Por Lida Prypchan
Es mucha casualidad que todo lo que es público esté destruido parcialmente o en su totalidad. De lo que no hay duda es que lo poco que dan en beneficio del pueblo está en mal estado.
Se ve en todo, los autobuses, las universidades, las paredes de las calles, las mismas avenidas, las pocas bibliotecas que existen, los liceos, los teléfonos, el medio ambiente, la bella naturaleza que posee Venezuela que no apreciamos ni valoramos.
Al ritmo en que aumenta la población parece como sí también aumentara la agresividad y la irritabilidad de sus habitantes. Parece como si una forma de desahogar sus tensiones fuera destruir todo lo que tienen a su alcance y, de manera exclusiva, lo público que a la hora de la verdad a nadie le importa.
Todo lo público lleva un emblema falso de “ser patrimonio de todos” cuando es una linda teoría y nada más ya que, a la hora de practicar la teoría, las cosas públicas no son de nadie y carecen de dueño e importancia para la nación.
Otra manifestación y, por cierto, bastante común es la no conservación del medio ambiente: vemos cerros ardiendo, aguas de lagos contaminadas y todo por negligencia o mala intención.
Pero no solo se destruye la naturaleza sino que cualquier institución nacional es blanco de desmoronamiento. Por ejemplo: la Universidad. En la universidad no hay pared que no esté manchada con propaganda política. Al reclamar a los que escriben y ensucian las paredes, estos dicen que estamos en una sociedad donde las tensiones políticas deben tener válvulas de escape y que, una de ellas, es utilizar las paredes universitarias como una de estas válvulas.
Al oír esto, propuse mandarles diez niñitos que viven en mi cuadra para que en las paredes de sus casas y el frente de las mismas sirvieran como válvulas de escape. Les expliqué que estos niñitos pintarían sus paredes con pescaditos, casitas, soles radiantes, olas marinas, lunas románticas, burritos, etc. Les dije que también esto contribuiría con el estímulo de la creatividad y el sentido de libertad en esos niños.
Me contestaron alterados que si un grupo de niños invadieran sus casas de esa manera, probablemente recurrirían a la policía, porque lo considerarían una invasión de territorio.Lo que sucede es que como la universidad no es de NADIE, todos se dan el lujo de medio destruirla en pro de sus pseudo-ideas, ideas sin ninguna base y guiadas por un oportunismo sin nombre.
El venezolano no se siente venezolano. Quizás sea el país con menos identidad nacional que existe en el planeta Tierra.
Venezuela parece estar poblada por una banda de delincuentes que se sienten extranjeros y marginados en su propia tierra. No hay libro en una biblioteca que tenga todas sus páginas completas. No hay autobús que no le falte un asiento y que muestre solamente el puro resorte. La identidad nacional y el sentido de cooperación entre los pobladores de una nación en pro del mejor funcionamiento de todo, no se construye ni se arregla poniendo el Himno Nacional cuatro veces al día.