WOODY ALLEN

Por Lida Prypchan

El atractivo de las películas de Allen, en especial de “Manhattan” y “Dos extraños amantes”, es la propuesta en la cual muestra aspectos personales de  sí mismo, sin la perfección del estereotipo estadounidense que nos muestra personajes del tipo “galán cinematográfico”.

En estas películas, Allen quiere derrumbar al héroe tradicional que ya todos conocemos y nos presenta al Woody Allen de la realidad: un hombre torpe, paranoico, neurótico, feo, que lucha contra lo establecido, pero no puede con ello.

Además de esto, las películas transcurren en una atmosfera cargada de tensión, palabras inoportunas y gestos inadecuados, sin embargo, la torpeza es escenificada con naturalidad y es por ello que pensamos que el Allen dentro de la pantalla, es el mismo fuera de ella, con la misma vida llena de obsesiones absurdas.

El personaje seductor, que no pierde oportunidad de galantear, que todo lo sabe no encaja con la personalidad de Allen. En sus películas, cuenta tanto sus triunfos como sus desventuras con las mujeres y todo por su ineptitud y timidez. El personaje de Allen es un neurótico que goza y sufre su mal.

Además, su tendencia natural es de mantener relaciones amorosas o de convivencia con mujeres que son igual de complicadas y obstinadas que él; como reza aquél refrán: Dios los crea y ellos se juntan.

En mi concepto, Manhattan, a pesar del éxito que tuvo, fue una repetición de “Dos extraños amantes”. Me recordó esos cantantes que cuando una canción es exitosa, por el resto de sus vidas se quedan cantando así, con el mismo estilo.

A pesar de la desilusión que hayamos podido sentir con Manhattan, hay que reconocer el mérito de Allen pues, aunque ya conozcamos su patrón de trabajo de memoria, tiene sin duda, un estilo peculiar y muy suyo.

El personaje y sus locuras

Físicamente es difícil olvidarlo: pequeño, desmañado y feo. Su personalidad es aún más difícil de olvidar: un ser que le encanta complicarse la vida, un obstinado de lo absurdo de la vida moderna, un fracasado en relación con las mujeres, alguien que no encuentra la manera de congeniar con las máquinas, un hombre torpe que intenta sin éxito hacerse el seductor. Y por último, tal vez lo más anecdótico de Allen es su frase: soy un infeliz, a pesar de todo.

Esta es la imagen que Allen da de sí mismo en sus películas ya que él es el personaje que está a mitad de camino, entre la actuación (lo que vemos) y la verdadera personalidad del artista (lo que creemos ver). “La imagen del infeliz nunca sirvió para describirme. Jamás lo he sido. Es sólo el calificativo que me endilga la gente poco imaginativa. Lo que yo hacía como actor eran fantasías o exageraciones de algunos hechos de mi vida, que representaba de una manera divertida para que resultasen cómicos. Pero, después de un tiempo, la prensa me había inventado una personalidad: la de un hombrecito inepto con los artefactos que además no logra relacionarse con las mujeres”.

Lo que pone a Allen fuera de la imagen de infeliz y las películas de humor que hemos visto, es su irrefrenable locura. Hay innumerables ejemplos que lo demuestran, citaré varios de ellos: Allen palmea la espalda de un jorobado y le advierte, “hay que pararse derecho”; en una reunión social, una de las invitadas le dice a su grupo “el otro día, en la sesión con mi psiquiatra, tuve un orgasmo y este me dijo que era un orgasmo de los malos”; hace un estudio sobre la eyaculación precoz de un hipopótamo; observa el trasplante de cerebro de una lesbiana en el cuerpo de un técnico del servicio telefónico; hace trampa en un examen de metafísica al observar el alma del estudiante que se sienta junto a él; el asistente del Dr. Bernard Igor, se convierte en un jorobado mongoloide a consecuencia de un orgasmo de cuatro horas de duración.

Un amigo hippie de Allen le hizo el siguiente elogio: “hacer el amor contigo debe una experiencia kafkiana”.  Un infeliz no habría podido imaginar tanta locura.

Existen otras características importantes aparte de su locura: una de ellas es la neurosis de sus personajes, en especial la de él y la de Diane Keaton. Esto lo observamos en las interminables discusiones entre ellos sin resultados, que súbitamente terminan sin lógica, pero marcadas por el capricho y la malcriadez de sus personajes.

Pero a lo que más  teme Allen en este juego de palabras es a “expresar sus emociones sin tapujos”.

Otra particularidad en su estilo, la encontramos en varias de sus películas en que Allen hace participar a la audiencia, preguntándoles si están entendiendo la película, o bien criticando a alguien que participa en segundo plano y no sabe lo que está hablando, pero está convencido de que sabe mucho. El estilo de Allen está constituido por elementos contradictorios que al final desembocan en un callejón sin salida

En su trabajo  hay un sinnúmero  de elementos que nos hace encasillarlo en la imagen del infeliz e inepto, pero sin duda es él quien manipula esta imagen y es posible que resultemos siendo nosotros los torpes e ineptos que no entendemos su neurosis.

¡Es parte de su locura enredar el tema de forma que ninguna solución tenga cabida!