CARTA DE UNA HOROSCOPOMANÍACA

Por Lida Prypchan
Algo que siempre me ha interesado de las personas es conocer sus manías. ¡Pero no se detiene allí mi curiosidad!  Afortunada o desafortunadamente me valgo de cualquier medio para hallar las motivaciones por las que ellas se obsesionan con algo.

Una de las obsesiones que se ha hecho parte de la modernidad es la horoscopomanía. No es difícil toparse con personas que interroguen acerca  del signo zodiacal, porque existen individuos con especial tendencia a basar su vida en las características de los signos del zodiaco.

Planifiqué la manera de encontrar a alguien cuya obsesión fuera esta precisamente. Mi búsqueda falló en un principio, pero luego de manera indirecta la encontré: una amiga de una amiga me sirvió de muestra representativa de este grupo.

Esta muchacha accedió ante la insistencia de mi amiga a narrar las desventuras que sufrió por su extraña manía. Por supuesto de manera anónima escribió su relato.

Transcribo pues, lo que en su carta dice.

Soy del signo Cáncer, tengo 19 años. El nombre no importa y tampoco hay necesidad de inventar uno. Siempre tuve especial atracción por la Astrología pero nunca antes se había convertido en una manía como hasta ahora. La verdad es que no sé cómo ni cuándo empezó. Supongo que fue por ansias de conocerme a mi misma un poco más. El problema fue que no me conformé con esto e hice más amplio el radio de aplicación al inmiscuir a todos mis amigos.

Pero el problema se hizo gigantesco cuando me encontré con un libra medio obsesionado por haberse rodeado siempre de cancerianos. El hecho es que nuestra atracción comenzó con una conversación sobre signos. ¡Ambos somos unos admiradores de nuestros propios signos!  Es decir, somos unos narcisos zodiacales.

En cuanto llegué a mi casa lo primero que hice fue buscar mi libro de astrología para ver qué tal se la llevaba mi signo con el de él. El libro decía que tras una poderosa atracción vendría una segunda etapa llena de malinterpretaciones y peleas fuertes hasta que todo terminaría.

¡Qué relación tan trágica me esperaba!  Preferí comprobar por mi propia cuenta el desarrollo de la relación, antes que hundirme en lamentaciones adelantadas y abandonarlo todo.

Más tarde las cosas se fueron poniendo mal y a un cierto punto dudé tanto de mí que llegué a pensar que mi predisposición era la que estaba acabando con esa extraña relación. Pero ya era demasiado tarde para que existiese de nuevo comunicación entre los dos. Eran unas malinterpretaciones constantes y todo en términos astrológicos.

Esa relación, y no cabe la menor duda, no estuvo formada por dos seres humanos sino por dos estereotipos zodiacales. A veces salía de su apartamento con la certeza que él nada más de ver la posición de luna entendía mi humor de ese día.

El final llegó aproximadamente a los 2 meses cuando cada uno odiaba el signo del otro; sin embargo nos seguimos viendo bastante frecuentemente para verificar si hubiese sido posible entre los dos una relación estable.”

 

UN MONUMENTO ENALTECEDOR

Por Lida Prypchan
Tuve la oportunidad de visitar un país, una ciudad, para ser más específica, cuyo sistema educativo me llamó mucho la atención por su peculiaridad: la Universidad interrumpía sus actividades por un período de seis meses debido a una huelga y durante los siguientes seis meses reanudaba sus actividades.

Aunque el calendario universitario incluía actividades académicas para todo el año, poco a poco se iban presentando los más variados tipos de dificultades que entorpecían su cumplimiento.

En ciertas ocasiones suspendían las actividades porque no había presupuesto; en otras ocasiones aunque hubiese presupuesto los empleados estaban de huelga pidiendo mejoras salariales; también podía suceder que sus trabajadores hicieran llamado a huelga porque los recursos económicos asignados y transferidos a las cuentas bancarias de la institución habían desaparecido insólitamente.

En una oportunidad, tras una parada de actividades administrativas y académicas de tres meses, cuando los estudiantes pensaban que era hora de reiniciar sus actividades académicas, unas extrañas confrontaciones ocurrieron: empezó un día un enfrentamiento entre policías y estudiantes.

En ella, un joven que nunca había querido inmiscuirse en los problemas de la Universidad, resultó herido de un balazo y, al día siguiente, ya había muerto. El gobernador regional fue inculpado de esta muerte, ya que según los estudiantes había sido el principal promotor de una confrontación que no tenía razón de ser.

Como respuesta, los estudiantes llenos de ira y dolor crearon un monumento para resumir lo que sucedió aquel día en que murió su compañero ¡qué lástima que ustedes no lo hayan visto! Era una patrulla de la policía quemada, con unas cuerdas de extremo a extremo, en las que estaban colgadas unas peloticas negras que se llaman bombas lacrimógenas, pero lo más impresionante era ver lo que estaba en la parte trasera de la patrulla: una urna que parecía obsequiada por una persona con calidad humana y misericordiosa que nada tenía que ver con el suceso.

Sobre el féretro se veía una fotografía en la que aparecían dos hombres: uno delgado y otro robusto, ambos sonriendo. Al verlos pensé por su aspecto que podrían ser políticos, especialmente por su forma de sonreír, que no es una sonrisa sino un estiramiento de labios.

Mientras tanto, los problemas en la Universidad de esa ciudad siguen y parece que no cesarán hasta destituir al gobernante regional responsabilizados por los estudiantes. Seguirán los problemas y la situación se tornará insoportable, pero dudo que logren hacer aplicar la justicia a la gente relacionada con el gobierno.

Es peculiar, pero así es: las leyes parecen haber sido hechas para los que carecen de influencias, por lo visto quien esté amparado por el poder – sobre todo en ese país que visité – no debe temerle a nada y puede por medio de su posición hacer lo que le venga en gana.

ACTITUD ANTE LOS ENFERMOS MENTALES

Por Lida Prypchan
Muchas de mis clases magistrales eran en el auditorio del Hospital Psiquiátrico de Bárbula. Los estudiantes ya estaban acostumbrados a ver entrar a las clases a algunos pacientes – enfermos mentales – que residían en el Psiquiátrico a pedir dinero. Las reacciones de mis compañeros de clase siempre eran acompañadas de risas y risitas.

Había una paciente asidua que antes de pedir dinero siempre llegaba por detrás o por un lado de las personas y les pasaba los brazos alrededor del cuello. Era cariñosa y amable, sin embargo, los estudiantes no parecían entenderla y por esta razón un buen día se presentó una situación desagradable.

No había llegado aún el profesor que dictaría la siguiente clase por lo que muchos estudiantes estaban fuera del salón, en el pasillo. Cuál sería mi sorpresa al ver que los estudiantes corrían desesperados hacia el interior del anfiteatro, como huyendo de la paciente.

La atmósfera que inicialmente era tranquila un instante después se había tornado un ambiente de expectación alrededor de esta mujer. Mientras que ella lo único que hizo fue lo acostumbrado: pedir dinero. El comportamiento de los estudiantes fue una mezcla de risa, entretenimiento, miedo, repugnancia… en fin. Algunos reaccionaron con temor, como si pensaran que ella los iba a golpear, otros le seguían la corriente, otros bromeaban con ella o con los compañeros de clase hacían comentarios burlescos a propósito de ella.

La reacción de cada estudiante al que ella se acercaba se convirtió en el centro del espectáculo y dependiendo de esa reacción o bien estallaban en risas o bien le decían alguna frase que podía ser absurda. Había un diálogo gritado entre los espectadores y la acosada, y poca importancia tenía lo que ella sintiera.

Admiré la actitud de algunos que se quedaron en su sitio como sí no hubiera pasado nada, se trataba simplemente de otro ser humano que estaba presente.

Se podría excusar esta actitud por cuanto era “nuevo” para todos estar con enfermos mentales; además de ser poco común, se ha tenido siempre una “imagen preconcebida” de los enfermos mentales.

Se podía entender que había claramente una carencia de información, pero no podía evitar preguntarme ¿Dónde estaba la calidad humana?  ¿O es que estos enfermos no sentían el desprecio y el rechazo manifiesto?  ¿Existía una especie de insensibilidad en esos estudiantes de medicina que los hacía olvidar su calidad humana para con los enfermos mentales, más necesitados que nadie de comprensión, cariño y aceptación?

En aquél momento me dije : “lo que sucede es que tenemos barreras sociales que los que llamamos ‘locos’ no tienen”.

BUSCÁNDOLE SENTIDO A LA VIDA

Por Lida Prypchan
De la Edad Media se tienen dos imágenes: ambas, aunque opuestas, conforman una verdad, porque abordan sin miedo las virtudes y los defectos de una época para nosotros antigua. Un error sería, tomar con vehemencia y extremismo una sola de ellas. Quedaría incompleto su significado real.

Los racionalistas hablan de ella como una época en que faltaba la libertad personal, una época de superstición e ignorancia. Por otra parte, la opinión contraria de los filósofos reaccionarios, que critican al capitalismo que surgió luego aclaran, entre sus beneficios, la prioridad que se le daba a las necesidades humanas, quedando en un plano secundario las necesidades económicas ¡había solidaridad y mejores relaciones entre los hombres! Y lo más importante, debido al orden social estático, era que le encontraban sentido a su existencia, a su vida.

El hombre, gracias a su capacidad de poseer desde su nacimiento un lugar determinado e inmutable dentro del mundo social al que pertenecía, se hallaba arraigado a un todo estructurado. Así pues, era lógico que todo ello proporcionara al hombre un sentimiento de seguridad y pertenencia.

Y resulta menester añadir que para aquél momento no se había desarrollado todavía la conciencia del propio yo individual, el yo ajeno y, el mundo como entidades únicas e independientes.

No obstante, en el período posterior a la Edad Media, el Renacimiento, la estructura de la sociedad y la personalidad del hombre y su vinculación con su ambiente social cambiaron rotundamente.

Ese mundo medieval, hogareño, impregnado de unión y fraternidad, así como dicen quienes lo han idealizado, se debilitó y en su lugar crecieron en importancia: el capital, la iniciativa económica individual y la competencia; desapareció la vida ganada por un sólo oficio y, surgió la terrible competencia que produce la angustia de buscar nuevas fuentes, porque las existentes no  alcanzan para llevar la tranquila existencia de trabajo que antes tenía; se desarrolló una nueva clase adinerada.

Donde primero se derrumbó la sociedad medieval fue en Italia, lo cual fue causado por factores económico-políticos. El Renacimiento hace que se distingan los individuos como entes independientes, individuales, solitarios. Ahora habría una nueva libertad para hacerse su camino en solitario, sin ese sentimiento de solidaridad entre los compañeros que existía en la Edad Media.

Sí, libertad, individualidad embriagada de miedo a lo desconocido, miedo a separarse del grupo protector de trabajadores, individualidad embriagada por el aislamiento, la duda, el escepticismo y la angustia.

Esta es la consecuencia del capitalismo renacentista. Por ello, ahora tambaleará el sentido de la vida en ellos. La libertad individual, a pesar de ser mayor, no llena el vacío que deja tras de sí la nueva estructura social. Entonces, recurren a la fama, al afán de poder, para rechazar la idea de lo insignificantes que resultan para su medio; es, de esta manera, como el hombre de esta época y, quizá de la actual, silencian sus inquietantes dudas.

Lo hacen con miras a la inmortalidad; hay que elevar la propia vida individual por encima de las limitaciones y la inestabilidad, hasta el plano de lo indestructible y, así justificar la estadía en la Tierra, porque de lo contrario es necesario tropezarse con una pregunta cuya respuesta causa incertidumbre y miedo: confirma, que es  dudoso el aparente estado de conformismo interno, por la función en esta vida.

Ahora bien, si lo anteriormente expuesto lo comparamos con la actualidad, observamos que en este siglo un problema sumamente grave es el de los suicidios, que han venido aumentando paulatinamente.

En el siglo XXI es significativo el incremento de  las emergencias psiquiátricas. Diría, que existe una nostalgia en nuestro tiempo por una ideología. En la vida del hombre contemporáneo falta un convenio tácito sobre lo que debería ser la convivencia entre los hombres. Vivimos como almas empaquetadas, encarceladas  en  apartamentos que impiden la expansión del pensamiento, regidos por los pasos que nunca se detienen del inexorable tiempo, movidos por la obligación, más que por la inspiración de los quehaceres que amamos.

Estamos rodeados de fascinantes aparatos, que como una droga, nos distraen de los objetivos fundamentales  como seres humanos, aparatos que al prenderlos nos permiten no pensar qué es lo que queremos, porque si a ello nos dedicamos, llegamos a la conclusión que, sólo la muerte es lo invariable y que de resto, todo está supeditado a las circunstancias cambiantes.

En la sociedad moderna donde la competencia es tan bárbara, agotamos nuestro sistema nervioso, ideando mecanismos para mantenernos económicamente y, no cultivamos – ni la sociedad lo incentiva – el mínimo necesario para tener una pizca de sosiego y paz interna.

La vida espiritual de nuestro tiempo se desarrolla bajo este signo: debilitación de los sistemas establecidos, búsqueda desesperada de nuevos sentidos de la vida, aparición de numerosos profetas, sociedades y sectas falsas y, proliferación de las más absurdas supersticiones.

HAY MÁS HOMBRES QUE MUJERES: ¿ERES PSICÓPATA?

Por Lida Prypchan

Triple I es la respuesta: Impulsividad + Inestabilidad + Inadaptación

 

Generalmente se asocia el término sociópata (personalidad psicopática o antisocial) con la delincuencia. En muchos otros casos el término se asocia con criminales sexuales. Aún siendo frecuente que esta asociación se verifique, es bien sabido que no todos los delincuente son psicópatas.

Por regla general, la causa de reclusión de los psicópatas en clínicas psiquiátricas no se debe a que presentan un  comportamiento psicopático, más bien se debe a que presentan otros tipos de problemas psiquiátricos que complican su ya desequilibrado psiquismo, por ejemplo: crisis de agitación clásica, depresión, gestos suicidas, acceso delirante, alcoholismo y toxicomanía.

Una vez resuelto su conflicto inmediato, se hace muy difícil mantenerlo dentro de la institución ya que este tipo de enfermos, generalmente elocuentes y persuasivos, manipulan al grupo promoviéndolo a sublevarse. El típico ejemplo lo encontramos en el film “Atrapado sin Salida”, en el cual Jack Nicholson funge de psicópata: él incitaba a sus compañeros a la rebelión (planificaba fugas, el robo del autobús para irse a la playa, etc.).

El psicópata, por lo general, es un enfermo cuya capacidad intelectual, o más bien su inteligencia, no se ve afectada por la enfermedad: en promedio tienen un coeficiente intelectual normal (término medio) o superior.

Las características de la personalidad psicopática, en mi  concepto, son muy cuestionables. Creo que sólo a través de  la observación detenida de la historia personal del paciente se puede llegar a hacer un diagnóstico apropiado.

Los textos clásicos de psiquiatría definen al sociópata como un individuo que a lo largo de toda su vida presenta serias dificultades para amoldarse a las normas de vida que impone la sociedad. La raíz última de todos sus tropiezos sociales es la “triple I”: Inestabilidad, Impulsividad e Inadaptación.

Esta “triple I” convierte la vida del sociópata en un círculo cerrado. Es decir, debido a que el sociópata es un individuo que interiormente siente un profundo malestar que se manifiesta en un continuo aburrimiento, pone en juego su impulsividad para salir del tedio: se excede en el consumo de drogas o alcohol y tiene tendencia a participar en actividades peligrosas. Su inestabilidad le impide mantener sus relaciones interpersonales y por ello cae en la inadaptación.

Esta enfermedad se observa más en hombres que en mujeres, sobre todo de los provenientes de familias disfuncionales. Las estadísticas muestran que las causas probables del comportamiento sociopático se pueden analizar a través de dos tipos de enfoque según su origen: genético y ambiental.

El enfoque genético se basa en el hallazgo de antecedentes familiares psicopáticos: se ha observado entre los familiares de este tipo de pacientes una importante proporción de alcohólicos y sociópatas entre los hombres y de histerismo entre las mujeres.

En cuanto al enfoque ambiental, se ha observado que hay más sociópatas provenientes de medios inestables y carentes de educación (abandonos, familias disociadas, rechazo afectivo, malos tratos).

La infancia del sociópata se caracteriza por una marcada indisciplina escolar y hacia sus padres. Este comportamiento se agudiza más en la etapa de la adolescencia durante la cual puede llegar incluso a cometer pequeños actos delictivos.

En la edad adulta prevalece esta conducta sólo que se extiende a casi todas las esferas de acción del individuo: tiene dificultades para mantenerse en un trabajo de manera estable (inestabilidad), hace negocios fantásticos que terminan en el fracaso, en una alta proporción se convierte en “el parásito” de su esposa o de su familia; de no ser así participan frecuentemente en actos delictivos: robos, estafas, falsificación de firmas, emisión fraudulenta de documentos, usurpación de títulos y profesiones, uso y tenencia de drogas, prostitución hetero y homosexual que podría llevar implícita el chantaje convirtiendo al “cliente” en víctima.

Su vida afectiva es igualmente inestable: separaciones, divorcios, abandonos de familia, relaciones efímeras. Por lo general, huye ante los conflictos y los compromisos con los demás. Está en constante búsqueda de nuevas aventuras que lo distraigan. No aprende de sus fallas e inexorablemente cae una y otra vez en los mismos errores, sin experimentar pena ni remordimiento (en caso de producir daño moral a alguien), no toma medidas preventivas para evitar cometer los mismos desaciertos.

Es incapaz de mantener sus logros (le cuesta proyectarse hacia el futuro). No tolera las frustraciones y al padecerlas reacciona incontrolada y desproporcionadamente. Tiene una gran capacidad para engañarse a sí mismo y a los demás y tiene tendencia a confundir lo fantástico con lo real. Es más amoral que perverso.

Como dije antes, a mí todas estas características me parecen muy cuestionables. Yo me pregunto: ¿Cuál triunfo es duradero en la vida?, ¿Quién no cae en el mismo error varias veces?, ¿Es todo drogadicto un psicópata?

Siendo tan común en nuestras sociedades el consumo – casi excesivo – de alcohol, cabe preguntarse: ¿es éste un rasgo psicopático?

Los divorcios y separaciones: no sólo se presentan en los psicópatas ¿no es acaso denominador común de nuestras sociedades?

Por ello, como expliqué antes, sólo acoplando muchos de los rasgos de la personalidad presentados estaremos en capacidad de distinguir al psicópata del individuo estable de nuestra época.

EL SENTIMIENTO DE CULPA

Por Lida Prypchan
El tema de la civilización siempre tendrá partidarios y detractores; habrá quien escriba alabándola, quien lo haga  en tono de crítica, o quien se refiera a ella como la “estremecida actualidad”, o como J.F. Reyes Baena quien en su columna Creyón del cotidiano venezolano “El Nacional” a finales de los años 80 se refirió al mundo en que nos movemos como “viscoso tremedal de confusiones”.

Y no es para menos: estamos en la era de la neurosis, apurados siempre por llegar a algún lado. Sobre los pobladores de La Tierra, Reyes Baena dice que algunos gozan del exquisito placer de provocar sádicamente el dolor de los demás, mientras otros aspiran a lavar sus culpas en el sabroso contento del sufrimiento personal.

Estas palabras de una u otra forma me hicieron pensar en un juego en el cual todos tomamos parte: se trata  del juego de la culpabilidad. Este juego existe desde que el mundo es mundo. Es tan antiguo como la preocupación y la depresión. ¿Quién se escapa de las preocupaciones?

Lo que cambia, en estos tiempos que corren, es que ahora en cualquier librería encontramos libros con títulos como: “Supere la depresión en 15 días” con recetas tipo torta Royal (instantánea) que sus  autores denominan “técnicas audaces”.

El sentimiento de culpa es una emoción que nos inmoviliza en el momento presente por algo que hicimos – o dejamos de hacer – en el pasado. Y sintiéndonos culpables nos engañamos pensando que de esta manera pagamos nuestro error. Una cosa es aprender del pasado y otra es mortificarnos por algo que ya pasó y no se puede solucionar.

Hay una frase muy sabia al respecto que dice: “No es la experiencia del día de hoy lo que vuelve locos a los hombres. Es el remordimiento por algo que sucedió ayer, y el miedo a lo que nos pueda traer el mañana”. El ayer y el mañana es lo que realmente nos preocupa, y mientras tanto perdemos el presente pensando en las otras dos opciones.

Lo que sucede con esta emoción es que pareciese que la llevamos en nuestra sangre porque desde pequeños nos dan compota de “manzana + culpa” y luego, al llegar nosotros a la adultez les damos a nuestros hijos las mismas dosis de culpa que nos dieron nuestros progenitores y maestros.

Por mi tipo de personalidad prefiero no terminar este artículo con el mismo escepticismo con que Reyes Baena concluyó el suyo: “No es hora de hacer gargarismos con palabras que no hallaran resonancia en la conciencia ya experimentada del pueblo”.

¿Cuáles son los orígenes de la culpabilidad?

Desde que somos niños nos manipulan con la culpabilidad, sean nuestros padres, hermanos, los maestros, la religión, el Estado, la sociedad.

Si bien mi intención no es necesariamente proponer cambios, me gustaría que los interesados en el tema, si identifican con alguno de los ejemplos que daré a continuación intente cambiar su actitud – si se sienten motivados, claro está.

Uno de los diálogos más típicos causantes de culpabilidad es el de una hija (o un hijo) con su madre.

  • La madre le pide a su hija que suba las sillas del sótano porque van a comer.
  • La hija está viendo un programa por la TV y le dice que aguarde al inicio de los espacios publicitarios.
  • La madre responde que no importa, que aunque le duele muchísimo la espalda ella ira por las sillas.
  • La hija se imagina a su madre con seis sillas a cuestas y cayéndose por las escaleras.
  • Corre entonces y hace lo que su mama le pidió. Si no lo hace ella será la responsable si su madre se cae.

Son muy eficientes en la creación de sentido de culpabilidad ciertas frases, tales como: “Yo me sacrifique por ti”.

Algunas madres le recuerdan a sus hijos sus dolores de parto diciéndoles: “Sufrí dieciocho horas seguidas solo para traerte a este mundo”.

Otra frase muy común en los diálogos madre hijo(a): “si seguí casada con tu padre fue por ti”. El hijo se siente culpable por la infelicidad de su madre.

EL PESCADOR Y SU ALMA

Por Lida Prypchan

Un Relato de Oscar Wilde

Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar y arrojaba sus redes al agua.

Cuando el viento soplaba desde tierra, no lograba pescar nada, porque era un viento malévolo de alas negras y las olas se levantaban empinándose a su encuentro. Pero en cambio, cuando soplaba el viento en dirección a la costa, los peces subían desde las verdes honduras y se metían nadando entre las mallas de la red y el joven Pescador los llevaba al mercado para venderlos.

Todas las tardes salía al mar y una de esas tardes, la red estaba tan pesada que apenas pudo subirla a la barca. Haciendo uso de todas sus fuerzas fue izando la red, hasta que se le marcaron en relieve las venas de los brazos. Poco a poco fue cerrando el círculo de corchos, hasta que, por fin, apareció la red a flor de agua.

Usó todas sus fuerzas y logró sacar la red a flor de agua. No había en ella ningún pez, sino únicamente una sirenita que reposaba profundamente dormida.

Tan bella era, que cuando la vio se quedo lleno de asombro, se inclinó sobre el costado y la ciñó con sus brazos. Y al tocarla, lanzó ella un grito como una gaviota asustada, lo miró aterrorizada y luchó intentando escapar. Pero él no la dejó marcharse.

Ella empezó a llorar y le dijo que era la hija única de un rey, el cual estaba muy enfermo y viejo. Él le propuso soltarla sólo si ella le prometía salir cada vez que él la llamara y que además cantara pues a los peces les gustaba el canto de la música de la gente del mar  y de esta forma se llenarían sus redes.

Ella aceptó y él soltó sus brazos y la dejó partir.

Todas las tardes el joven Pescador se internaba mar adentro, y llamaba a la sirena, y ella acudía invariablemente; salía del agua y cantaba. En torno de ella nadaban los delfines, y las gaviotas le revoloteaban sobre la cabeza. Cantaba una canción maravillosa.

Sin embargo, nunca se le acercó tanto que pudiera tocarla y cuando lo intentaba, ella se zambullía en el agua y no volvía a verla aquel día.

Pero un día, cuando ya no aguantaba más, le dijo:

– Sirenita, sirenita, te amo. Acéptame como novio, pues te amo. La sirenita movió su cabeza y le dijo: tienes alma humana; el pueblo marino no tiene alma; únicamente si despidieras tu alma, podría amarte.

Y de sus labios surgió un grito de alegría y poniéndose de pie en su barca extendió los brazos hacia la sirena y, le dijo:

– Expulsaré mi alma entonces seremos novios y, viviremos juntos en lo más profundo del mar y, me mostrarás todo lo que has cantado y, yo haré todo lo que quieras y, ya nunca podrán separarse nuestras vidas.

Y la sirenita rió alegremente, escondiendo el rostro entre las manos.

Pero al pensarlo más detenidamente dijo: ¿cómo me despediré de mi alma?

A la mañana siguiente, el pescador fue a casa del sacerdote y le planteó su problema de la siguiente forma:

– Padre, amo a una hija del mar y mi alma me impide conseguir mi deseo. Dígame qué puedo hacer para despedir mi alma, pues verdaderamente no la necesito. ¿De qué me sirve mi alma?  No puedo verla. No puedo tocarla. No la conozco.

– El amor del cuerpo es ruin – exclamó el cura, frunciendo el ceño – y los seres paganos que Dios permite que vaguen por el mundo, también son ruines y maléficos. ¡Malditos los faunos del bosque y, malditos los cantores del Mar! Los he oído a veces en las noches, e intentan distraerme de mi rosario. Llaman a mi ventana levemente y ríen y me susurran al oído el cuento de sus placeres peligrosos. Me seducen con sus proposiciones y cuando me propongo rezar me hacen muecas. ¡Te digo que están perdidos, están perdidos!… Para ellos no hay cielo ni infierno y en ninguno lugar podrán alabar el nombre del Señor.

– Padre -replicó el joven Pescador-, tú no sabes lo que dices. Una tarde capturé en mis redes a la hija de un Rey del Mar. Y es más hermosa que la estrella de la mañana y más blanca que la luna. Yo daré mi alma por su cuerpo y renunciaré al cielo por su amor. Contesta mi pregunta y déjame ir en paz.

¡Atrás, atrás! Gritó el cura. ¡Esa muchacha está perdida y te perderás con ella!

Y lo expulsó de la casa parroquial sin darle la bendición.

Con el ánimo en el piso, el pescador se fue a la plaza de mercado y los que allí trabajaban, le preguntaron: ¿qué vendes?  El joven les respondió: Vendo mi alma, pues cansado de ella estoy. Y los mercaderes le respondieron: ¿de qué nos sirve un alma?  No vale ni una vulgar moneda de plata.

El joven pescador reflexionó para sí: “¡Qué cosa tan extraña!”  El sacerdote me dijo que el alma valía más que todo el oro del mundo y los mercaderes me dicen que no vale ni una vulgar moneda de plata.

Luego decidió ir donde una bruja y cuando allí estaba le contó su problema. Ella le dijo que para eso tenían que bailar esa misma noche a la luz de la luna. Esa noche se encontraron en el sitio que ella le había indicado y comenzaron a bailar a la luz de la luna. Del otro lado de los bailarines, se oyó el galopar de un caballo; pero sin que se viera caballo alguno.

Luego observó que bajo la sombra de una roca había una figura que no estaba allí antes; era un hombre vestido con un traje de terciopelo negro. El joven pescador lo observaba como prendido de un hechizo. Finalmente, sus ojos chocaron y donde quiera que bailasen, le parecía que los ojos de aquel hombre estaban clavados en él.

De pronto, un perro ladró en el bosque y los bailarines se detuvieron y fueron subiendo de a dos en dos, para besar las manos del hombre. Mientras lo hacían, una sonrisa se dibujó levemente en sus labios altivos. Pero había cierto desdén en el gesto y los ojos del hombre continuaban fijos en el joven Pescador.

¡Ven! ¡Adorémoslo! – murmuró la Bruja tironeándolo hacia arriba.

El Pescador sintió un gran deseo de hacer lo que ella le pedía y la siguió. Pero cuando estuvo cerca de él, sin saber por qué, hizo la señal de la cruz, invocando el Nombre Santo.

Luego de lo cual, aquel extraño hombre desapareció y la bruja trató de huir también, pero el pescador no se lo permitió.

Entonces ella le dijo:

– Suéltame, pues has nombrado lo que no debía ser nombrado y hecho la señal que no puede mirarse.

Él le dijo que si no cumplía lo que le había prometido, la mataría como a una bruja falsa.

Ella palideció, tomando el color gris lívido de la flor del árbol de Judas y estremeciéndose le señaló:

– Será como quieres. Es tu alma y no la mía. Haz con ella lo que se te antoje.

Ella le dio un cuchillito con mango de piel de víbora verde y le dijo:

– Lo que los hombres llaman la sombra del cuerpo no es la sombra del cuerpo, sino el cuerpo del alma. Ponte de pie en la playa, de espaldas a la luna y con este cuchillo corta, desde tus pies, tu sombra que es el cuerpo de tu alma y ordénale que se vaya. Ella así tendrá que hacerlo.

Su alma, que estaba en su interior, le invocó y dijo: ¡Mira!  He vivido contigo durante todos estos años y he sido tu sierva. ¿Qué daño te he hecho?  No me has hecho mal alguno, pero no te necesito. –le dijo el pescador y agregó: -El mundo es amplio y hay en él también cielo e infierno y esa oscura morada crepuscular que se tiende entre ellos. Ve donde quieras, pero no me perturbes pues mi amor me llama-.

Se disponía a cortar el cuerpo del alma, cuando su alma le dijo: -Si realmente tienes que arrojarme de ti, no me despidas sin corazón; el mundo es cruel y sin corazón sufriré mucho, tengo miedo.

El pescador le dijo: ¿Con qué podría amar a mi sirenita si te diese mi corazón?  Y cogiendo el cuchillito que le había dado la bruja, cortó su sombra alrededor de sus pies.

Antes de partir su alma le dijo:

– Una vez cada año vendré a este sitio y te llamaré, puede ser que me necesites.

Se sumergió en el agua y la sirenita vino a su encuentro, rodeándole el cuello con sus brazos le besó en la boca. El alma, en pie sobre la playa solitaria, los miraba y cuando desaparecieron en el mar, se marchó llorando por los pantanos.

Al cabo de un año, el alma vino a la orilla del mar, el pescador salió, se acercó y tendido sobre el agua, con la cabeza apoyada en su mano, escuchó.

El alma le contó acerca de su viaje por Oriente. Le dijo que a un día de marchar tenía escondido el Espejo de la Sabiduría. El alma le dijo al pescador –Permíteme entrar en ti y serás el hombre más sabio del mundo.

– El amor es mejor que la sabiduría- exclamó el pescador -y la sirenita me ama; se sumergió en las profundidades y el alma se fue llorando por las marismas.

Transcurrido el segundo año, el alma llamó de nuevo al pescador y le contó sobre su viaje por el Sur. El alma le dijo: en un lugar, a solo una jornada de aquí tengo escondido el anillo de la riqueza.

– Permíteme entrar en ti y serás el hombre más rico del mundo.

El pescador riéndose le dijo:

– El amor es mejor que la riqueza y la sirenita me ama; se sumergió en las profundidades y el alma llorando se marchó por las marismas.

Transcurrió el tercer año, el alma llamó al pescador y le dijo que había conocido una posada en la que una muchacha bellísima bailaba con los pies descalzos. Cuando el pescador escuchó esto recordó que la sirena no tenía pies ni podía danzar. Y aceptó. Riendo caminó a grandes pasos hacia la orilla y tendió los brazos a su alma. Esta lanzó un grito de alegría y a su encuentro penetró en él.

Caminaron toda la noche. Cuando llegaron a una ciudad, el pescador le preguntó a su alma si era esta la ciudad donde la muchacha bailaba con los pies descalzos, a lo que su alma le respondió que no era, pero que de todas formas entraran. Al entrar a la ciudad, pasaron por una calle donde había muchas joyerías y el pescador vio una copa de plata que le gustó, entonces su alma le dijo:

– Coge esa copa de plata y escóndela. El pescador así lo hizo y ambos salieron apresuradamente de esa ciudad. Pero luego, el pescador le reprochó a su alma: ¿por qué dijiste que cogiera esa copa si sabías que era una mala acción?

– Su alma le contestó: -¡Tranquilízate, tranquilízate!

Al día siguiente y otro día más, entraron en dos ciudades buscando a esa muchacha. Y en estas dos ciudades, además de que no encontraron a la muchacha, el alma indujo al pescador a golpear a un niño y a matar a un hombre para robarle su dinero. Así lo hizo el pescador, pero luego le reprochaba a su alma. Un día su alma le dijo: – Cuando me arrojaste de ti al mundo, no me diste corazón; así que aprendí a hacer cosas malas y a amarlas.

– El pescador al oír esto le dijo: eres mala: me has hecho olvidar mi amor, me has atraído con tentaciones y has encauzado mis pies por el camino del pecado; y volviéndose de espaldas a la luna trató de recortar el cuerpo de su alma con el cuchillito que le había dado la bruja.

Su alma le dijo: -El hechizo de la bruja no te será útil; una vez en la vida puede un hombre desprenderse de su alma, pero si la vuelve a admitir tiene que conservarla para siempre,  y este es su castigo y su premio.

Al comprender su situación, el pescador se desplomó en tierra llorando amargamente. Cuando fue de día, le dijo a su alma:

– Ataré mis manos y cerraré mis labios para que no puedan obedecerte. Luego fue al mar, desató la cuerda de sus manos y quitó el sello de sus labios y llamó a la sirenita, pero ella no acudió a su llamado.

En una hendidura de la roca, el pescador se construyó él mismo una cabaña de zarzo, donde habitó por un año. De mañana, de tarde y de noche, el pescador llamaba a la sirena, pero ella no acudía a su encuentro.

Mientras tanto su alma, siempre que podía, le tentaba con el mal, pero no le vencía: tan grande era la fuerza de su amor.

Y cuando pasó todo un año, pensó el alma: “He tentado a mi dueño con el mal y su amor es más fuerte que yo. Le tentaré ahora con el bien y quizás venga conmigo”. Y el alma le dijo al pescador: – Te he hablado de los goces del mundo y no me has prestado oído. Permíteme hablarte ahora sobre el dolor del mundo y puede que  quieras escucharme. Pues en verdad el dolor es el señor del mundo y no hay nadie que escape de sus redes. Le habló de todos los sufrimientos del género humano y agregó:

– Ven, vamos a remediar esas cosas. ¿Por qué sigues llamándola si ella no responde a tus súplicas?

El joven no contestó nada, pero todos los días, mañana, tarde y noche, a la orilla del mar llamaba a su sirenita: tan grande era su amor. Nunca salió ella a su encuentro.

Transcurrido el segundo año, el alma le dijo al pescador:

– Te he hablado del bien y el mal, pero tú no me haces caso. No te tentare más, sólo te pido que me dejes entrar en tu corazón. El pescador accedió, pero cuando el alma llegó a su corazón exclamó: ¡ay!  No puedo hallar sitio por donde entrar: tan rebosante está tu corazón de amor.  Sin embargo, quisiera poder ayudarte –dijo el pescador a su alma y de repente, vino un gran grito de duelo del mar.

El joven pescador corrió a la orilla del mar y a sus pies vio tendido el cuerpo de la sirenita. Muerta a sus pies yacía. Llorando como quien está profundamente conmovido de dolor, se arrojó, besó el rojo frío de su boca y acarició el aguzado ámbar de sus cabellos.

El negro mar se acercaba y su alma sintiendo miedo le dijo: -Retírate, pues puedes morir.

El joven pescador llamando a la sirenita dijo:

– El amor es más grande que la sabiduría y las riquezas; el fuego no puede destruirlo ni puede el agua apagarlo. Yo te llamé muchas veces, pero tú no me respondías, pues yo te abandoné malamente. Y ahora que estás muerta, quiero, en verdad, morir contigo.

Cuando él supo que era su fin, besó con labios enloquecidos los labios fríos de la sirena y su corazón se despedazó en su interior. Y a causa de ello, la plenitud de su amor destrozó su corazón y el alma encontró una entrada y penetró en él y, como antes, fue una con él. Y el mar cubrió al joven pescador con sus olas.

A la mañana siguiente le tocaba al sacerdote bendecir el mar, pues había estado muy agitado, pero al ver al pescador y a la sirena a la orilla del mar muerto dijo: ¡No bendeciré el mar ni nada que en él haya!  Y en cuanto al que por amor olvidó a Dios, coged su cuerpo y el de su amante y enterradlos en el recodo del Campo de los Bataneros y no pongáis encima ninguna señal para que nadie pueda saber el lugar donde descansan. Pues malditos fueron en vida y malditos serán también muertos.

Y la gente cavó un hoyo profundo y depositaron los dos cadáveres.

Transcurrió el tercer año, un día de fiesta en el que el sacerdote tenía que dar la misa encontró el altar cubierto de flores extrañas, que lo hicieron sentirse contento sin saber por qué.

Tenía pensado hablar ese día sobre la ira de Dios, pero la belleza de las flores blancas le turbaba y otras palabras vinieron a sus labios sin saber por qué.

Cuando terminó de hablar, la gente lloraba y mirándoles les preguntó qué flores eran las que estaban puestas sobre el altar. La gente le respondió “que no sabían que flores eran, pero venían del recodo del Campo de los Bataneros”.

Al llegar la mañana, el sacerdote fue a la orilla del mar y bendijo el mar y a todos los seres indómitos que había en él. Bendijo también a los faunos y a los pequeños seres que bailan en la selva. A todos los seres del mundo bendijo y la gente estaba llena de alegría y asombro. Sin embargo, no volvieron jamás a crecer flores de ninguna especie en el recodo del Campo de los Bataneros, ni volvieron los hijos del mar a la bahía como solían hacer, pues fueron a otro paraje del mar.

LA HISTORIA SE REPITE: EL FOSFORO MORTAL

Por Lida Prypchan
Fernando Fernández de Fernández y Fernando Fernández no eran primos.  Esa es la primera aclaratoria que yo debo hacer como detective de la Republica de este país (por si acaso, porque siempre hay gente vagando por el mundo que, de repente, compran este periódico y piensan – porque a más de uno he visto – que uno quiere meterle el dedo en la boca en señal de que lo sabe todo y puede engañar hasta al más listo, les daré mis datos personales: Mi nombre es Alej Ado, nací en Rusia, me creí en Rusia… pero no descansé hasta irme de Rusia, la fecha de mi nacimiento no se las pienso dar… no insistan… ese es mi único secreto… la partida de nacimiento me la tragué en una noche de invierno cuando una novia mía se enteró de mi signo, me dio cachetadas a diestra y siniestra y me dijo: “¿Chomu te ne kachetcha scho te bula taka signu zodiakalu?

Yo le respondí: Prochu… boshemi, boshemi… Ivanna Ivanurschka: así se llamaba… recuerdo que la amé (como en cine continuado) de Moscú a Siberia… pero ya sólo eran recuerdos.  Esa noche, aún estando en Rusia, me encerré en un bar y coloqué una y mil veces la canción “Samba pa ‘ti” (llamada en ruso “Samba pa ‘tuñi”) y otras más como “Cómo curar un corazón herido” (llamada en ruso: “pedrasca in cocroska”).  “El retrato de mamá” (traducción: mamás bikinuyi), “Tú lo que quieres es que me coma el tigre” (“Reagan Fecalomatzz)… y unas cuantas más que me hicieron debatirme entre la risa y el llanto, entre la vida y la muerte, entre la URSS y los EE.UU., entre la cordura y la locura… hasta que un día hojeando el periódico Pravda encontré un anuncio muy sugestivo: “Hágase detective en dos años.  Infórmese en el instituto”: Paranoicovich, Entrepitovich, Chismosovich y Asociutki”.  Me hice, pues, detective… conseguí asilo en este país.. a través del señor Palancovich… y aqui estoy vivoski y coleandovich.

Mi primer caso es el de la Sra. Fernández de Fernández.  Ella me cuenta que, de un tiempo para acá, se siente muy nerviosa.  Interrumpe el relato para aclararme que su profesión es “lectora profesional de chismes por la revista Venecia Farandulera” y que esta actividad le ha dejado muchas moralejas sobre los artistas del país.  Por ejemplo me dice que sus maestros en Filosofía han sido Chepa Candela y Susana Rivero y que, por lo general, siempre toma muy en cuenta sus críticas y comentarios.  Hace poco vio una película.  Se quedó sorprendida al ver tanta gente indeseable junta y sobre todo, gente que habían quedado mal parados en el pasado.  Ahora aparecían como un mismo pueblo a intentar cambiar su imagen o quizás a confundir al público dando un extraño mensaje.

Uno de ellos logra ganarse nuevamente la simpatía que, por algo muy grave, había perdido.  Y actuó también, y ayudado por este pueblo que olvida tan rápido, que logra su acometido.  El mensaje era extraño.  Cómo explicar.  Quisieron decir: “no son todos los que están ni están todos los que son, de todas formas es muy fácil estar dentro y después salirse”.  Desde entonces, continua la Sra. Fernanda, le temo a mi esposo.  El es mi primer esposo, él es viudo, su primera esposa murió quemada en un horno que le regaló él, el cual, un día, por accidente, que estaba prendiendo un cigarrillo mientras ella se disponía a prender el horno, se le fue de las manos el fósforo y la pobre murió.

No lo llevaron preso porque no había pruebas.
Ahora me regala un horno… no sé con qué intenciones… después me regala la película de la que le hablé antes y ha llenado la casa de cajas de fósforos.

Fue un caso bastante simple: le aconsejé que le hiciera el contraataque.  Efectivamente ella lo fue precisando.  Y cuando llegó el momento lo puso a él a encender el horno y lanzó ella el fósforo mortal.

Ahora estamos los dos en la cárcel por autores, ella activa y yo pasivo, del crimen… y la psiquiatra nos indujo a hacer una obra de teatro para drenar los rencores… pero le dio, a ella, la coordinación de la misma… y la muy desgraciada decidió llamarla “La historia se repite: el fósforo mortal”.  Queda resuelto así, señoras y señores, el primer caso detectivesco del ingenioso Alej Ado quien dejó bien claro que sólo los bobos se la dan de vivos y sólo los vivos se la dan de bobos.

Fernanda Fernández de Fernández y Fernando Fernández eran primos y encomendaron a un infeliz su plan infernal: un doble suicidio al frente del horno.  Y lo más triste: participó en este maquiavélico plan sin saberlo.

AQUÍ TE DIGO COMO SABERLO: ¿ERES NEURÓTICO?

Por Lida Prypchan
Hoy día el término “neurótico” es un asunto de moda.  Ya no podemos, para expresar nuestra reprobación por alguien, utilizar los términos “caprichoso”, “pusilánime” o “suspicaz”;  ahora, nuestro modernismo, nos impone llamarlos “neuróticos”.

Es difícil, y más en tres líneas, desarrollar lo que implica ser un neurótico.  A veces hasta usamos este término y desconocemos lo que denota.

Para conceptuar la neurosis hace falta tomar en cuenta, y muy seriamente, las normas culturales que rigen al individuo y sus circunstancias vitales.  ¿Por qué son importantes las normas culturales?  Porque a través de éstas la sociedad establece sus parámetros de normalidad y anormalidad.  Normalidad: lo que la mayoría hace; anormalidad: los que se salen de la raya que establece el límite.  Así, en base a estas normas, tendremos a considerar neurótico al artista que gana un pequeño sueldo semanal cuando podría tener ingresos muy superiores, dedicando algún tiempo más a su labor, y que, en cambio, opte por gozar de la existencia en la medida que se lo permitan sus modestos ingresos, malgastando buena parte de su vida en compañía de mujeres.

La razón por la cual lo llamamos neurótico es porque nos dejamos guiar por las normas sociales que nos han inculcado un anhelo de progresar en el mundo, de aventajar a los otros, de ganar más dinero que el requerido para el sustento.  Por sólidos motivos, como por ejemplo que unos pocos influyentes e importantes personajes sociales determinan el modo de vida de la mayoría, toda cultura se aferra a la creencia de que sus propios impulsos y sentimientos constituyen la única expresión normal de la “naturaliza humana”.

Existen dos características que se aprecian en cualquier neurosis y son: 1) cierta rigidez en las reacciones y 2) discrepancia entre las capacidades del individuo y sus realizaciones.  Por rigidez en las reacciones entendemos la ausencia de flexibilidad.  Por ejemplo, una persona normal abriga sospechas cuando advierte razones que las justifiquen; en cambio un neurótico podrá estar dominado por incesantes sospechas sin tener en cuenta la situación dada y tenga o no conciencia de su estado.  Sin embargo, la rigidez sólo es índice de neurosis cuando discrepa de las normas culturales.

Análogamente, la discrepancia entre su capacidad y sus logros puede obedecer sólo a factores externos.  En el neurótico, empero, sería índice de esa afección si el individuo continuase siendo improductivo a pesar de sus buenas dotes y contando, además, con todas las posibilidades externas favorables a su realización.

También encontramos en las neurosis un factor esencial, común a todas ellas: la angustia y las defensas levantadas contra ésta.  Esa angustia es el factor que desencadena el proceso neurótico y lo mantiene en actividad.  En primer lugar, las condiciones de vida imperantes en toda cultura engendran ciertos temores que pueden responder a peligros externos (la fuerza de la naturaleza) a las formas que adoptan las relaciones sociales (desencadenamiento de la hostilidad por injusticia, opresión).  El neurótico no sólo comparte los temores comunes a todos los individuos de una cultura sino que sufre además otras angustias  distinguidas por su cantidad o calidad de las correspondientes a su cultura.  En segundo lugar, los temores suelen soslayarse mediante determinados recursos de protección como los tabúes, los ritos y las costumbres.  Así, una persona normal de ordinario se hallará en condiciones de realizar todas sus capacidades y de gozar lo que la vida puede ofrecerle.

El neurótico siempre sufre más que el individuo medio pues de continuo se ve obligado a pagar un precio desorbitado por sus defensas; precio consistente en le menoscabo de su vitalidad y de su expansividad o, más específicamente, en la restricción de sus capacidades de realización y de goce.

Hemos aunado los factores psicológicos y los sociológicos para entender al neurótico. Este es el método que hemos seguido al indicar que el temor y la defensa constituyen uno de los centros dinámicos de la neurosis, pero que sólo producen neurosis cuando discrepan en cantidad y calidad frente a los temores y las defensas normales en la misma cultura.
Hay todavía otra característica esencial de la neurosis: la presencia de tendencias en conflicto, de cuya existencia el mismo neurótico no se percata y ante las cuales automáticamente procura alcanzar ciertas soluciones de compromiso.  Lo que distingue los conflictos neuróticos de los que habitualmente dan en una cultura no es su contenido sino, por el contrario, la circunstancia de que esos conflictos son en el neurótico más agudos y acentuados.

El neurótico persigue y alcanza soluciones de compromiso menos satisfactorias que las obtenidas por el individuo común y establecido con gran perjuicio para la personalidad total.
Resumiendo: neurosis es un trastorno psíquico producido por temores, por defensas contra los temores y por intentos de establecer soluciones de compromiso entre las tendencias en conflicto.  Sólo conviene llamar neurosis a este trastorno cuando se aparta de las normas vigentes en la cultura respectiva.

SOY INFERIOR ¿Y QUÉ?

Por Lida Prypchan

Los sentimientos de inferioridad son parte de la naturaleza humana.
Pero ¡Ojo! no permita que se le convierta en complejo.

 

Los sentimientos de inferioridad son parte de la naturaleza humana. Pero ¡Ojo! no permita que se le convierta en complejo.

Los sentimientos de inferioridad forman parte de la experiencia normal. Y es que hay varios aspectos de la naturaleza humana que determinan su sentido de inferioridad respecto a otros seres vivos: su relativa debilidad física, comparada con la de animales de talla semejante, y su prolongada – y a veces desamparada – niñez.

Los sentimientos de inferioridad forman parte de la experiencia de los individuos y casi todas las personas, lo reconozcan o no, terminan por conformarse con sus limitaciones.

El método correcto de reajuste de estos sentimientos de inferioridad se llama compensación, y la incapacidad de reajuste produce lo que se denomina “complejo de inferioridad”. El camino de la vida es largo y puede ser retorcido, y en cualquier punto del mismo puede verse traumatizada la madurez psicológica, tornándose la inferioridad en un complejo.

Fue Alfred Adler, un doctor vienés colega de Freud, quien estudió a fondo, a principios del siglo XX, el complejo de inferioridad. Adler encontró en 1912 que sus ideas eran diferentes de las de su colega Freud y denominó su sistema “psicología individual”.

Adler creía en la compensación. Por ejemplo, él pensaba que en la esfera psíquica podría suceder lo mismo que en el caso de los riñones: cuando uno de ellos se enferma, el otro riñón incrementa su función para mantener el cuerpo sano.

Demóstenes tartamudeaba de niño y esto parecía haberle motivado para lograr ser un gran orador. Por ello, Adler consideraba que la clave para entender el modo de operación de la mente residía en el impulso de poder o voluntad de dominio presente en todos los individuos y afirmó que era la fuerza inductora del intento del hombre por conseguir el “objetivo de su vida”, la idea de superioridad, de significado social y de elevación de la propia estimación del individuo.

La relación de los sentimientos de inferioridad de una persona con su impulso de poder, le induce a veces hacia el objetivo vital, relacionado quizás con su propia inferioridad. Pero cuando el individuo siente que es demasiado débil para lograr lo que se propone, entonces se apodera de él un complejo de inferioridad.

Influyen en los sentimientos de inferioridad la relación del niño con sus padres, las relaciones entre sus padres y la inestabilidad o estabilidad que derivan de dicha relación, es decir, la forma en que el niño es o ha sido tratado: punitiva y rígidamente, menospreciándolo cuando se encuentra en una edad en que todo lo dicho por sus padres es una verdad irrefutable dentro de él.

Según Adler, cada niño desarrolla una estrategia especial para tratar con las situaciones familiares que representan para él un obstáculo. Adopta ciertas actitudes – o lo que llama Adler un estilo de vida-, sobre las que se basará su carácter cuando sea adulto. En otras palabras, para un niño los sentimientos de inferioridad son rasgos normales de la existencia.

Hay tres tipos de reacciones posibles: la normal o compensación, la extranormal o supercompensación y la anormal o complejo de inferioridad inconsciente.

Adler creía que en la neurosis, el individuo que se siente incapaz de conseguir un objetivo superior, desarrolla sus síntomas para escapar de la competencia o para conseguir el dominio sobre los demás mediante una especie de extorsión emocional. Para el niño torpe en los deportes, la reacción anormal o neurótica de proceder es desarrollar una enfermedad para así sentirse justificado ante él mismo y ante su grupo.

Cuando el niño entra en la adolescencia se observa a sí mismo y se compara en todo con sus compañeros. Esta es una etapa difícil en la que ni es niño ni es adulto, se siente confundido, no tiene claros sus sentimientos e impresiones sobre las cosas y la gente y suele dejarse llevar mucho por lo que el grupo piensa.

En la reacción normal, la mayoría de los invitados ya han efectuado reajustes y hallado compensación para su inferioridad cuando llegan a la edad adulta.

Sin embargo, la resolución de un complejo de inferioridad no se produce automáticamente, y su naturaleza inconsciente suele significar que el individuo no puede verlo por sí mismo. El desajuste sólo puede resolverlo el mismo individuo, si se da cuenta del mismo y teniendo entonces la habilidad para rechazar y controlar sus sentimientos y reacciones.