Por Lida Prypchan
En este inmenso escenario de ficciones existen dos tipos de personajes, que producen un estado que oscila entre la maravilla y el terror, ellos son: el prepotente y el optimista a ultranza.
En el primer caso, el prepotente es un individuo que juega a ser imprescindible. Su actitud se vuelve persistente, porque la que tiene momentáneamente logra vender su imagen. Pero si se le analiza con más detenimiento, se observa que sus razonamientos han perdido toda perspectiva, porque muy confundido debe estar para no darse cuenta de tres cosas: la primera, que su actitud manifiesta de seguridad es inferioridad; la segunda, que son muchas las puertas que se le cierran; y la tercera, que el ser humano frente al universo es una diminuta partícula destinada a morir y, que por esta sencilla razón uno no tiene más derecho que a ser humilde y condescendiente.
Según la filosofía china, la condescendencia es una de las mayores virtudes que puede poseer el hombre y, consiste en disponibilidad exterior y firmeza interior; en el prepotente sucede lo contrario: hay dureza exterior y debilidad interior.
El hombre mientras más estudioso, más tiende a considerar que sabe poco, precisamente porque se da cuenta de que le falta mucho por aprender. Por el contrario, el pedante cree que sabe mucho, se jacta de saber y suele tener una actitud descalificadora. Demás está decir que, en esta sociedad, los prepotentes están en su salsa, porque se toman demasiado en cuenta las apariencias, la verborrea, el bigote grueso, el porte científico consumado.
A la mayoría de los individuos estudiosos que he conocido, no los he visto salir de un rincón, cada vez que se desea hacer algo nuevo, salen con mil peros, obstáculos, es decir, el trabajo lo hacen los otros; no sólo es que no hacen nada, sino que obstaculizan las iniciativas de los pocos que quieren hacer algo. ¿Y cómo no se va a arrinconar y relegar a este tipo de individuos, si en el fondo socialmente se rechaza el estudio y el trabajo?
Por dar un ejemplo: a los niños no se les inculca amor a la lectura, a la música, por el contrario, los sientan como autómatas ante la televisión a ver películas de guerra, películas policiales con alto contenido agresivo, espacios publicitarios y programas que estimulan la promiscuidad. Crecen pensando que la promiscuidad no tiene consecuencias, que la muerte es sólo un juego y que lo más importante es obtener dinero por cualquier medio para consumir todo lo que les venga en gana… así sean productos inútiles e incluso nocivos para la salud.
En el segundo caso, los optimistas a ultranza, son los individuos que salieron de la depresión y, quedaron atrapados por este medio estimulante, a fuerza de recetas estadounidenses para conseguir la felicidad. Abundan libros de autoayuda con títulos como: “No diga sí cuando quiere decir no” o a la inversa “No diga no cuando quiere decir sí”, “Qué dice usted después de decir hola”, “Cómo ser rico en veinte días”, “Cómo dejar de ser frígida en una semana”, “Cómo desembarazarse de un marido manipulador en cuatro días y medio”, “Yo estoy bien, tú estás bien”, “Yo estoy mal, tú estás bien”, “Yo estoy mal, tú estás peor”, “Cómo curar la oligofrenia profunda en cuatro noches”.
La impresión que me producen estos libros, es el haber sido escritos por aventureros que se aprovechan de los individuos influenciables e inseguros. En uno de esos libros recuerdo haber leído en su prólogo, que el autor en una oportunidad había sido millonario y luego meses más tarde, había quedado en la calle y después, en meses había vuelto a ser millonario, gracias a su mente positiva.
Los políticos deberían leerse estos libros, a ver si con magia, se puede salir de la mentira en que se vive.