos hombres convierten los accidentes más triviales en sucesos memorables. Detrás de tal atención yace una sensibilidad extrema”.

Debido a que la casualidad en la historia de los descubrimientos es sólo uno de los elementos que forma parte de ellos, referirse a los hallazgos inesperados con el título de “descubrimientos accidentales” es una verdad a medias. Si la casualidad o accidentes fueran los únicos responsables en este tipo de descubrimientos, igual oportunidad de realizarlos tendría cualquier investigador que comienza, que un Pasteur o un Bernard.

La verdad de este problema está encerrada en el famoso dicho de Pasteur: “En el campo de la observación, la casualidad solo favorece a la mente preparada”. El papel de la casualidad consiste simplemente en ofrecer la oportunidad, pero es el científico quien tiene que reconocerla y aprovecharla.

Apreciación de las oportunidades

Debido a que la frecuencia de oportunidades que involucra llevar a cabo descubrimientos a base de casualidades es muy pequeña, los científicos pasan la mayor parte de su tiempo en las mesas de trabajo, intentando siempre “lo nuevo” y es así como están expuestos al encuentro de accidentes afortunados.

Además requieren un poder de observación agudo para apreciar cualquier indicio que se presente y al mismo tiempo una habilidad especial para notar lo inesperado mientras están a la expectativa de los esperado. Luego el científico entra en la etapa más difícil de todas y la que requiere lo que Pasteur llamo una “mente preparada”; ésta etapa consiste en interpretar y aclarar la posible significación de cualquier indicio.

A este respecto Sir Henry Souttar ha hecho notar que es lo contenido en el cerebro del observador, acumulado durante años de trabajo lo que hace posible el triunfo. Una vez hecho el descubrimiento, el científico tiene que sufrir el impacto del escepticismo y a menudo la resistencia de parte de los extraños: de por sí, el género humano se muestra reacio a las nuevas ideas, ya que las nuevas ideas generalmente son revolucionarias que refutan las ideas establecidas y tratan de establecer patrones nuevos, más evolucionados que los antiguos.

Es por esto que la etapa posterior al descubrimiento se la considera una de las más difíciles de vencer y es aquí donde el científico tiene que luchar y en ocasiones, en el pasado, algunos llegaron aun hasta perder la vida. Estas son las ironías de la vida: enriquecer a la humanidad con sus ideas se les ha agradecido proporcionándoles la muerte.

Afortunadamente en la actualidad esa no es la moneda de pago. Además de los bienes materiales que se le puedan proporcionar, con  el hecho de respetarlos en el más alto de los niveles y tratar de mantener siempre una mente abierta a las nuevas ideas que nos muestran, podemos pagarles a los investigadores  los innumerables avances que obtiene la humanidad de ellos.