Dedico este artículo con profunda admiración al grupo de Jazz “Taller Experimental”.
En alguna parte leí una vez que “la música esculpe el tiempo y el tiempo esculpe la música”. Además de esculpir el tiempo y ocupar el espacio, la música personifica la acción. Y es precisamente con mucha acción que el jazz invade nuestros espíritus mientras esculpe nuestro tiempo y ocupa nuestro espacio.
He leído sentencias notables sobre la música; de ellas, prevalecen en mi memoria por su sencillez e inteligencia las siguientes:
“El Jazz es la única música entre toda la música”. Julio Cortázar.
“La música no es algo que se agrega al mundo; la música ya es un mundo” – dijo Schopenhauer.
Y como plantea Jorge Luis Borges a este respecto: “Imaginemos que en vez de cinco sentidos tuviéramos uno y que ese fuera el oído; desaparecería lo que captamos con la vista, el tacto, el gusto y el olfato, y quedaría solamente el oído. Tendríamos un mundo tan complejo o más complejo que el nuestro y, por medio de la música”.
De poderse llevar a cabo este planteamiento de J. L. Borges, pienso que el mundo sería más complejo y, a la vez, más simple. (Y no se trata de una contradicción porque a menudo la línea que separa los extremos es tan delgada como un hilo; me explico a través de un ejemplo: los grandes inventos, por lo menos muchos de ellos, han sido cosas obvias y sencillas y, sin embargo, quienes los hicieron, para llegar a ese estado de simpleza, tuvieron que traspasar terribles barreras de complejos y prolongados análisis).
Sería un mundo con sensaciones más intensas, un mundo más apasionante e intrigante y, a la vez, más simple porque no existirían las palabras que, a mi manera de ver, no son necesarias y, más bien, son perjudiciales porque los humanos tenemos la costumbre de aniquilar lo bello, lo interesante, la pasión inherente a la vida, con la rutina, el exceso de explicaciones y el compromiso que llevan consigo las palabras.
Además, con los hechos basta y sobra. Las palabras se van con el viento, los hechos hablan por sí solos, no necesitan más que acción. Las palabras son manifestaciones de pasividad prometedoras que se encierran en baúles. En fin, sería un mundo de conciencias y música.
Si además agregamos la noción de tiempo y espacio tendríamos como resultado un mundo de conciencias y música que podría prescindir del espacio y en el que siempre tendríamos el tiempo. Porque el tiempo significa sucesión, es el paso de un estado de conciencia a otro, es el silencioso e inexorable río que fluye por todos los rincones del espacio.
La música es un mundo alejado del mundo, es algo más sublime, es precisamente “un mundo aparte”, independiente, que no necesita de instrumentos: los instrumentos se necesitan para la producción de la música.
Pero, dentro de la música, quisiera referirme de ahora en adelante al Jazz.
El Jazz tiene la particularidad de permitirle a cada uno de los músicos de un conjunto crear su obra; en el Jazz no hay un intermediario, no existe la mediación de un intérprete, como sucede con la música clásica, que bien harían cambiándole ese calificativo de “clásica”.
El Jazz viene a ser en la música, lo que el surrealismo es en literatura. En literatura, el surrealismo es la “inspiración total”; en música, correspondería a la improvisación que ofrece el Jazz a sus intérpretes, es decir, una creación que no está regida por un basamento lógico y ya pautado, sino que surge de las profundidades y eso permitiría explicar la relación existente entre jazz y surrealismo.
Y me encontré escribiendo sobre música, cuando nunca pensé que se me presentaría la oportunidad. Resulta curioso, porque en realidad, varias “casualidades” –y yo no creo en “casualidades” – me llevaron por ese camino.
Primero estuve leyendo un cuento de Cortázar, “El Perseguidor”, cuyo protagonista, Johnny Carter, se inspira en la angustiosa vida de un hombre que utilizaba el Jazz para saltar a otra realidad más reconfortante, y que desesperadamente quiso encontrar algo mejor: se trata de Charlie Parker.
Luego, al día siguiente, me encontré escuchando al grupo “Taller Experimental” y, por último, al día sub-siguiente estuve leyendo el libro “Conversaciones con Cortázar”, en donde él opina acerca del Jazz.
Pero, de estas tres “casualidades”, fue la segunda la que más me motivó para realizar este escrito y, precisamente por ello se los he dedicado. A este grupo, lo había escuchado en varias oportunidades y, he de reconocer que quedé maravillada en aquella ocasión. Consideré que su progreso había sido considerable.
Hago este reconocimiento porque no quiero ser parte de la extraña tendencia de subestimar lo que a nuestro lado tenemos. Qué sentido tiene que comencemos a valorar nuestros artistas sólo cuando nos enteramos del éxito que tienen en otros países.
Felicito una y mil veces al grupo “Taller Experimental” – aún activo contando con uno de sus fundadores – porque: 1) no se han dejado arrastrar por la “ola de indiferencia con el arte”, que caracteriza penosamente a nuestra querida ciudad; 2) Porque han sabido progresar creando a su alrededor ese “mundo aparte” de música, inspiración, improvisación y, en especial, esa capacidad de transmitir a quienes los escuchamos la pasión y ese éxtasis interno que produce la buena música; 3) En particular y muy personalmente, felicito a Enrique Lara (saxo y flauta), porque es un músico que sabe esculpir el tiempo.
Y me despido, dejándoles un frase de Benavente, quien dijo: “¿El jazz? El jazz es como nuestras almas, donde, entre los mil ruidosos estrépitos discordantes de nuestra vida, se oculta y aparece y vuelve a perderse, en la melodía de nuestras almas, que es lo que hay de divino en ellas, y que en todas existe y en todas se percibe, si con amor nos acercamos a ellas”.