Por Lida Prypchan
Muchas de mis clases magistrales eran en el auditorio del Hospital Psiquiátrico de Bárbula. Los estudiantes ya estaban acostumbrados a ver entrar a las clases a algunos pacientes – enfermos mentales – que residían en el Psiquiátrico a pedir dinero. Las reacciones de mis compañeros de clase siempre eran acompañadas de risas y risitas.
Había una paciente asidua que antes de pedir dinero siempre llegaba por detrás o por un lado de las personas y les pasaba los brazos alrededor del cuello. Era cariñosa y amable, sin embargo, los estudiantes no parecían entenderla y por esta razón un buen día se presentó una situación desagradable.
No había llegado aún el profesor que dictaría la siguiente clase por lo que muchos estudiantes estaban fuera del salón, en el pasillo. Cuál sería mi sorpresa al ver que los estudiantes corrían desesperados hacia el interior del anfiteatro, como huyendo de la paciente.
La atmósfera que inicialmente era tranquila un instante después se había tornado un ambiente de expectación alrededor de esta mujer. Mientras que ella lo único que hizo fue lo acostumbrado: pedir dinero. El comportamiento de los estudiantes fue una mezcla de risa, entretenimiento, miedo, repugnancia… en fin. Algunos reaccionaron con temor, como si pensaran que ella los iba a golpear, otros le seguían la corriente, otros bromeaban con ella o con los compañeros de clase hacían comentarios burlescos a propósito de ella.
La reacción de cada estudiante al que ella se acercaba se convirtió en el centro del espectáculo y dependiendo de esa reacción o bien estallaban en risas o bien le decían alguna frase que podía ser absurda. Había un diálogo gritado entre los espectadores y la acosada, y poca importancia tenía lo que ella sintiera.
Admiré la actitud de algunos que se quedaron en su sitio como sí no hubiera pasado nada, se trataba simplemente de otro ser humano que estaba presente.
Se podría excusar esta actitud por cuanto era “nuevo” para todos estar con enfermos mentales; además de ser poco común, se ha tenido siempre una “imagen preconcebida” de los enfermos mentales.
Se podía entender que había claramente una carencia de información, pero no podía evitar preguntarme ¿Dónde estaba la calidad humana? ¿O es que estos enfermos no sentían el desprecio y el rechazo manifiesto? ¿Existía una especie de insensibilidad en esos estudiantes de medicina que los hacía olvidar su calidad humana para con los enfermos mentales, más necesitados que nadie de comprensión, cariño y aceptación?
En aquél momento me dije : “lo que sucede es que tenemos barreras sociales que los que llamamos ‘locos’ no tienen”.