Por Lida Prypchan
Una de las características de nuestra época es hablar en términos exagerados. El hombre de este siglo dispone de muy poco tiempo para conocer la cantidad de maravillas que ofrece la modernidad. Entre ellas, hay que tomar en cuenta los instrumentos disponibles en la actualidad para hacer exploraciones de todo tipo.
Esos instrumentos, a pesar de haber sido creados por la mente humana, se han implantado en la cotidianidad del hombre para convertirlo en un ser dependiente y acorralado, aburrido y desorientado. Yo me pregunto a qué se dedicará uno cuando los oficios del hogar sean ejecutados en su totalidad por dispositivos electrónicos, cuando el ejercicio mental sean exclusiva responsabilidad de las computadoras y la mano de obra sea totalmente automatizada…
Somos creadores de esos monstruos y también sus víctimas. Me asombro al ver esas películas estadounidenses que muestran la cantidad de sofisticados vibradores sexuales y penes mecánicos que han sido creados para las mujeres insatisfechas o curiosas simplemente, y de cómo la pornografía es una forma de mecanización del acto carnal.
Pero esta época no es más permisiva que otras, es sólo una liberación verbal. Antes existía exactamente la misma libertad sexual que se tiene y se vive ahora, la única diferencia es que antes eran más los habitantes del planeta discretos e interesantes en ese aspecto.
Antes eran pocos los que contaban sus intimidades sexuales con lujo de detalles, al contrario de como sucede ahora, donde particularmente los jóvenes creen cometer una hazaña al hacer sus comentarios sobre este tema. Lo prohibido tiene un gran encanto.
Precisamente la época no prohíbe y por ello nos interesamos menos por el sexo. Se ve el alto porcentaje de impotentes y frígidas que existen. Piensan que el amor es algo genital. No se enamoran, no profundizan y contradictoriamente, son más cohibidos. Algunos lo resuelven pervirtiendo a personas jóvenes, porque ahí sí encuentran placer, por ser algo prohibido.
Uno de los pro de la pornografía, es que logró la abolición de un tabú. Las relaciones sexuales nunca habían sido filmadas y al hacerlo, logró agregarle un incentivo, un coadyuvante a las relaciones físicas para algunas parejas desmotivadas. La pornografía define el estado actual de los sentimientos del siglo.
El hombre desea abolir aquellos preámbulos tontos e ingenuos y hasta falsos que se manifestaban en épocas anteriores. La atracción física ha existido desde tiempos inmemoriales, no obstante, las formas de manifestarlo han cambiado progresivamente. Algunos argumentan que es ridículo todos esos preámbulos, lo consideran un engaño: porque lo único que saben, es que existe atracción y desean compartir un rato sin necesidad de mentiras ni compromisos.
El joven de hoy no quiere comprometerse. Ha sufrido varios noviazgos esclavizantes y desea compartir y hasta llegar a amar. Lo importante de este tipo de relaciones, es que a veces son más duraderas e interesantes, porque ni te atas ni te atan.
Pero la contrapartida de lo anterior es el extremismo, el hombre actual es inestable, poco armónico. Tampoco creo saludable encadenarse sin amor, ni considero que lo mejor sea llevar una relación ambigua, porque esto conlleva a la superficialidad y a la represión.
Resulta mejor establecer una relación con un solo individuo tratando de conocerse mutuamente lo mejor posible. Las personas que no se comprometen lo hacen generalmente por miedo; se sienten inseguros e indefensos ante una relación que exige profundidad. No se comprometen, pero temen ser abandonados.
Quien no se arriesga ni gana ni pierde. Al tomar el riesgo de un compromiso, se ganan momentos preciosos, se comparte y luego, si algún día termina, queda el saber que fue una experiencia disfrutada con toda la capacidad.
A este respecto un sabio chino me dijo: “Un hombre si desea llegar a ser superior no puede desarrollarse, si parte de su vida sentimental consiste en causar daño a otros”.