Por Lida Prypchan
Toda propaganda tiene como finalidad lograr que el público hacia el cual va dirigida adopte comportamientos específicos. En el caso del personaje “Rumildo”, protagonista de la campaña institucional lanzada por Petróleos de Venezuela (PDVSA) a principios de la década de los 80, la cual promovía el ahorro de combustible y pretendía que los usuarios del parque automotor en Venezuela redujeran el consumo de gasolina en un 1 por ciento.
Pero ¿a qué se debe que esa estrategia haya tenido tanto éxito? El éxito de Rumildo se debió a dos razones: 1) a la ingeniosa idea de Petróleos de Venezuela de crear un personaje para gente poco original, con el mismo patrón de vida de un ciudadano común, cuyas vidas son manejadas por los medios de comunicación y, 2) el temor presente en los venezolanos de pasar por tontos, ya que la tendencia general es ser “demasiado astutos”.
En resumen, Rumildo es un producto de la dependencia.
Petróleos de Venezuela
Esta empresa consiguió que profesionales del mundo de la publicidad crearan un personaje que se pudiera manipular exitosamente en el logro de actitudes colectivas que interesaban a la empresa. La misión culminó con el nacimiento de Rumildo: un hombrecito con cara y gestos de tonto, cuyo aspecto y comportamiento “dieron en el clavo”, y es por ello que Rumildo fue conocido en Venezuela y más allá de sus fronteras.
Los creadores de este personaje buscaron una muestra viva donde aparecieran: manera de pensar, costumbres, aspiraciones y sentimientos de los afectados por la cultura del petróleo. Y efectivamente, lo escrito sobre Rumildo confirma que este personaje es un hombre con rasgos semejantes a los domesticados por nuestra cultura.
En general, estas muestras están signadas por la indiferencia y la pasividad de una sociedad con un complejo cultural de conquista, que pone en entredicho su libertad, su capacidad de poseerse a sí misma.
Los punteros de esta sociedad, los más receptivos a los planteamientos de agentes de empresas formadoras del gusto, son los que conforman la llamada “clase media o pequeña burguesía” o también “clase del confort”; estrato que nace de los procesos de modernización, industrialización, urbanización y concentración de población en grandes ciudades.
Este grupo se caracteriza por ser parte de una multitud rutinaria, sin iniciativas, dispuesta a consumir lo que anuncia la televisión y cumplir las órdenes de otros.
Desprovistos de iniciativas y siendo seguidores de modelos por excelencia, les tocan su punto débil: su temor a pasar por tontos y es por esto que basta que les digan ¡No sea un Rumildo, usted es un hombre inteligente, que sabe pensar! para que cambien de actitud y, una vez más, sean objetos fácilmente manejables.
Es fácil ser igual a los demás, representar un mismo papel, seguir el modelo social aceptado por todos, hacer lo que todos hacen y lo que es aún peor: pensar como todos piensan.
Lo difícil estriba en pensar por uno mismo cuando los demás quieren pensar por uno, y actuar de acuerdo con nuestras creencias y gustos, aunque eso signifique ser considerado “un tonto”, que a la hora de la verdad al ser pensante poco importa.