LA MUSA

Por Lida Prypchan

Ser una musa es algo atractivo porque ha sido un rol aceptable y un ideal femenino para la mujer en nuestra cultura a lo largo del tiempo. A nivel arquetipal, al igual que el “eterno femenino”, la musa inspira el espíritu y dirige el alma en su viaje de creación. De la misma forma que lo hizo Beatrice para Dante. Inspirar significa dar el soplo de vida, encender la llama de la creatividad.

Las mujeres que están en contacto con la energía de la musa tienden a ser misteriosas y espirituales. Su inspiración surge del amor. Ellas disfrutan la creatividad de los otros y genuinamente la alientan. Son generosas, confiadas, refrescantes, receptivas y atentas y su sencillez permite el desarrollo de nuevas imágenes e ideas. Valoran la belleza y propician un ambiente recreativo mediante una lluvia especial de amor que induce a florecer la vida emocional. La principal dificultad para estas mujeres es que suelen inspirar a otros a expensas de ellas mismas. Vivir el papel de la musa puede ser difícil y frustrante como también una manera de permanecer pasiva.

De acuerdo a Jung, las musas tienen una capacidad especial de ser el espejo del “ánima” o el espíritu femenino o el alma del hombre. Ellas son un reflejo, una imagen del espejo de los deseos de los demás. Este tipo de mujer no sabe quién es porque no ha podido desarrollar una relación con su centro femenino. No obstante, al rol inspirador de la musa se le puede dar un mal uso, para fines destructivos. La celebrada imagen de Helena de Troya que inspiró a mil barcos a lanzarse al mar es un ejemplo. La propaganda de guerra suele presentar imágenes y canciones de mujeres idealizadas para despertar el patriotismo.

En una sociedad comercial donde prevalece el hambre del dinero, la fama, el éxito y el poder, la musa puede verse reducida a un medio para lograr ganancias y ser abusada de esta manera. El mal uso de la musa puede alimentar su lado destructor: las mujeres ávidas de amor que prácticamente se matan de hambre para verse como las modelos glamorosas y delgadas que alimentan la fantasía masculina, muchas veces sufren de anorexia y bulimia – enfermedades peligrosas en las mujeres de nuestros tiempos.

Algunas se someten a torturas físicas y psicológicas, cirugías plásticas y liposucciones. Desde el punto de vista psicológico, venden sus almas a sus amantes, por el deseo de transformarse en la musa. El resentimiento por este tipo de sacrificio, generalmente inconsciente, hace que algunas mujeres vuelquen su rabia hacia adentro, expresándose en varias formas de adicción.

Otras se rebelan ante el ideal de la mujer bella pero pasiva cuya vida gira en torno a convertirse en la pasión o la inspiración de un hombre. En vez de esto, ellas buscan ejercer el poder sobre los demás. Los hombres suelen ser musas para sus madres. Muchas veces tratan de encarnar la creatividad no expresada de sus madres. Los hombres suelen entregarse a la musa con quienes se casan en vez de forjar su propia identidad creadora. Quizás creyendo que la mujer, por su naturaleza sabe definirles mejor sus vidas o que la mujer es inherentemente más artística que el hombre.

Con frecuencia, la musa es una artista en secreto, quien valora la creatividad y la belleza. Pero para ser artista se necesita ser el agente activo de la propia vida, además exige dedicación y compromiso con su propio arte. Si una mujer permanece pasiva y no logra desarrollar su talento artístico, ella también puede odiar, consciente o inconscientemente, a las personas que la reducen a ese papel, al proyectar en ella las idealizaciones que han hecho de sí mismas.

La musa oscura o trágica es aquella mujer que encarna el lado oscuro y romántico del hombre. A menudo, le sirve al artista de modelo de las fuerzas enloquecidas. Zelda Fitzgerald, tal como fue concebida por su esposo Scott Fitzgerald en su novela “Tierna es la Noche” es un ejemplo de la musa oscura en nuestro siglo al igual que las modelos y amantes de Picasso. La musa oscura comparte y muestra su vulnerabilidad, su sufrimiento y dolor emocional y su experiencia con la depresión, la desintegración mental, el alcoholismo o las ansias sexuales y románticas frustradas. Sirve de guía propiciadora para descender a nuestro lado en el oscuro y loco viaje interno que debemos hacer para lograr la integración psicológica, la madurez y el crecimiento.

Así, ella puede acercar al observador fascinado a ese proceso atemorizante pero necesario del auto-descubrimiento y del cambio. Marilyn Monroe fue la musa trágica de toda nuestra cultura. Su vulnerabilidad y baja autoestima, su insaciable necesidad de amor y su inclinación a la adicción y al suicidio fueron inmortalizados por Arthur Miller en “Después de la Caída.”

¿Cómo puede una mujer atrapada en el rol de la musa transformarse para ser dueña de sí misma, sobre todo cuando las ganancias secundarias del rol de musa son tan seductoras? ¿Cómo puede ella trascender una cultura que glorifica la belleza y la juventud?

Al experimentar la emoción de crear desde su propio centro pese a todo el trabajo que esto significa, ella no querrá ser solamente la musa de alguien. La musa que ha comenzado el proceso de cambio sabe lo que significa ser dueña de sí misma en vez de ser el objeto de la fantasía de otro. Al comienzo, la experiencia puede ser emocionante y eufórica. Ser el propio centro de atención produce una sensación de “elevación”. Pero tal como sucede en todas las adicciones, vendrá la caída. A medida que crece, la musa siente que su belleza se desvanece.

Como todas las mujeres, la musa tiene que soportar los sufrimientos de la vida, debe descender a las oscuridades, entrar en los miedos que no ha enfrentado para poder integrar el dolor con el placer que la vida trae. La musa dorada puede pensar que ella está por encima de los menesteres de la vida corriente, pero cuando sufre probablemente se resiente y termina por amargarse y cae en la trampa del aspecto destructivo de “la loca.”

Por el contrario, la musa oscura probablemente, haga romántica la oscuridad y desempeñe el papel de la heroína trágica. Cuando no se reconoce el dolor y el sufrimiento o se enfrentan de manera consciente, el aspecto destructivo de “la loca” domina. Al integrar la oscuridad de “la loca”, la musa puede transformarse volcándose hacia su propia belleza interna. Su fortaleza residiría en la relación creativa con el alma que no tiene por qué ser mal utilizada.

Si ella deja ir los ideales románticos que la mantenían atrapada, puede negarse a renunciar a su propia humanidad y puede sacrificar la falsa validación que ha recibido haciendo el papel de ídolo adorado.

También puede honrar la naturaleza al hacerle entrega de los procesos de envejecimiento de su cuerpo. Con la disciplina de un trabajo activo puede aprender a transformar el caos de la profundidad de su ser que trae consigo “la loca”, en una creación propia. Ella puede transformarse en su propia musa.