Por Lida Prypchan
Algo que siempre me ha interesado de las personas es conocer sus manías. ¡Pero no se detiene allí mi curiosidad! Afortunada o desafortunadamente me valgo de cualquier medio para hallar las motivaciones por las que ellas se obsesionan con algo.
Una de las obsesiones que se ha hecho parte de la modernidad es la horoscopomanía. No es difícil toparse con personas que interroguen acerca del signo zodiacal, porque existen individuos con especial tendencia a basar su vida en las características de los signos del zodiaco.
Planifiqué la manera de encontrar a alguien cuya obsesión fuera esta precisamente. Mi búsqueda falló en un principio, pero luego de manera indirecta la encontré: una amiga de una amiga me sirvió de muestra representativa de este grupo.
Esta muchacha accedió ante la insistencia de mi amiga a narrar las desventuras que sufrió por su extraña manía. Por supuesto de manera anónima escribió su relato.
Transcribo pues, lo que en su carta dice.
“Soy del signo Cáncer, tengo 19 años. El nombre no importa y tampoco hay necesidad de inventar uno. Siempre tuve especial atracción por la Astrología pero nunca antes se había convertido en una manía como hasta ahora. La verdad es que no sé cómo ni cuándo empezó. Supongo que fue por ansias de conocerme a mi misma un poco más. El problema fue que no me conformé con esto e hice más amplio el radio de aplicación al inmiscuir a todos mis amigos.
Pero el problema se hizo gigantesco cuando me encontré con un libra medio obsesionado por haberse rodeado siempre de cancerianos. El hecho es que nuestra atracción comenzó con una conversación sobre signos. ¡Ambos somos unos admiradores de nuestros propios signos! Es decir, somos unos narcisos zodiacales.
En cuanto llegué a mi casa lo primero que hice fue buscar mi libro de astrología para ver qué tal se la llevaba mi signo con el de él. El libro decía que tras una poderosa atracción vendría una segunda etapa llena de malinterpretaciones y peleas fuertes hasta que todo terminaría.
¡Qué relación tan trágica me esperaba! Preferí comprobar por mi propia cuenta el desarrollo de la relación, antes que hundirme en lamentaciones adelantadas y abandonarlo todo.
Más tarde las cosas se fueron poniendo mal y a un cierto punto dudé tanto de mí que llegué a pensar que mi predisposición era la que estaba acabando con esa extraña relación. Pero ya era demasiado tarde para que existiese de nuevo comunicación entre los dos. Eran unas malinterpretaciones constantes y todo en términos astrológicos.
Esa relación, y no cabe la menor duda, no estuvo formada por dos seres humanos sino por dos estereotipos zodiacales. A veces salía de su apartamento con la certeza que él nada más de ver la posición de luna entendía mi humor de ese día.
El final llegó aproximadamente a los 2 meses cuando cada uno odiaba el signo del otro; sin embargo nos seguimos viendo bastante frecuentemente para verificar si hubiese sido posible entre los dos una relación estable.”