BUSCÁNDOLE SENTIDO A LA VIDA

Por Lida Prypchan
De la Edad Media se tienen dos imágenes: ambas, aunque opuestas, conforman una verdad, porque abordan sin miedo las virtudes y los defectos de una época para nosotros antigua. Un error sería, tomar con vehemencia y extremismo una sola de ellas. Quedaría incompleto su significado real.

Los racionalistas hablan de ella como una época en que faltaba la libertad personal, una época de superstición e ignorancia. Por otra parte, la opinión contraria de los filósofos reaccionarios, que critican al capitalismo que surgió luego aclaran, entre sus beneficios, la prioridad que se le daba a las necesidades humanas, quedando en un plano secundario las necesidades económicas ¡había solidaridad y mejores relaciones entre los hombres! Y lo más importante, debido al orden social estático, era que le encontraban sentido a su existencia, a su vida.

El hombre, gracias a su capacidad de poseer desde su nacimiento un lugar determinado e inmutable dentro del mundo social al que pertenecía, se hallaba arraigado a un todo estructurado. Así pues, era lógico que todo ello proporcionara al hombre un sentimiento de seguridad y pertenencia.

Y resulta menester añadir que para aquél momento no se había desarrollado todavía la conciencia del propio yo individual, el yo ajeno y, el mundo como entidades únicas e independientes.

No obstante, en el período posterior a la Edad Media, el Renacimiento, la estructura de la sociedad y la personalidad del hombre y su vinculación con su ambiente social cambiaron rotundamente.

Ese mundo medieval, hogareño, impregnado de unión y fraternidad, así como dicen quienes lo han idealizado, se debilitó y en su lugar crecieron en importancia: el capital, la iniciativa económica individual y la competencia; desapareció la vida ganada por un sólo oficio y, surgió la terrible competencia que produce la angustia de buscar nuevas fuentes, porque las existentes no  alcanzan para llevar la tranquila existencia de trabajo que antes tenía; se desarrolló una nueva clase adinerada.

Donde primero se derrumbó la sociedad medieval fue en Italia, lo cual fue causado por factores económico-políticos. El Renacimiento hace que se distingan los individuos como entes independientes, individuales, solitarios. Ahora habría una nueva libertad para hacerse su camino en solitario, sin ese sentimiento de solidaridad entre los compañeros que existía en la Edad Media.

Sí, libertad, individualidad embriagada de miedo a lo desconocido, miedo a separarse del grupo protector de trabajadores, individualidad embriagada por el aislamiento, la duda, el escepticismo y la angustia.

Esta es la consecuencia del capitalismo renacentista. Por ello, ahora tambaleará el sentido de la vida en ellos. La libertad individual, a pesar de ser mayor, no llena el vacío que deja tras de sí la nueva estructura social. Entonces, recurren a la fama, al afán de poder, para rechazar la idea de lo insignificantes que resultan para su medio; es, de esta manera, como el hombre de esta época y, quizá de la actual, silencian sus inquietantes dudas.

Lo hacen con miras a la inmortalidad; hay que elevar la propia vida individual por encima de las limitaciones y la inestabilidad, hasta el plano de lo indestructible y, así justificar la estadía en la Tierra, porque de lo contrario es necesario tropezarse con una pregunta cuya respuesta causa incertidumbre y miedo: confirma, que es  dudoso el aparente estado de conformismo interno, por la función en esta vida.

Ahora bien, si lo anteriormente expuesto lo comparamos con la actualidad, observamos que en este siglo un problema sumamente grave es el de los suicidios, que han venido aumentando paulatinamente.

En el siglo XXI es significativo el incremento de  las emergencias psiquiátricas. Diría, que existe una nostalgia en nuestro tiempo por una ideología. En la vida del hombre contemporáneo falta un convenio tácito sobre lo que debería ser la convivencia entre los hombres. Vivimos como almas empaquetadas, encarceladas  en  apartamentos que impiden la expansión del pensamiento, regidos por los pasos que nunca se detienen del inexorable tiempo, movidos por la obligación, más que por la inspiración de los quehaceres que amamos.

Estamos rodeados de fascinantes aparatos, que como una droga, nos distraen de los objetivos fundamentales  como seres humanos, aparatos que al prenderlos nos permiten no pensar qué es lo que queremos, porque si a ello nos dedicamos, llegamos a la conclusión que, sólo la muerte es lo invariable y que de resto, todo está supeditado a las circunstancias cambiantes.

En la sociedad moderna donde la competencia es tan bárbara, agotamos nuestro sistema nervioso, ideando mecanismos para mantenernos económicamente y, no cultivamos – ni la sociedad lo incentiva – el mínimo necesario para tener una pizca de sosiego y paz interna.

La vida espiritual de nuestro tiempo se desarrolla bajo este signo: debilitación de los sistemas establecidos, búsqueda desesperada de nuevos sentidos de la vida, aparición de numerosos profetas, sociedades y sectas falsas y, proliferación de las más absurdas supersticiones.