GRANDES FILÓSOFOS – JOHANN WOLFGANG GOETHE

Por Lida Prypchan

Se nos muestra a Goethe, como una figura envidiable, privilegiada, majestuosa, olímpica, mimada por los dioses desde su nacimiento, el 28 de Agosto de 1749.

Hijo de una familia rica de Fráncfort, Johann Wolfgang Von Goethe jamás conoció las dificultades de la vida. Viajó y estudió cómo y cuanto quiso; en amor y literatura logró triunfo tras triunfo. Rodeó su juventud una guirnalda de mujeres bellas.

Johann Christoph Friedrich (von) Schiller (1759-1805) fue gran amigo de Goethe y el más ilustre de sus contemporáneos. Menos olímpico que Goethe, pero dotado de mayor emoción, debe su formación a Rousseau y al siglo XVIII francés, en cuanto apóstol de los ideales de justicia, tolerancia y humanidad.

Tanto las victorias amorosas como las literarias de Goethe fueron infinitas. El éxito fulminante que en plena juventud le otorga la popularidad es la novela  – en cierto modo autobiográfica – Las penas del joven Werther, escrita en forma epistolar, romántica y sentimental, que termina con el suicidio por amor del protagonista.

Espíritu universal, a un tiempo filósofo, crítico, físico, geólogo y biólogo, a la vez que poeta, Goethe, trata de dar una visión filosófica totalitaria y original de los asuntos pasionales que mueven al ser humano en su novela-obra-de-teatro “Fausto”.

La misma ambición filosófica aparece en la gran novela “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”; en esta obra plantea el recorrido del héroe de la novela a través del camino de la autorrealización. En “El Diván” renueva su poesía bajo la inspiración de los modelos orientales.

Imposible imaginar antítesis humana más completa que la de los poetas Goethe y Schiller, sin embargo, rara vez se darán dos inteligencias formadas para completarse y comprenderse como las suyas. La influencia, que dos espíritus tan divergentes, ejercieron el uno sobre el otro es incalculable. Goethe, consintió en colaborar en la publicación poética “Las Horas”, fundada por Schiller. Y, se comprometió en dar al teatro de Weimar la obra “Trilogía Wallenstein”  y otras obras de Schiller, como María Estuardo, Juana de Arco y Guillermo Tell, de fama universal, que fueron también representadas en el teatro de Weimar.

A los 46 años, en plena gloria dejó de existir Schiller, motivo por el cual el teatro de Weimar estuvo cerrado el día de su muerte. A Goethe, que estaba enfermo no le comunicaron la triste noticia que habría de causarle tan vivo dolor.

Después de la muerte de su amigo, Goethe siguió dirigiendo el teatro que tenía a su cargo, por unos años más. Según un crítico “en la escuela de Goethe, se despertaba el refinado sentido de la pureza y belleza del lenguaje. Esta escuela que tanto bien le había hecho a Alemania, poco a poco fue a caer en el amaneramiento, lo cual provocó una reacción en favor del naturalismo”.

El duque Carlos Augusto manda a reconstruir el teatro de Weimar. Goethe, es llamado a esta ardua empresa, y es digno ver como la realiza. El joven poeta, forma una compañía cuyos actores y actrices serán los principales personajes de la Corte y de las Letras. La nueva compañía eclipsa en todos los aspectos a las de Berlín, Fráncfort y Dresde. Entre las obras que representan están: “Los Bohemios” de Einsiedel, “Los Cómplices”, “Ifigenia en Táuride”, ambas de Goethe.

En 1779 el duque Carlos Augusto, lo nombra su consejero personal y lo lleva consigo en su viaje a Suiza. De este viaje, trajo la obra “Jessi y Boethy”. Luego de un viaje que hizo a Italia, trajo las obras: “Torcuato Tasso”, “Egmont” y la refundición de “Ifigenia en Táuride”, en la que trata de adoptar la magnífica simplicidad del teatro griego.

Para 1794 había llegado a su madurez dramática. Era, para ese entonces, consejero particular y principal ministro del Duque; supremo árbitro del Instituto del Jardín Botánico, de los museos y del teatro. Cierto día, en Jena, al salir de una sesión de la Academia se encontró con Schiller. Desde aquella fecha memorable, el teatro alemán fue una realidad gloriosa.

Goethe murió en 1832 a los 83 años. Fue enterrado en Weimar, entre el poeta Schiller y el príncipe Carlos Augusto. Mandó antes de morir, que se abrieran las ventanas de su alcoba y expiró pidiendo ¡Luz, más luz!