UN DÍA EN EL CAMPO

Por Lida Prypchan

El aspecto físico de Exemoniac  no engañaba. Su apariencia… ni hablar… lo decía todo. Sin darse cuenta había pasado por la vida sin que la vida pasase por él. Estaba – la mayoría de las veces – totalmente distraído, como si no quisiera ver fuera de sí mismo; tal vez para no afligirse más de lo necesario — ¡qué inteligencia la de ese hombre!

Era alto, como todos los hombres ingenuos y lentos, como eran todos los hombres altos. Su boca era inmensamente grande, como todos los hombres sinceros. Era demasiado bueno y su aire despistado le ayudaba a resguardarse de esa excesiva bondad o quizás para obviar los golpes, que podían convertirse en necedad.

Quienes lo conocieron de pequeño, comentaban con sorpresa el gran cambio que había dado. De niño, fue más bien algo travieso y pesado en sus juegos. Su adolescencia había sido tormentosa, ya que quiso quemar demasiadas etapas a la vez. Por ende, no quemó etapas paulatinamente, sino que tuvo un incendio en su vida, cuyas marcas le dejaron la amarga sensación de la precocidad mal guiada y el miedo propio de esta experiencia. En su adultez quiso en cambio llevar adelante una tranquila existencia.

Era perezoso, como todos los millonarios, y prejuiciado y moralista, como todos los viejos a destiempo.

Lucy, era una fotocopia fiel de su madre, casi un dictado mental de ella: interesada, como todas las personas  frívolas, mentirosa como las mosquitas muertas, o manipuladora como las arañas. Cuando Exemoniac  la veía pasar, sentía como si su corazón necesitara un marcapasos, los ojos se le brotaban y las manos le sudaban. Lucy, por su parte, amaba el carro del ingenuo Exemoniac.  Y así, el amor y el interés se fueron al campo un día y más pudo el interés que el amor que sentían.

Dicen que polos opuestos se atraen; el amor y el desamor se atraen, por lo menos durante el tiempo en que el simulador se encubre. En este caso, quien tenía que disimular era Lucy ¡y qué bien lo hacía! Era sumamente bondadosa con él, lo trataba cual niño pequeño que puede extraviarse y dejarle todos sus millones. Pero, como decía un filósofo “desde que no busco encuentro”, o sea, que basta anhelar mucho algo para que no se cumpla. Lucy construyó en el más acá, las mil y una trampas para que su esposo Exemoniac se fuera al más allá, e irremediablemente nada sucedía: Exemoniac , seguía distraído.

Como tenía que distraerse, Lucy comenzó a hacer fiestas para burlarse de sus invitados; oficio de ricos, por supuesto. En uno de esos festejos, conoció a un hombre que le puso la vergüenza de corbata y la humillación de vestido. Al verlo, ella sentía un escalofrío en su interior y no era capaz de articular palabra alguna. Cuando hablaban, sentían el éxtasis del encanto amoroso y el miedo de la atracción física. Conscientes de sus intenciones, le daban largas al asunto dejando madurar el momento, como si lo fueran a disfrutar más, mientras más lo demoraran.

Gustaban de practicar el arte de la resistencia y el dominio aparente, gozando juntos de pequeños detalles, tales como hacer contacto con palabras y miradas y, conversar largamente sobre temas banales. Este hombre -pensaba Lucy- es diferente a los demás: es paciente, distante, discreto y observador, no es apremiante en la consecución de sus deseos, como los otros, que se comportan como si hubiesen acabado de salir de la cárcel, lo cual espanta a las mujeres.

Lucy amaba demasiado la comodidad para abandonar a Exemoniac  y amaba, por primera vez, para dejar escapar a su único y, quizás, último amor.

Todo comenzó siendo una pasión. Las caricias de su amante surtían el efecto de una droga, eran excitantes e hipnóticas a la vez. Lucy no tenía más que dejar caer su voluntad, dejar de ser ella misma; se convertía en nada, salvo un vaso de placer palpitante, la cálida tiniebla de un abismo. Y amándose, compartiendo juntos con su cuerpo y con su espíritu, fueron conociéndose y enamorándose como si nunca más lo fueran a experimentar de nuevo.

En efecto, Lucy nunca más volvió a experimentarlo. El tiempo y su amada comodidad lo disolvieron todo, menos los recuerdos que junto al niño viejo Exemoniac evocaba a diario y, finalmente, se fueron al campo un día y más pudo el interés que el amor que le tenía.

 

LA PEOR DE LAS PASIONES

Por Lida Prypchan

La envidia es la peor de las pasiones. El envidioso no es frontal. Ante las calumnias de los envidiosos la gente suele encolerizarse, lo mejor es pensar que la envidia incluye reconocerse inferior, ser sombra de algo o de alguien, encontrarse en desventaja. Hasta podríamos inferir que debe ser muy triste no generar envidia.

Creo que a mayor superación personal, menos probabilidades hay de sentir envidia y, más probabilidades de admirar las capacidades ajenas: el hombre grande huele, presiente o intuye lo grande.

La calidad humana impregna todas las acciones de la vida. Quien sólo tiene vileza en su interior sólo puede dar en retorno lo mismo. Por más que la disimule ella contamina su forma de mirar, también el logro de sus objetivos.

Entre W. A. Mozart y Antonio Salieri existía la típica relación envidiado-envidioso. El primero era un genio infantil: obraba con la inconsciencia, la rebeldía de un niño, desconocía  las trabas mentales de los seres viles; Salieri en vez de dedicarse a su trabajo, se obsesionó con Mozart, se comparaba contantemente con él y se aliaba con otros para entorpecer su camino; hasta llegó a aprovecharse de su enfermedad y pobreza para matarlo con un Réquiem, que a mi juicio es lo mejor de su obra.

Pero también su envidia lo condujo a la mediocridad, al sufrimiento y a la locura, que no era locura sino complejo de culpa. Lo mató  su conciencia. La envidia es una pasión tan oculta, tan irracional, que por más que se trate de esconder siempre surge.

Por haber sido víctima de un envidioso, voy a relatarles mi experiencia.

Las circunstancias nos reunieron. No me lo explicaba, pero yo sentía que él rabiaba al escuchar mi voz, pero no se atrevía  a intervenir. Al cabo de un tiempo empezó  a crear descontento a mí alrededor. A partir de ese momento, no hice más que evitarlo.

Su mirada se tornó recelosa. En cada uno de mis actos veía una canallada. En una oportunidad, llegó a hacerse amigo de la mujer que sería mi suegra, para desvirtuar en ella mi imagen. Desde entonces, esa señora pasó a la historia de mi vida, junto a su hijo.

Lamenté esa pérdida: él era saxofonista y me llevaba serenatas a la luz de la luna, yo quedaba extasiada ante las melodías que brotaban de ese instrumento;  fue precisamente él, quien me estimuló para aprender a tocar las maracas. Al cabo de unos de meses de iniciar nuestra relación, habíamos formado un conjunto musical cuyo nombre era: “Amor, Rock y Maracas”.

Después de separarnos yo soñaba con dar conciertos y, pensaba incluir algunas de las canciones que juntos habíamos compuesto, como por ejemplo: “Si no se hubiese interpuesto tu madre” y, otra muy linda, “No discutamos”. Estas canciones dan prueba de la turbulencia de nuestro amor.

Fue mejor que ese romance terminara, yo no podía continuar tocando las maracas… me interrumpían mis estudios, no me dejaban escribir, ni leer. ¿Y qué mortal se puede ganar la vida tocando maracas?  El joven envidioso hizo lo imposible por sacarme de quicio y a mí, mientras tanto, me preocupa mucho su salud mental, porque de tanto convivir con pacientes psiquiátricos, he aprendido a simular cordura, aún en mis momentos de mayor locura.

ESCENARIO DE FICCIONES

Por Lida Prypchan

En este inmenso escenario de ficciones existen dos tipos de personajes, que producen un estado que oscila entre la maravilla y el terror, ellos son: el prepotente y el optimista a ultranza.

En el primer caso, el prepotente es un individuo que juega a ser imprescindible. Su actitud se vuelve persistente, porque la que tiene momentáneamente logra vender su imagen. Pero si se le analiza con más detenimiento, se observa que sus razonamientos han perdido toda perspectiva, porque muy confundido debe estar para no darse cuenta de tres cosas: la primera, que su actitud manifiesta de seguridad es inferioridad; la segunda, que son muchas las puertas que se le cierran; y la tercera, que el ser humano frente al universo es una diminuta partícula destinada a morir y, que por esta sencilla razón uno no tiene más derecho que a ser humilde y condescendiente.

Según la filosofía china, la condescendencia es una de las mayores virtudes que puede poseer el hombre y, consiste en disponibilidad exterior y firmeza interior; en el prepotente sucede lo contrario: hay dureza exterior y debilidad interior.

El hombre mientras más estudioso, más tiende a considerar que sabe poco, precisamente porque se da cuenta de que le falta mucho por aprender. Por el contrario, el pedante cree que sabe mucho, se jacta de saber y suele tener una actitud descalificadora. Demás está decir que, en esta sociedad, los prepotentes están en su salsa, porque se toman demasiado en cuenta las apariencias, la verborrea, el bigote grueso, el porte científico consumado.

A la mayoría de los individuos estudiosos que he conocido, no los he visto salir de un rincón, cada vez que se desea hacer algo nuevo, salen con mil peros, obstáculos, es decir, el trabajo lo hacen los otros; no sólo es que no hacen nada, sino que obstaculizan las iniciativas de los pocos que quieren hacer algo. ¿Y cómo no se va a arrinconar y relegar a este tipo de individuos, si en el fondo socialmente se rechaza el estudio y el trabajo?

Por dar un ejemplo: a los niños no se les inculca amor a la lectura, a la música, por el contrario, los sientan como autómatas ante la televisión a ver películas de guerra, películas policiales con alto contenido agresivo, espacios publicitarios y programas que estimulan la promiscuidad. Crecen pensando que la promiscuidad no tiene consecuencias, que la muerte es sólo un juego y que lo más importante es obtener dinero por cualquier medio para consumir todo lo que les venga en gana…   así sean productos inútiles e incluso nocivos para la salud.

En el segundo caso, los optimistas a ultranza, son los individuos que salieron de la depresión y, quedaron atrapados por este medio estimulante, a fuerza de recetas estadounidenses para conseguir la felicidad. Abundan libros de autoayuda con títulos como: “No diga sí cuando quiere decir no” o a la inversa “No diga no cuando quiere decir sí”, “Qué dice usted después de decir hola”, “Cómo ser rico en veinte días”, “Cómo dejar de ser frígida en una semana”, “Cómo desembarazarse de un marido manipulador en cuatro días y medio”, “Yo estoy bien, tú estás bien”, “Yo estoy mal, tú estás bien”, “Yo estoy mal, tú estás peor”, “Cómo curar la oligofrenia profunda en cuatro noches”.

La impresión que me producen estos libros, es el haber sido escritos por aventureros que se aprovechan de los individuos influenciables e inseguros. En uno de esos libros recuerdo haber leído en su prólogo, que el autor en una oportunidad había sido millonario y luego meses más tarde, había quedado en la calle y después, en meses había vuelto a ser millonario, gracias a su mente positiva.

Los políticos deberían leerse estos libros, a ver si con magia, se puede salir de la mentira en que se vive.

ESBOZO DE UN CUENTO

Por Lida Prypchan

La señorita N. tenía 34 años cuando conoció al señor E., quien para ese entonces tenía 49 años. Hasta ese momento nadie, ningún mortal, había osado emparejarse con alguno de ellos. Razones no faltaban. Cabe agregar, que ambos eran de belleza e inteligencia inigualables. Habían desatado fuertes pasiones en sus semejantes o por lo menos, en aquellos a quienes inspiraron amor.

Parecerá ridículo, pero la razón por la cual caminaban solos por la vida, era por la excesiva importancia que le prestaban al hecho de retardar los acontecimientos. Les gustaba esperar, se negaban temporalmente  placeres con tal de poder disfrutarlos luego; si eran más tarde tendrían más gusto, se decían. Su afán por retardar los deleites alcanzó límites increíbles, al punto de no concederse descanso, de no complacerse en innumerables asuntos, así fueran tontos.

Para no desesperar durante la espera, cada uno de ellos, mucho antes de conocerse, ocupó su tiempo al máximo. Así el señor E., estudiaba Aeronáutica, aunque no era su carrera predilecta, pues ya las había estudiado todas. La señorita N., por su parte, se encontraba realizando un curso de Detectivismo. Una noche, una noche cualquiera, vestido sin ninguna notriedad, el señor E., se encontraba estudiando en casa de un amigo, mientras la señorita N., buscaba una dirección, necesitaba conseguir el apartamento en que vivía uno de sus clientes.

Fue así – y dicen que el azar no existe – como la señorita N. tocó el timbre del apartamento en que se encontraba el señor E. Rápidamente el cliente de la señorita N. se dio cuenta de mutua atracción que había entre ellos y procedió a presentarlos; se estrecharon las manos con firmeza y las mantuvieron así por un momento.

Salieron los tres a cenar, pues el cliente deseaba discutir unos asuntos con su detective. Durante la cena, en la conversación solamente participaron la señorita N. y su cliente, entre tanto el señor E. observaba a la señorita. Prefirió no hablarle, ya habría tiempo, pensó, y así fue que se mantuvo callado.

EN HONOR A LA TIMIDEZ

Por Lida Prypchan

El concepto de la timidez, dijo severamente el doctor Flaminio S. – psiquiatra mundialmente conocido por sus extraordinarios estudios psicoanalíticos sobre las películas eróticas de Ornella Muti – y su definición, han variado a través de los años. Existen los extrovertidos y los introvertidos. El asunto está en la gama de variaciones transitorias entre un estado y otro.

Es frecuente observar en el ambiente, individuos que pareciesen ser extrovertidos y realmente son unos introvertidos que luchan con ello. Lo cierto es que, en la actualidad no se puede decir a ciencia cierta, qué significa ser tímido y cuáles son sus características clínicas. Cada tímido es único.

Este párrafo lo leyó Alejandra al salir del baño, mientras esperaba la cena. Lo extrajo de la revista “Locos estamos todos”, cuyo lema era “No son todos los que están, ni están todos los que son”. Alejandra estaba obsesionada con la locura. Sentía que de un momento a otro, por extrañas influencias, y sobre todo a causa de su timidez, podía traspasar los límites de la cordura. Esta sensación se había acentuado de un tiempo para acá. Fue a raíz de que conoció a Clemente.

Cuando se lo encontraba en algún lugar las manos le empezaban a sudar, igualmente los pies, las medias se le deslizaban solas, la piel se le palidecía, los labios se le resecaban, el corazón se le paraba por unos segundos y luego comenzaba a latir a ritmo de galope, las piernas le temblaban, sentía las cosas girando, se le dilataban las pupilas, las orejas se le ponían de color púrpura, se le erizaba la piel, se volvía mentalmente confusa, llegando a veces a perder la conciencia, por lo cual se le practicaba un examen de fondo de ojo en el que le encontraban el retrato de un hombre que, después de intensas averiguaciones, resultó ser Clemente.

Afortunadamente, Alejandra sabía alejarse de lo que para ella constituía una zona de peligro, que era precisamente verlo a él. Inteligentemente nuestra protagonista decidió tratarse este trastorno con un psiquiatra que tenía un consultorio sentimental. El experto en asuntos del corazón y otras patologías amorosas, le hizo hincapié en que debía buscar a ese hombre y hablarle, para poder vencer su problema. Pero, lamentablemente, el psiquiatra no la instruyó sobre qué temas podría tratar con él y cuál debía ser su actitud.

Un día, Alejandra y él coincidieron en un centro comercial y sin mucho preámbulo ella lo invitó a tomar un café. En esa ocasión – y otras más -, Alejandra le habló de variados temas, como los problemas cardíacos de una tribu indígena ecuatoriana en el siglo XVI; de la historia del peinado a través de los siglos; de la influencia del rock pesado en los crímenes pasionales; de los suicidios colectivos ocurridos en época de guerra; de las propiedades curativas del limón y la cebolla; de las concesiones del mayordomo de Julio Iglesias; de las campañas antidrogas; de la formación de las nubes; de las predicciones astrológicas para el año siguiente. Por supuesto que Alejandra, debía nutrirse intelectualmente en las noches para poder desarrollar semejantes discursos.

Hasta que un día, Clemente tocó el tema del amor. Alejandra le comentó las opiniones de José Ortega y Gasset, de Mirá y López, también de Schopenhauer. Dijo, que prefería las apreciaciones de Mirá y López. Habló del demonio de los celos y, comentó el egoísmo que ellos reflejaban. Se refirió a la novela “Carmen” de Mérimée. Mientras ella hablaba, Clemente se le iba acercando provocativamente.

A un cierto punto Alejandra le declamó: “si a la lucha me provocas, dispuesta estoy a luchar”. Clemente, la invitó a un río y, Alejandra le respondió con una canción de Simón Díaz: “Mercedes se está bañando en las orillas de un río / mis ojos la están mirando / pero es de un amigo mío / yo no quisiera mirarla pero no tengo la culpa / ella parece una esmeralda con flores de chupa-chupa / que yo le avise a mi amigo / muy difícil me resulta”. Clemente, desesperado le pidió un beso y Alejandra empezó a cantar: “Aja, aja, aja, ajaaa / que no me podrás apartar de tu mente cuando vayas a besar”. Clemente, hastiado, se levantó y se fue.

Y Alejandra se quedó cantando: “Amor, tranquilo no te voy a molestar / mi carta estaba echada, ya lo sé, y sé que hay un torrente dando vueltas por tu mente / Ya lo ves, la vida es así, tú te vas y yo me quedo aquí / lloverá y ya no seré tuya, seré la gata bajo la lluvia y maullaré por ti / Amor, tranquilo no te voy a molestar, si ves alguna lágrima perdón / ya sé que no has querido hacer llorar a un gato”.

8-8-88

Por Lida Prypchan

Dos celebraciones en el día de hoy. El cumpleaños de Luis F. y la ruptura de la amistad con F. ¿Ha sido fructífera esta ruptura? La respuesta, aunque dolorosa, es que sí. El ramo de flores venía firmado por J. pero era de F. No hay duda de ello. No fue posible que actuara sin manipulaciones. Tenía que mandarlo J. para poder escudarse. No me gustó. Hasta esta máquina me conoce más que F. ¡Parece mentira!

Ayer visité a Luis para felicitarlo por sus cumpleaños. Estuve un rato en su casa, conversamos, se había enterado de que iba a dar clases en Pto. Cabello. Una joven que estudia con él le hizo la pregunta como si él estuviera más informado y para ese entonces él no sabía nada. Escuchó y comprendió la canallada de S. y R. Lo sorprendente es que me sigan saludando igual. Aquí las cosas son así. De cualquier forma me alegra que L. y M. hayan comprendido las razones por las que me quiero ir de este país, Venezuela. Ya no hay sitio para mí aquí. Hay sitio para los S., los R. y para todos aquellos que adulan, mienten, rodean y son canallas en sus intenciones. Mi honradez, mi falta de capacidad para la adulación hacen este medio imposible. El techo, en cuanto a mis aspiraciones, no quiero verlo construido por los caprichos y las apetencias de los demás, sino por los míos propios. Me sorprende que no tenga ningún complejo de culpa, ningún remordimiento.

Algún malestar sentía o no encontraba la casa de él, ahora al recapitular y observar la fecha entiendo la causa: la ruptura de la amistad con F. Más que descontenta debería estar contenta, sin embargo, me embarga la tristeza por haber perdido mis años con alguien que me hizo tanto daño. Efectivamente, de ser sincera tendría que reconocer que, por un tiempo, su amistad me ayudó en algunos sentidos. Pero al observar el final, no puedo más que reconocer que terminó haciéndome mucho mal.

Al observar el final pude comprender el principio. Una total y entera manipulación, nada de amor, nada de amistad, nada de compartir, puramente necesidad, el cubismo y la manipulación. He logrado perdonarme la idiotez tan suprema que demostré durante varios años, para mí no ha sido fácil. Perdonarse a uno mismo, tamaña idiotez, no es nada simple, hace falta coraje, hace falta autocrítica porque definitivamente el problema era mío, no de F.

Comencé el curso de Berlitz. Fue una buena decisión. Aunque la mejor decisión fue no contarle casi a ninguna persona acerca de mis planes para los próximos cinco o siete meses y mucho menos de los que tengo para los primeros meses del año que viene. Tengo pensado aprovechar al máximo el tiempo y para los próximos meses tener preparado el material de prensa.

WOODY ALLEN

Por Lida Prypchan

El atractivo de las películas de Allen, en especial de “Manhattan” y “Dos extraños amantes”, es la propuesta en la cual muestra aspectos personales de  sí mismo, sin la perfección del estereotipo estadounidense que nos muestra personajes del tipo “galán cinematográfico”.

En estas películas, Allen quiere derrumbar al héroe tradicional que ya todos conocemos y nos presenta al Woody Allen de la realidad: un hombre torpe, paranoico, neurótico, feo, que lucha contra lo establecido, pero no puede con ello.

Además de esto, las películas transcurren en una atmosfera cargada de tensión, palabras inoportunas y gestos inadecuados, sin embargo, la torpeza es escenificada con naturalidad y es por ello que pensamos que el Allen dentro de la pantalla, es el mismo fuera de ella, con la misma vida llena de obsesiones absurdas.

El personaje seductor, que no pierde oportunidad de galantear, que todo lo sabe no encaja con la personalidad de Allen. En sus películas, cuenta tanto sus triunfos como sus desventuras con las mujeres y todo por su ineptitud y timidez. El personaje de Allen es un neurótico que goza y sufre su mal.

Además, su tendencia natural es de mantener relaciones amorosas o de convivencia con mujeres que son igual de complicadas y obstinadas que él; como reza aquél refrán: Dios los crea y ellos se juntan.

En mi concepto, Manhattan, a pesar del éxito que tuvo, fue una repetición de “Dos extraños amantes”. Me recordó esos cantantes que cuando una canción es exitosa, por el resto de sus vidas se quedan cantando así, con el mismo estilo.

A pesar de la desilusión que hayamos podido sentir con Manhattan, hay que reconocer el mérito de Allen pues, aunque ya conozcamos su patrón de trabajo de memoria, tiene sin duda, un estilo peculiar y muy suyo.

El personaje y sus locuras

Físicamente es difícil olvidarlo: pequeño, desmañado y feo. Su personalidad es aún más difícil de olvidar: un ser que le encanta complicarse la vida, un obstinado de lo absurdo de la vida moderna, un fracasado en relación con las mujeres, alguien que no encuentra la manera de congeniar con las máquinas, un hombre torpe que intenta sin éxito hacerse el seductor. Y por último, tal vez lo más anecdótico de Allen es su frase: soy un infeliz, a pesar de todo.

Esta es la imagen que Allen da de sí mismo en sus películas ya que él es el personaje que está a mitad de camino, entre la actuación (lo que vemos) y la verdadera personalidad del artista (lo que creemos ver). “La imagen del infeliz nunca sirvió para describirme. Jamás lo he sido. Es sólo el calificativo que me endilga la gente poco imaginativa. Lo que yo hacía como actor eran fantasías o exageraciones de algunos hechos de mi vida, que representaba de una manera divertida para que resultasen cómicos. Pero, después de un tiempo, la prensa me había inventado una personalidad: la de un hombrecito inepto con los artefactos que además no logra relacionarse con las mujeres”.

Lo que pone a Allen fuera de la imagen de infeliz y las películas de humor que hemos visto, es su irrefrenable locura. Hay innumerables ejemplos que lo demuestran, citaré varios de ellos: Allen palmea la espalda de un jorobado y le advierte, “hay que pararse derecho”; en una reunión social, una de las invitadas le dice a su grupo “el otro día, en la sesión con mi psiquiatra, tuve un orgasmo y este me dijo que era un orgasmo de los malos”; hace un estudio sobre la eyaculación precoz de un hipopótamo; observa el trasplante de cerebro de una lesbiana en el cuerpo de un técnico del servicio telefónico; hace trampa en un examen de metafísica al observar el alma del estudiante que se sienta junto a él; el asistente del Dr. Bernard Igor, se convierte en un jorobado mongoloide a consecuencia de un orgasmo de cuatro horas de duración.

Un amigo hippie de Allen le hizo el siguiente elogio: “hacer el amor contigo debe una experiencia kafkiana”.  Un infeliz no habría podido imaginar tanta locura.

Existen otras características importantes aparte de su locura: una de ellas es la neurosis de sus personajes, en especial la de él y la de Diane Keaton. Esto lo observamos en las interminables discusiones entre ellos sin resultados, que súbitamente terminan sin lógica, pero marcadas por el capricho y la malcriadez de sus personajes.

Pero a lo que más  teme Allen en este juego de palabras es a “expresar sus emociones sin tapujos”.

Otra particularidad en su estilo, la encontramos en varias de sus películas en que Allen hace participar a la audiencia, preguntándoles si están entendiendo la película, o bien criticando a alguien que participa en segundo plano y no sabe lo que está hablando, pero está convencido de que sabe mucho. El estilo de Allen está constituido por elementos contradictorios que al final desembocan en un callejón sin salida

En su trabajo  hay un sinnúmero  de elementos que nos hace encasillarlo en la imagen del infeliz e inepto, pero sin duda es él quien manipula esta imagen y es posible que resultemos siendo nosotros los torpes e ineptos que no entendemos su neurosis.

¡Es parte de su locura enredar el tema de forma que ninguna solución tenga cabida!

UN MUNDO DE CONCIENCIAS Y MÚSICA

Por Lida Prypchan

Dedico este artículo con profunda admiración al grupo de Jazz “Taller Experimental”.

 

 

En alguna parte leí una vez que “la música esculpe el tiempo y el tiempo esculpe la música”. Además de esculpir el tiempo y ocupar el espacio, la música personifica la acción. Y es precisamente con mucha acción que el jazz invade nuestros espíritus mientras esculpe nuestro tiempo y ocupa nuestro espacio.

He leído sentencias notables sobre la música; de ellas, prevalecen en mi memoria por su sencillez e inteligencia las siguientes:

El Jazz es la única música entre toda la música”. Julio Cortázar.

La música no es algo que se agrega al mundo; la música ya es un mundo” – dijo Schopenhauer.

Y como plantea Jorge Luis Borges a este respecto: “Imaginemos que en vez de cinco sentidos tuviéramos uno y que ese fuera el oído; desaparecería lo que captamos con la vista, el tacto, el gusto y el olfato, y quedaría solamente el oído. Tendríamos un mundo tan complejo o más complejo que el nuestro y, por medio de la música”.

De poderse llevar a cabo este planteamiento de J. L. Borges, pienso que el mundo sería más complejo y, a la vez, más simple. (Y no se trata de una contradicción porque a menudo la línea que separa los extremos es tan delgada como un hilo; me explico a través de un ejemplo: los grandes inventos, por lo menos muchos de ellos, han sido cosas obvias y sencillas y, sin embargo, quienes los hicieron, para llegar a ese estado de simpleza, tuvieron que traspasar terribles barreras de complejos y prolongados análisis).

Sería un mundo con sensaciones más intensas, un mundo más apasionante e intrigante y, a la vez, más simple porque no existirían las palabras que, a mi manera de ver, no son necesarias y, más bien, son perjudiciales porque los humanos tenemos la costumbre de aniquilar lo bello, lo interesante, la pasión inherente a la vida, con la rutina, el exceso de explicaciones y el compromiso que llevan consigo las palabras.

Además, con los hechos basta y sobra. Las palabras se van con el viento, los hechos hablan por sí solos, no necesitan más que acción. Las palabras son manifestaciones de pasividad prometedoras que se encierran en baúles. En fin, sería un mundo de conciencias y música.

Si además agregamos la noción de tiempo y espacio tendríamos como resultado un mundo de conciencias y música que podría prescindir del espacio y en el que siempre tendríamos el tiempo. Porque el tiempo significa sucesión, es el paso de un estado de conciencia a otro, es el silencioso e inexorable río que fluye por todos los rincones del espacio.

La música es un mundo alejado del mundo, es algo más sublime, es precisamente “un mundo aparte”, independiente, que no necesita de instrumentos: los instrumentos se necesitan para la producción de la música.

Pero, dentro de la música, quisiera referirme de ahora en adelante al Jazz.

El Jazz tiene la particularidad de permitirle a cada uno de los músicos de un conjunto crear su obra; en el Jazz no hay un intermediario, no existe la mediación de un intérprete, como sucede con la música clásica, que bien harían cambiándole ese calificativo de “clásica”.

El Jazz viene a ser en la música, lo que el surrealismo es en literatura. En literatura, el surrealismo es la “inspiración total”; en música, correspondería a la improvisación que ofrece el Jazz a sus intérpretes, es decir, una creación que no está regida por un basamento lógico y ya pautado, sino que surge de las profundidades y eso permitiría explicar la relación existente entre jazz y surrealismo.

Y me encontré escribiendo sobre música, cuando nunca pensé que se me presentaría la oportunidad. Resulta curioso, porque en realidad, varias “casualidades” –y yo no creo en “casualidades” – me llevaron por ese camino.

Primero estuve leyendo un cuento de Cortázar, “El Perseguidor”, cuyo protagonista, Johnny Carter, se inspira en la angustiosa vida de un hombre que utilizaba el Jazz para saltar a otra realidad más reconfortante, y que desesperadamente quiso encontrar algo mejor: se trata de Charlie Parker.

Luego, al día siguiente, me encontré escuchando al grupo “Taller Experimental” y, por último, al día sub-siguiente estuve leyendo el libro “Conversaciones con Cortázar”, en donde él opina acerca del Jazz.

Pero, de estas tres “casualidades”, fue la segunda la que más me motivó para realizar este escrito y, precisamente por ello se los he dedicado. A este grupo, lo había escuchado en varias oportunidades y, he de reconocer que quedé maravillada en aquella ocasión. Consideré que su progreso había sido considerable.

Hago este reconocimiento porque no quiero ser parte de la extraña tendencia de subestimar lo que a nuestro lado tenemos. Qué sentido tiene que comencemos a valorar nuestros artistas sólo cuando nos enteramos del éxito que tienen en otros países.

Felicito una y mil veces al grupo “Taller Experimental” – aún activo contando con uno de sus fundadores – porque: 1) no se han dejado arrastrar  por la “ola de indiferencia con el arte”, que caracteriza penosamente a nuestra querida ciudad;  2) Porque han sabido progresar creando a su alrededor ese “mundo aparte” de música, inspiración, improvisación y, en especial, esa capacidad de transmitir a quienes los escuchamos la pasión y ese éxtasis interno que produce la buena música; 3) En particular y muy personalmente, felicito a Enrique Lara (saxo y flauta), porque es un músico que sabe esculpir el tiempo.

Y me despido, dejándoles un frase de Benavente, quien dijo: “¿El jazz?  El jazz es como nuestras almas, donde, entre los mil ruidosos estrépitos discordantes de nuestra vida, se oculta y aparece y vuelve a perderse, en la melodía de nuestras almas, que es lo que hay de divino en ellas, y que en todas existe y en todas se percibe, si con amor nos acercamos a ellas”.

 

«DEJAR LA PRISA» Y JUAN DAVID GARCIA BACCA

Por Lida Prypchan

En la mayoría de los libros acerca de “cómo desarrollar la memoria”, sus autores nos la representan como un archivo con muchas gavetas, para que podamos clasificar y seleccionar lo que guardaremos en cada una de ellas. Memorizamos algo de mejor o peor manera, dependiendo de la impresión favorable o desfavorable que nos produzca.

¿Cómo no nos puede interesar este tema, si casi la cuarta parte de nuestra vida se nos esfuma sentados en un escritorio?  6 años en primaria, 5 años en secundaria, 5 años durante la carrera universitaria y dos o tres años adicionales en cada postgrado. En total son unos 18 a 20 años de estudio. Sin embargo, aunque el estudio viene a ser una actividad importantísima en la vida de un joven, aún no se le presta la atención que requiere.

Precisamente acerca de temas como la enseñanza y la forma de estudio de los estudiantes universitarios, habló Juan David García Bacca en una entrevista que Ramón Hernández le hizo para el cotidiano de circulación nacional El Nacional el 15 de junio de 1980. García Bacca era vasco y para el momento de la entrevista tenía 32 años viviendo en Venezuela. Era filósofo. Estaba jubilado desde 1971.

Tradujo todas las obras de Platón desde el griego antiguo en 5 años. Son en total once tomos. Para ello, se necesita ser filósofo, conocer el griego antiguo y escribir bien.

Su primera crítica fue a los profesores. Según él, los profesores creían que al terminar su carrera no tenían que estudiar más. Criticaba la caducidad de los conocimientos que impartían. Para él, el buen profesor no era el que daba la misma clase durante veinte años, sino el que las daba con conocimientos actualizados. En este sentido, García Bacca generalizó demasiado. Hay profesores de profesores y, como en cualquier otra profesión, los hay incapaces y los hay preparados, que están al día y que se esmeran por poner a los estudiantes al tanto de todos los cambios recientes.

Sin lugar a dudas, los profesores actualizados hacen su clase más amena, caso contrario sucede con los desactualizados, harán de su clase un martirio, una muerte lenta, sobre todo para los estudiantes que aguardan el más mínimo detalle para distraerse.

Hablando de esto recuerdo que en bachillerato un profesor – un hombre ya mayor – me dio clases de Historia de Venezuela. Daba la clase con un estilo como si estuviéramos en la época de la Independencia. Cómo sería su clase de fatigosa que hasta él mismo bostezaba.

Más grave es la situación del estudiantado: siempre está apuradísimo por graduarse y aún con toda la prisa, requiere tiempo sobre todo para participar en el mercado laboral; hay cada vez más y más estudiantes que necesitan sufragar sus propios gastos.

Estudia dos o tres días antes del examen – si es posible -, además, no duerme la noche anterior a cada examen de evaluación y se siente confiado en que por las horas de desvelo, del  subconsciente aflorarán los vagos conocimientos que tienen. Para desarrollar un buen método de estudio, no hay otra forma de obtenerlo que estudiando constantemente. Es como el deporte: si queremos hacerlo bien tenemos que practicarlo, de preferencia diariamente.

Hay muchos factores que hacen aborrecible el estudio.

Desde pequeños, existe la constante presión por ser el niño modelo: el que saca buenas notas. Se le enseña al niño a medir su inteligencia por sus calificaciones. Para sacar excelentes notas, la maestra le enseña a reproducir textualmente, sin entender, lo que está en los libros.

Como el método de memorizar con puntos y comas da tan buenos resultados, y los padres y compañeros los halagan y admiran por ser tan brillantes estudiantes, siguen estudiando de esa forma. En bachillerato sucede igual; pero cuando se tropiezan con un profesor que lo quiere hacer pensar ocurre la gran catástrofe: el niño genio se traumatiza.

Cuando ingresa a la Universidad y advierte que para seguir sacando las mejores calificaciones tiene que memorizar 3 tomos de mil páginas cada uno – todo en 3 meses -, más de una maldición sale de su boca, antes sagrada y pura.

Tarde o temprano se dará cuenta de su error y cambiará su forma de estudio. Este cambio cuesta, pero con insistencia se logra. Consiste en romper el hábito antiguo y afianzar el nuevo. Algunos no lo logran y se quedan estancados.

Esta evolución depende en gran medida de los padres; si les inculcan desde pequeños los hábitos correctos y los previenen contra todos estos males, los salvarán de más de una desilusión.

García Bacca habló también de la bonanza económica de la Venezuela de aquél momento. Dijo: “En Venezuela, no hay para que molestarse: llueve petróleo y el ambiente en general es de comodidad. Si un examen lo hacen difícil, lo suspenden;  y si las autoridades no quieren, los estudiantes secuestran al Decano. Queman un autobús como si fueran a prender un cigarrillo”.

También dijo: “En una sociedad bien comida y bien vestida, pedirle a una persona que le preste atención a su carrera y a su trabajo, requiere de una reconversión interna, no puede ser mediante un decreto ni por mandato de nadie. Una enfermedad no se cura de golpe, sino que son las células las que van rehaciendo el organismo. Exactamente así  ocurre en la sociedad,  se va curando por ciertas células de personas bien formadas que se van multiplicando. Por ejemplo, si un profesor logra formar tres alumnos, realmente alumnos, estos tres formarán nueve y, así, por progresión geométrica, al cabo de unos veinte años tendremos un organismo viable. Pero no sucede así, porque estamos siempre de prisa y esperando milagros. Creemos que con decir: ¡refórmate Venezuela! Venezuela se reformará”.

¿Qué nos recomendó García Bacca en aquél momento?

Nos recomendó: paciencia. Para él, ésta es una fórmula: “aguantar una hora, dos horas; un año, varios años”. El filósofo en la entrevista, salta de una crítica fuerte (sin pelos en la lengua), a la pasibilidad que le produce el cansancio de sus palabras y, termina hablándonos de la melancólica paciencia.

En la última parte de la entrevista, se habló sobre la importancia del aislamiento y la filosofía oriental. A estos temas se llegó así: Ramón Hernández, el entrevistador, viendo toda esta situación como una crisis, le preguntó a García Bacca cuál era la razón de ella. Él respondió que no era una Enciclopedia Británica, que lo único que sabía era que, para hacer algo en este mundo, había que dedicarse a una sola cosa y el resto reducirlas al mínimo.

Entonces se llegó al tema de si hay que aislarse o no. García Bacca dijo sin vacilar: si uno no se aísla, no hace nada;  lo absorbe la colectividad. En este momento la entrevista sufrió un corto circuito porque el entrevistado no quiso explicar su afirmación. Se notó su indecisión. Inteligentemente supo por dónde escapar, aclarando que uno no sólo se dedica a pensar, sino que escribe sus ideas y, los resultados de sus investigaciones tarde o temprano están en manos de la colectividad. “El aislamiento total no existe”.

Por último, se discutió sobre la filosofía oriental. Dijo, que si esta filosofía predominara en el mundo, la electrónica no existiera, nada de lo moderno existiera, no existiera ni la electricidad. En su opinión esta filosofía es un bonito cuento, pero nada más. Poesía, linda poesía.

Por todo esto, las palabras de García Bacca, no deben ir a la última gaveta de nuestra memoria.

PAVLOV

Por Lida Prypchan

Una Alternativa a Freud

La tradicional dualidad alma-cuerpo propuesta por la psicología clásica es aceptada por el psicoanálisis, sin embargo, existe una alternativa a este planteamiento: la presentada por el fisiólogo y psicólogo ruso Iván Pávlov, quien rechazaba la independencia de los contenidos psíquicos respecto a las funciones vegetativas, y se esforzó por superar esta antinomia mediante su teoría de los reflejos condicionados.

Pávlov decía: “El psicólogo es un individuo que camina en la oscuridad, guiado por una pequeña linterna que sólo ilumina zonas muy limitada. En cambio, nuestras investigaciones objetivas acerca de la actividad nerviosa de los animales superiores abrirán el camino para que los psicólogos puedan descubrir las leyes yacentes en el intrincado laberinto de ese mundo interior llamado la psique.”

Una vida consagrada a la investigación

Ivan Pretrovic Pávlov nació el 14 de septiembre de 1849 en la ciudad de Riazán, Rusia. Era hijo de un Patriarca ortodoxo, Piotr Pávlov. Abandonó sus estudios de Teología cuando cursaba el último año en el seminario, para iniciar sus estudios en 1870 en el Departamento de Ciencias Naturales de la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de San Petersburgo; allí se especializó en fisiología animal. Se graduó y se doctoró con una tesis sobre el funcionamiento de los nervios centrífugos del corazón. Entre sus estudios e investigaciones se encuentran los siguientes: “Estudios sobre los nervios reguladores de la secreción del páncreas”, “Alimentación imaginaria”, “Lecciones sobre el funcionamiento de las principales glándulas digestivas”, “Fisiología de la digestión”. Desde 1902 y por el resto de su vida, se dedicó al estudio de la actividad nerviosa de los animales superiores.

Descubrimientos y teorías

Sus principales aportes al pensamiento científico contemporáneo fueron cuatro: “La teoría de los reflejos condicionados”, “El concepto de los estereotipos dinámicos”, “El reflejo de la cautela biológica” y “El sistema de parto sin dolor”. Todas ellas responden a la noción fundamental que el comportamiento de los animales superiores guarda una estrecha relación con los estímulos recibidos del medio ambiente.

Pávlov era el clásico representante del método experimental. Como psicólogo, su principal mérito consistió en el absoluto rigor científico que aportó a una disciplina dominada por las suposiciones y las especulaciones. Fue en definitiva, tal como Freud, Darwin y Einstein, un pensador-científico en el sentido cabal de la expresión.

Reflejo condicionado

Es la reacción del organismo frente a cualquier estímulo exterior que se repite varias veces en circunstancias parecidas. Por ejemplo: la salivación provocada en un animal hambriento por la presencia de un manjar apetecible. Se llama condicionado porque no se da en el organismo sino que obedece a un fenómeno ajeno a este.

Experimento de la alimentación imaginaria

A partir del reflejo condicionado de la salivación del perro, Pávlov hizo construir unos laboratorios aislados del mundo exterior y encerraba a un perro en dichos laboratorios. Durante varios días, se alimentaba a la cobaya haciendo coincidir cada comida con el sonido de un metrónomo. Luego, se repetía el sonido sin suministrar alimento alguno, obteniendo como resultado que el animal segregaba saliva como si tuviera el plato ante sí.

Estereotipos dinámicos

El concepto se refiere a la captación de un conjunto sucesivo de eventos conectados entre sí – por un organismo dotado de psiquismo-, y la actividad que en un sujeto puede resultar de ellos.

Para esto, como cobaya Pávlov encerró en el laboratorio un perro y, al darle de comer, tocaba una campana, pinchándole al mismo tiempo; cuando el animal escuchaba en otras ocasiones la campana, segregaba saliva y encogía la pata.

Parto sin dolor

Pávlov inició la investigación en esta área, pero fue después de su muerte que sus discípulos elaboraron la teoría del parto sin dolor. Concluyeron que el padecimiento del parto era sólo un reflejo condicionado creado a lo largo de los siglos y cuyo precepto era: “parirás con dolor”.

La mujer llega tan temerosa al parto que durante el proceso se conduce de forma irracional y ejecuta movimientos irracionales que inciden directamente en el dolor acentuando – a veces exageradamente – la percepción de las contracciones uterinas. En consecuencia, basta educar a la mujer, enseñándole los movimientos adecuados para que deponga su actitud neurótica y dé a luz con confianza en sí misma.

El razonamiento pavloniano decía que si era posible inducir comportamientos neuróticos bajo ciertas condiciones (neurosis experimental), también era posible modificarlos cambiando las variables independientes que los generaban. De esta manera Pávlov inició lo que se puede considerar la modificación experimental del comportamiento.