Por Lida Prypchan
El tema de la civilización siempre tendrá partidarios y detractores; habrá quien escriba alabándola, quien lo haga en tono de crítica, o quien se refiera a ella como la “estremecida actualidad”, o como J.F. Reyes Baena quien en su columna Creyón del cotidiano venezolano “El Nacional” a finales de los años 80 se refirió al mundo en que nos movemos como “viscoso tremedal de confusiones”.
Y no es para menos: estamos en la era de la neurosis, apurados siempre por llegar a algún lado. Sobre los pobladores de La Tierra, Reyes Baena dice que algunos gozan del exquisito placer de provocar sádicamente el dolor de los demás, mientras otros aspiran a lavar sus culpas en el sabroso contento del sufrimiento personal.
Estas palabras de una u otra forma me hicieron pensar en un juego en el cual todos tomamos parte: se trata del juego de la culpabilidad. Este juego existe desde que el mundo es mundo. Es tan antiguo como la preocupación y la depresión. ¿Quién se escapa de las preocupaciones?
Lo que cambia, en estos tiempos que corren, es que ahora en cualquier librería encontramos libros con títulos como: “Supere la depresión en 15 días” con recetas tipo torta Royal (instantánea) que sus autores denominan “técnicas audaces”.
El sentimiento de culpa es una emoción que nos inmoviliza en el momento presente por algo que hicimos – o dejamos de hacer – en el pasado. Y sintiéndonos culpables nos engañamos pensando que de esta manera pagamos nuestro error. Una cosa es aprender del pasado y otra es mortificarnos por algo que ya pasó y no se puede solucionar.
Hay una frase muy sabia al respecto que dice: “No es la experiencia del día de hoy lo que vuelve locos a los hombres. Es el remordimiento por algo que sucedió ayer, y el miedo a lo que nos pueda traer el mañana”. El ayer y el mañana es lo que realmente nos preocupa, y mientras tanto perdemos el presente pensando en las otras dos opciones.
Lo que sucede con esta emoción es que pareciese que la llevamos en nuestra sangre porque desde pequeños nos dan compota de “manzana + culpa” y luego, al llegar nosotros a la adultez les damos a nuestros hijos las mismas dosis de culpa que nos dieron nuestros progenitores y maestros.
Por mi tipo de personalidad prefiero no terminar este artículo con el mismo escepticismo con que Reyes Baena concluyó el suyo: “No es hora de hacer gargarismos con palabras que no hallaran resonancia en la conciencia ya experimentada del pueblo”.
¿Cuáles son los orígenes de la culpabilidad?
Desde que somos niños nos manipulan con la culpabilidad, sean nuestros padres, hermanos, los maestros, la religión, el Estado, la sociedad.
Si bien mi intención no es necesariamente proponer cambios, me gustaría que los interesados en el tema, si identifican con alguno de los ejemplos que daré a continuación intente cambiar su actitud – si se sienten motivados, claro está.
Uno de los diálogos más típicos causantes de culpabilidad es el de una hija (o un hijo) con su madre.
- La madre le pide a su hija que suba las sillas del sótano porque van a comer.
- La hija está viendo un programa por la TV y le dice que aguarde al inicio de los espacios publicitarios.
- La madre responde que no importa, que aunque le duele muchísimo la espalda ella ira por las sillas.
- La hija se imagina a su madre con seis sillas a cuestas y cayéndose por las escaleras.
- Corre entonces y hace lo que su mama le pidió. Si no lo hace ella será la responsable si su madre se cae.
Son muy eficientes en la creación de sentido de culpabilidad ciertas frases, tales como: “Yo me sacrifique por ti”.
Algunas madres le recuerdan a sus hijos sus dolores de parto diciéndoles: “Sufrí dieciocho horas seguidas solo para traerte a este mundo”.
Otra frase muy común en los diálogos madre hijo(a): “si seguí casada con tu padre fue por ti”. El hijo se siente culpable por la infelicidad de su madre.