Por Lida Prypchan
La Casualidad
Es indudable el significativo papel que ha desempeñado la casualidad en los descubrimientos científicos. Su importancia se hace aún más perceptible cuando pensamos en la incidencia de los fracasos que acaecen en los trabajos de investigación científica con sus subsecuentes frustraciones.
Probablemente la mayoría de los descubrimientos en Biología y Medicina han sido inesperados o cuando menos han tenido un elemento de casualidad, especialmente los más importantes y revolucionarios. Esto no debe sorprendernos, si pensamos que si algo nuevo es revolucionario, difícilmente podría ser previsto apoyándose en conocimientos anteriores.
Algunos científicos cuando hablan de algún descubrimiento hecho por ellos, dicen casi avergonzados: “lo descubrí por accidente”. Esta frase nos muestra que aún cuando se sabe que la casualidad es un factor que hace parte de la experimentación relacionada con los descubrimientos, raras veces se aprecia la magnitud de su importancia y la significación de su papel parece no haber sido comprendida a cabalidad.
Por esto el investigador debe sacar provecho a la comprensión de la importancia del elemento casualidad en los descubrimientos y no percibirlo como una anomalía, o peor aún, como algo que disminuye el crédito merecido al descubrimiento y que, por lo tanto, debería menospreciarse.
Aún cuando los científicos no pueden producir deliberadamente la casualidad, deben estar alertas para reconocerla cuando se presente. El que quiera dedicar su vida al avance de la ciencia debe practicar sus poderes de observación, de modo que se desarrolle esa actitud mental que consiste en estar siempre a la expectativa de lo imprevisto y formarse el hábito de examinar cualquier posibilidad que le ofrezca la casualidad. Los descubrimientos se hacen prestando atención a todos los indicios por pequeños que estos sean. Una buena máxima para el investigador principiante es: “Atención a lo imprevisto”.
Muchos relacionan casualidad con suerte, y en la investigación científica este intercambio de términos puede inducir a interpretaciones erróneas. No existe ninguna objeción en hacer este intercambio cuando se quiere significar simplemente casualidad, pero para muchas personas suerte es una noción metafísica, la cual de una manera mística influye en los acontecimientos, y este tipo de concepto no debe penetrar jamás en el pensamiento científico.
El buen científico presta atención a toda observación o acontecimiento inesperado ofrecido por la casualidad e investiga cuidadosamente todos aquellos que le parecen más promisorios. A este respecto Alan Gregg escribió: “Uno se pregunta si esa rara habilidad de estar siempre atento y aprovechar la más ligera desviación de la conducta esperada de la naturaleza, no es el verdadero secreto de las mejores mentes científicas, secreto que explicaría por qué algunos hombres convierten los accidentes más triviales en sucesos memorables. Detrás de tal atención yace una sensibilidad extrema”.
Debido a que la casualidad en la historia de los descubrimientos es sólo uno de los elementos que forma parte de ellos, referirse a los hallazgos inesperados con el título de “descubrimientos accidentales” es una verdad a medias. Si la casualidad o accidentes fueran los únicos responsables en este tipo de descubrimientos, igual oportunidad de realizarlos tendría cualquier investigador que comienza, que un Pasteur o un Bernard.
La verdad de este problema está encerrada en el famoso dicho de Pasteur: “En el campo de la observación, la casualidad solo favorece a la mente preparada”. El papel de la casualidad consiste simplemente en ofrecer la oportunidad, pero es el científico quien tiene que reconocerla y aprovecharla.
Apreciación de las oportunidades
Debido a que la frecuencia de oportunidades que involucra llevar a cabo descubrimientos a base de casualidades es muy pequeña, los científicos pasan la mayor parte de su tiempo en las mesas de trabajo, intentando siempre “lo nuevo” y es así como están expuestos al encuentro de accidentes afortunados.
Además requieren un poder de observación agudo para apreciar cualquier indicio que se presente y al mismo tiempo una habilidad especial para notar lo inesperado mientras están a la expectativa de los esperado. Luego el científico entra en la etapa más difícil de todas y la que requiere lo que Pasteur llamo una “mente preparada”; ésta etapa consiste en interpretar y aclarar la posible significación de cualquier indicio.
A este respecto Sir Henry Souttar ha hecho notar que es lo contenido en el cerebro del observador, acumulado durante años de trabajo lo que hace posible el triunfo. Una vez hecho el descubrimiento, el científico tiene que sufrir el impacto del escepticismo y a menudo la resistencia de parte de los extraños: de por sí, el género humano se muestra reacio a las nuevas ideas, ya que las nuevas ideas generalmente son revolucionarias que refutan las ideas establecidas y tratan de establecer patrones nuevos, más evolucionados que los antiguos.
Es por esto que la etapa posterior al descubrimiento se la considera una de las más difíciles de vencer y es aquí donde el científico tiene que luchar y en ocasiones, en el pasado, algunos llegaron aun hasta perder la vida. Estas son las ironías de la vida: enriquecer a la humanidad con sus ideas se les ha agradecido proporcionándoles la muerte.
Afortunadamente en la actualidad esa no es la moneda de pago. Además de los bienes materiales que se le puedan proporcionar, con el hecho de respetarlos en el más alto de los niveles y tratar de mantener siempre una mente abierta a las nuevas ideas que nos muestran, podemos pagarles a los investigadores los innumerables avances que obtiene la humanidad de ellos.