ARTE, OPINIÓN Y PROPAGANDA POLÍTICA (I)

Por Lida Prypchan

“Podemos concebir un mundo dominado por una tiranía invisible que utilice las formas del gobierno democrático”.
Kenneth Boulding

 

Así como nos venden un producto comercial, nos venden la imagen de un candidato político.  Precisamente de esto se quejaba Adlai Stevenson en las elecciones de 1952 en EEUU, en las cuales fue derrotado por el General Eisenhower.  Stevenson dijo: “La idea de que se pueden vender candidatos para las más altas investiduras como si fueran cereales para desayuno… es la última indignidad del proceso político”.  No solo es una indignidad sino que también es sumamente peligroso.

Es peligroso porque asi como es cierto que estamos en la era de las masas, estamos en la era del hombre aislado.  Este hombre aislado no debemos dejarlo pasar inadvertidamente, este ser solitario tiene su causa y su historia.  Para ello debemos remontarnos a los dos hechos esenciales que caracterizaron la evolución de la humanidad en el siglo XIX: la tipicidad, en estructura y espíritu, de las naciones y, en segundo lugar, la evolución en la demografía y el hábitat.  El primer aspecto trata de cómo se logró que el hombre fuera partícipe de la vida pública y el segundo aspecto dio como resultado el hacinamiento y la  impersonalidad con su funesta consecuencia: la disolución de las células tradicionales (ej. la familia).  La consecución final fue, que el hombre por sentirse aislado y desorientado, se refugiase en el falso calor humano que irradian las masas.

El hombre de las grandes ciudades impersonales se siente con miedo, con temor a la desocupación, a la guerra, a la miseria.  Los propagandistas, los constructores de imágenes políticas se aprovechan de esta situación.  Es por ello que la propaganda política se ha ganado el desprestigio.  Pero yo creo que el error no está en la propaganda política y sus directores si no en la concepción del hombre dentro de la sociedad.  Para explicar lo que pretendo decir tomaré como base la famosa anticipación de Aldous Huxley en su libro “Un mundo feliz”.  Huxley hizo una sátira de los espíritus prefabricados.  En ella, el niño desde que nace se le condiciona y después lo condiciona la escuela, la sociedad y muchas otras instituciones.

Si desde que nacemos nos crían como sucede con los perros cachorros criados en jaulas, es lógico que nos acostumbremos a la servidumbre; y al contrario, seremos más refractarios mientras más tiempo hayamos vivido libremente.  Hay que rechazar el encasillamiento, la tipicidad de los seres humanos; hay que enseñar a razonar, no a aceptar.  Esto permitiría que el hombre desarrollase la facultad de resistir al llamado devorador de los mitos, “seductores refugios que sustituyen el esfuerzo interior por el servilismo cómodo”.

La propaganda política, los manipuleos de opinión o como mejor se le quiera llamar, no es un descubrimiento de este siglo.  Desde que hay rivalidades políticas, o sea, desde que el mundo es mundo, la propaganda existe y desempeña  su papel.  Aquí tenemos que recordar a Demóstenes, a Filipo, Cicerón, a Catalina, Napoleón, a Lenín y a Hitler.  Napoleón era un verdadero artista en estos asuntos.  Napoleón tenía lo que él mismo bautizó con el nombre de su “Oficina de Opinión Pública” cuya finalidad era “fabricar tendencias políticas a pedido”.  Pero indiscutiblemente nada como Lenín y Hitler.  Estos dos genios de la propaganda marcaron profundamente nuestra reciente historia, aunque de una manera muy diferente.

La propaganda política dio pasos agigantados a partir de 1950.  Basándose en los descubrimientos de Pavlov, Freud, Riesman y Batten, Barton, Durstine y Osborn, Pavlov y sus reflejos condicionados, Freud y sus imágenes paternales, Riesman y su concepto de los modernos electores norteamericanos como consumidores-espectadores de la política, y B.B.D. y O., y su ciencia del comercio de masas.

Debemos agregar la concepción que se tiene sobre política y opinión.  Se sabe que, para Freud, no hay instinto social primario; el “mundo” del individuo se circunscribe a un pequeño grupo de hombres que han adquirido ante si sismos “una importancia grandiosa”.  Esto lo confirmó Gallup: “la tendencia de la mayoría debe ser interpretada como la tendencia a seguir, no la opinión del conjunto de la nación, sino del pequeño grupo íntimo que representa el mundo bien delimitado del elector”.

En las campañas electorales, las agencias de propaganda lo que más manipulan es la imagen del candidato.  Se trata de un culto a la personalidad, de un culto a la figura paternalista. Por cierto Eugene Burdick, autor de la novela “La Novena Ola” que trata de las tendencias irracionales en política  resumió magníficamente el cuadro del Presidente perfecto: “Un hombre de gran, simpatía inspira confianza más que admiración y no es tan perfecto que parezca verosímil.  Debe haber hecho cosas en otro campo además del de la política y debe poseer un genuino sentido del humor”.  “Yo soy uno de tantos” o “Colóquese Ud. en mi lugar”, es el recurso favorito de los hombres de Estado en los países democráticos.

¿ES ILUSORIO NUESTRO PROGRESO?

Por Lida Prypchan

“No hay nada nuevo bajo el sol, pues todo es vanidad, carrera en pos del viento”
Will Durant

 

Los romanos se reían del progreso porque no creían en él. “Todo es siempre igual”, esa era su sentencia acerca del asunto. Podríamos deducir que tampoco creían que el futuro traería algo nuevo, algún desarrollo real de propósitos.

De visitarnos comprobarían que hemos desarrollado sofisticados métodos, pero que nuestros fines, nuestros propósitos no han prosperado en mucho. Intentar aproximarnos a las razones que tenían para pensar así, es el primer propósito de este escrito.

Se debía, probablemente, a la brevedad de su existencia histórica y a la relativa rapidez con que su civilización logró la cúspide y cayó de nuevo. También se debía a su escasa disponibilidad de relatos del pasado que le impedía apreciar sus avances. Para ellos, el pergamino resultaba demasiado costoso para derrocharlo en meras historias.

Durante la Edad Media, análoga escasez de recursos mantuvo en suspenso la noción del progreso. A falta de modelos que permitieran conocer sociedades pasadas o contemporáneas de otras regiones, y poder hacer comparaciones, se idealizaba la existencia de otro mundo. Esto nos permite inferir que la creencia en otro mundo podría marchar paralelamente con la escasez de recursos imperante.

Pero al desaparecer la pobreza, el otro mundo o los cielos quedan a un lado, insípidos y sin sentido. Sin embargo, lo cierto es que pensar en ellos ha dominado la mente de los hombres durante incontables años.

La riqueza vino con el Renacimiento y la Revolución Industrial. Hubo un acontecimiento importantísimo que empujó el espíritu humano y fue la revelación de Copérnico. La industrialización se hizo presente y ella trajo consigo “el progreso”. La noción de progreso halló su primera expresión definida en el optimismo exuberante del siglo XVIII.

Nicolas de Condorcet (1743-1794), un discípulo de Voltaire, es un vivo ejemplo de este optimismo. Se trata de un hombre, un revolucionario, que andaba huyendo de la guillotina. Este hombre erudito escribió el libro más optimista que pluma alguna haya concebido. Cuando lo terminó huyó de París hasta cierta posada bien alejada, y feliz dejó su cuerpo descansar.

Cuál sería su sorpresa, cuando al abrir los ojos encontró a los gendarmes que lo andaban buscando. Y no se dejó aniquilar; lo hizo él mismo. Hasta para ello impuso su voluntad: tomó un veneno, que siempre cargaba en un bolsillo por si lo sorprendían e intentaban  capturarlo. Leer su libro, es comprobar cuan escéptica es nuestra generación.

Nuestra generación espera del futuro TODO. Cree en el progreso de la humanidad en todos sus sentidos. Es un hecho extraordinario: Condorcet, un hombre que lo había perdido todo,  que lo había sacrificado todo en pro de la Revolución, tenía más optimismo que nosotros que no revolucionamos sino la tecnología. Yo me pregunto: ¿podrá la humanidad, algún día, superar tal fe?

Finalizando, he llegado a tres conclusiones acerca del progreso:

1)  El corazón siempre es el mismo, el intelecto sufre igual suerte; las pasiones, los vicios y las virtudes continúan sin alteración alguna, sólo los conocimientos van en aumento.

2)  Los cuerpos hablan de progreso, porque gracias a unos cuantos descubrimientos científicos, han establecido una sociedad que confunde el confort con la civilización.

3)  La conducta humana y la organización social se fundan, no sobre el pensamiento que progresa, sino sobre los sentimientos y los instintos, que apenas cambian de un milenio a otro. Esta es una de las razones de nuestro fracaso, al intentar traducir nuestro conocimiento creciente en mayor felicidad y en paz más duradera.

PROBLEMAS SIN IMPORTANCIA

Por Lida Prypchan

Un jueves en la noche me introduje en una reunión en la que ejercité ampliamente la sin huesos.  En dicha reunión pude conocer algunas personas.  Por ejemplo a un joven que me dijo categóricamente que él no creía en los médicos.  Le respondí que no me alteraba en lo más mínimo porque las personas son personas y no representantes de profesiones.

Posteriormente caímos en el tema del escritor contemporáneo y decía que por qué no escribía acerca de los problemas de la Universidad de Carabobo.  Le respondí que no me parecía un tema trascendental en la vida del hombre, además resultaba sumamente tedioso abordar temas tan trillados.  Pero en lo que más le insistí fue en que escribiera yo o no acerca de la Universidad nada iba a cambiar.  Opinaba lo mismo ante todos los asuntos políticos.

¿En que puede cambiar la ruptura de relaciones entre Francia e Irán si opino yo  acerca de eso?  Lo único que me atrevería a decir es que las relaciones entre países son muy parecidas a las relaciones entre personas, solo que suelen ser mas frías e hipócritas, excepto tengan igual ideología.  Y que estas rupturas suelen causar las mismas sensaciones que las rupturas entre personas.  Mi refiero a que Irán está indignado así como el Sr. Pérez se indignaría si un amigo o conocido de años lo manda a freír monos.

Pero lo que estoy haciendo es referirme a la condición humana (que sí lo considero un asunto trascendental para un escritor) valiéndome de un problema político.  Y hablando de política podría decir con toda sinceridad que siempre me ha parecido que quienes se dedican a la política, lo hacen básicamente por sus intereses y no con el deseo de mejorar la nación (considero a los políticos individuos muy terrenales… muy poco espirituales).  Tampoco quiero decir que los sacerdotes son los únicos espirituales porque bien puede un sacerdote ser terrenal.  Para ir en pos de fines nobles no es necesario tener credo religioso, la bondad puede poseerla un ateo.  Los asuntos trascendentales son universales.

Escriba usted en Nueva York o en el Congo el amor es el amor, la guerra es la guerra, Dios es Dios, el origen de la vida es el origen de la vida.  Son cosas que nunca van a cesar como interrogantes para un escritor.  Ya me convencí que hay cosas que no se pueden cambiar.

Pase algunos años tratando de convencer a la gente de que el Topo Gigio no era un genio, caía en largas discusiones y de estas pasábamos a otras, me partía el cráneo buscando más y más razones para convencerlos.  Finalmente me retiraba malhumorada, se me quitaba el apetito, llegaba a mi casa y con facilidad entraba en polémica, y qué.  Al día siguiente cuando volvía a encontrar a este grupo, seguían diciendo que el Topo Gigio era un genio.

Admiro a esos articulistas que ingenian soluciones para los problemas de la Universidad y para los del país.  Los admiro pero no comparto esta lucha porque es infructuosa. Personalmente prefiero escribir sobre problemas que afectan a todos sin ningún tipo de discriminación.

No es lo mismo subestimar problemas que no dependen de uno a subestimar las revoluciones.  En las revoluciones sí creo yo, toda revolución tiene un punto de partida ideológico.  Me abocaría a luchar en pos de una revolución pero las que le hace falta a este siglo, una revolución individual en especial de los valores y creencias.

Confucio, por ejemplo, pensaba que el bienestar del Estado dependía de la integridad familiar y esta a su vez dependía del grado de desarrollo y perfeccionamiento individual.  Aconsejaba que para reformar el Estado había que partir por una transformación individual.

Consulté a un maestro chino acerca de la trascendencia e intrascendencia de los asuntos y textualmente dijo: “No todos los hombres están obligados a mezclarse en los asuntos mundanales.  Existen también quienes ya han evolucionado interiormente a tal punto que tienen el derecho a dejar que el mundo siga su curso, sin inmiscuirse en la vida política como reformadores.

Más con ello no quiere decirse que han de asumir una actitud pasiva, inactiva y meramente crítica.  Tan sólo el trabajo dedicado a las metas más altas de la humanidad, que uno ejecuta sobre su propia persona, da una justificación para semejante estado de retiro.  Pues aún cuando el sabio se mantiene apartado del diario trajín, va creando incomparables valores para la humanidad del porvenir”.

LA MUERTE DE LA FAMILIA

Por Lida Prypchan

He venido – le dijo una señora de treinta y tantos años a un psiquiatra que visitaba por primera vez – para desahogarme, para poder hablar con libertad. Parece absurdo que teniendo esposo, hijos, y supuestamente amigos leales, uno no sienta la confianza de contar lo que le pasa.

En mi casa, desde hace mucho tiempo, tanto mi relación con mi esposo, como la que tengo con mis hijos, es glacial, es pétrea e indiferente. Consiste, en aparentar una felicidad, una carencia de conflictos que raya en lo patológico, y una armonía que resulta irrisoria para ser real.

Mi esposo, es un vanidoso que se pasa todo el bendito día embaucando con apariencias a quienes con él trabajan. Vive para la gloria y para el dinero, y de resto no le importa más nada. Me casé para salir de la casa de mis padres, que se dieron a la tarea de quitarme del camino todo lo que me gustaba. Y ahora, me encuentro aparentando una armonía hogareña que no existe.

Sí, todo se funda en el respeto al padre y a la madre. Pero yo lo noto ficticio. Además la sociedad y mi esposo me exigen, ya que yo crío a los niños, que les inculque una serie de principios que no comparto. Por ejemplo, el principio del matrimonio y la procreación.

No quiero criar a mis hijas con la idea de que su único objetivo en esta vida es traer hijos al mundo. Ni tampoco, que hay que casarse obligatoriamente. Eso es algo, que debería mostrar como una de las posibilidades de elección de la vida adulta. Pero empezar a hacer lavados de cerebros, desde que son tan niños, lo veo inhumano.

Para que se termine el machismo, el hembrismo y el feminismo, los padres deberían cultivar en sus hijos la capacidad de tener iniciativa, la contemplación de las cosas, la individualidad, la moral que ellos mismos consideren justa, y no una moral absurda que aplaste cualquier intento de individualidad y los obligue a experimentar su soledad, para que en un futuro, no cometan la tontería de dejarse llevar por esa premisa que dice, que hay que tener hijos para no morir solo.

En la vida uno está solo aunque tenga diez hijos. Pero se siente amargura cuando de viejo, uno llega a la conclusión de que no ha hecho lo que ha querido, que se dejó llevar por preceptos sociales encasillantes y frustrantes para la propia ideología.

Hay que inculcar más bien, que si un día llegan a amar a alguien y desean tener hijos, lo realicen. Y al tener una familia, traten de mantener la comunicación amplia que necesitan los niños. En resumen, hay que crear en los niños y luego en los jóvenes el criterio, un criterio personal y no uniformarlos.

¿Ahora me comprende?  Es por eso que he venido: por estar deprimida, ya que no tengo  apoyo de mi esposo para educar como se deben educar a los niños para poder llevar adelante una familia auténtica y abierta, que prefiera afrontar los conflictos, y no aparentar una felicidad inexistente.

No quisiera continuar el pacto suicida secreto que acuerda la unidad familiar burguesa, que gusta llamarse a sí misma “familia feliz”. Esa es una familia que reza unida y permanece unida en la enfermedad, hasta que la muerte los separa y los entrega a la lúgubre tersura de sus tumbas, y se dedican tenazmente unos a otros el recuerdo que deben olvidarse – también unos a otros – enseguida.

¿Por qué no caer en la suave trampa, es decir, la hipótesis que la familia hace de sí misma, e investigar luego, sobre las diversas maneras en que la estructura interna de la familia, impide el encuentro entre sus miembros?  El poder de esta “familia feliz”, aparentemente reside en su función mediadora.

En toda sociedad explotadora, la familia refuerza el poder real de la clase dominante, proporcionando un esquema paradigmático fácilmente controlable por todas las instituciones sociales. Así es como encontramos repetida la forma de la familia, en las estructuras sociales de la fábrica, la escuela, la universidad, los partidos políticos y el aparato del estado.

Hay siempre padres, madres, hermanos, hermanas y abuelos fallecidos, que dominan en la sombra. Según Freud, cada uno de los seres humanos, transferimos fragmentos de la experiencia vivida de su familia originaria, a cada uno de los miembros de su familia de procreación.

¿Por qué, pues, hay que cometer de nuevo los mismos errores si ya los conocemos?

Ahora me despido, mi querido desconocido, quien ha tenido la gentileza de oírme como ningún miembro de mi familia me quiere oír.

MEDIOCRACIA Y JUVENTUD

Por Lida Prypchan

No existe, en mi opinión, atributo que genere mayor admiración que la creatividad, en cualquiera de sus formas de expresión. Me he tropezado con un buen número de personas que poseen muchos conocimientos y sin embargo, sólo a algunos de ellos los podría considerar creativos.

La creatividad implica algunas creencias, no sé si llamarlas populares, que considero erróneas y que por comodidad se constituyeron, tales como el tema de la inteligencia. Considero la inteligencia como un problema, cuando pienso el significado que la sociedad le ha querido dar.

Según ese significado, la inteligencia es la capacidad de resolver complejos problemas, de poseer una gran memoria y tener abundantes conocimientos. Para mí, esto no es inteligencia, ya que si no está ligada a una particular sensibilidad, no significa nada, ni sirve para mucho.

Noto que en Venezuela se llama inteligente a todo el mundo: a nivel de estudios, se puede considerar genial a un muchacho por el simple hecho que muestre facilidades en la memorización; se considera inteligente al orador que dispara discursos cargados de frases prestadas, de ideas bellamente formuladas, de oraciones en latín y más lo admirarán si no entienden ni pio de lo que el expositor plantea. Creo que la sociedad y su condicionamiento de búsqueda de aprobación de los demás, inducen al individuo común a pensar que, lo importante no es ser sino parecer.

Ese tipo de persona, de manera coloquial, se designa con el nombre de “pantallera o pantallero” (aquella persona que aparenta lo no es). Y la pantallería tiene amplias implicaciones éticas (el profesional que simula una gran destreza en su rama y sin embargo, comete graves errores en la práctica de su especialidad).

En el concepto que tengo de inteligencia, estimo que su máxima expresión se centra en la capacidad creativa. En principio, observando esta sentencia superficialmente, parece muy poco estimulante y muy limitada, sin embargo, y de manera permanente, a través de nuestro comportamiento demostramos cuán creativos somos. A través de nuestras opiniones, de la forma de vida que llevamos, de la existencia o no de ideales y de muchas otras actitudes, damos pruebas y más pruebas de si somos o no creativos.

Socialmente se confunde el significado de creatividad. Se cree o considera creativo al individuo culto. Y más aún, se comete el error de llamar a alguien culto sin conocer el significado de esa palabra. Culto, no es conocer de memoria todas las obras importantes de la Literatura Universal, eso sólo demuestra una gran capacidad de memorizar; el adjetivo culto, se refiere a las transformaciones a nivel personal que sufre la búsqueda del conocimiento y que se logra a lo largo de los años, a través de la lectura o del cultivo de algún arte.

Llevarse un alimento a la boca no implica deglutirlo; con esto quiero decir, que un individuo puede pasar por las mejores universidades del mundo y éstas no pasar por él, el mismo ejemplo, sirve aplicado a las mejores obras del mundo en materia literaria; muchos leen y sin embargo, quedan igual que antes: con el pobre espíritu que los caracteriza. Un filósofo argentino dice, que existen hombres y sombras. Todo aquel que tiende a la imitación se aleja de la creatividad y viceversa.

Encuentro una especial relación entre creatividad y firmeza en la personalidad. Si bien es cierto, que todos tenemos personalidad, también es cierto, que muy pocos la tienen desarrollada y firme a tal punto, de servirle de base para ser creativos, ya que la creatividad requiere osadía y seguridad en sí mismo.

El hombre creativo tiene frente a sí un problema: los mediocres, que al acumularse y formar una masa, se oponen a sus creaciones. Los mediocres, luchan porque todo siga como está, no quieren cambio alguno, porque las cosas, así como marchan, complacen su vida cómoda y por otro lado no les estimula la envidia. Es paradójico que un ser creativo sea frenado por uno mediocre.

El hombre mediocre, si lo encontramos solo, tiene un comportamiento lleno de miedo, ya que no tiene las bases para sustentar sus razonamientos, y si las tiene, le da miedo exponerlas, no vaya a ser que se genere una disputa y que luego no sepa salir de ella; el mediocre, generalmente necesita tener un grupo (recuerden que el hombre mientras más primitivo, más busca al grupo y su apoyo) y al formar una masa, entonces sí se torna la situación peligrosa, puesto que la sociedad se transforma en algo mediocrísimo (se busca aplastar la creación y en su lugar estimular la mediocridad).

Creo que en este sentido Venezuela está muy afectada y lo peor del asunto, a varios niveles: en la política (a nivel de dirigencia, en la forma de gobernar, en las intenciones que mueve a los hombres); todas las otras ramas del saber y del hacer también están contaminadas por la mediocridad. Por eso las pocas personas que en ese país se desenvuelven bien en su área, los consideran genios.

La mediocridad tiene su raíz en un error a nivel de las intenciones: supongo que es algo que tiene que ver con la educación. La gente quiere saber para ostentar y no para saber, para mejorarse a sí mismo; las personas mueren a causa de su vanidad. A mí este tema siempre me ha preocupado, algunas veces al punto de mortificarme, porque las sociedades son el reflejo de su gente.

Alguna vez alguien poco conocido dijo: “La generación de ahora es boba”. Estoy muy de acuerdo: sólo escuchando ciertos ritmos populares y poniendo atención a la letra  de esas canciones, encontramos que si no tienen un tema erótico central, se refieren a temas que estimulan la inercia mental.

Los jóvenes, a excepción de muy pocos, en su mayoría tienden a la inercia; parece que no les corriese sangre por las venas, no poseen ideales, no optan por desafiarse a sí mismos y intentar cambiar el sistema, o siquiera, decir alguna que otra verdad para incitar cambios en su entorno. Es impresionante la superficialidad que les rodea: ven las cosas por encimita y se conforman con todo lo establecido. Yo los entiendo pero no los admiro, no admiro los que viven bajo el sello de la mediocracia.

Es verdad que no puedo generalizar, pero es indudable que una buena parte de la juventud venezolana, es así: creo que llegaron a la conclusión, que todo en la vida es destino y todo llega, por lo tanto, no hay que mortificarse.

SANTA DE DÍA…Recordando a Valencia

Por Lida Prypchan

Me hubiese gustado escribir una telenovela cuya actriz principal hubiese tenido cuatro gemelas, para representar los cinco “yo” de su personalidad, aunque la pobre sufriría de graves conflictos psicológicos.

Lástima que en la vida real sean pocas las veces que participamos en situaciones  realmente novelescas. Por ejemplo, asistir al momento en que dos hermanas gemelas (una buena y otra mala), se encuentren en un banco o en la gasolinera.

No creo que existan gemelas donde una es buena y la otra es mala. Además la representación de la buena, no es de buena, sino de boba. Ambas son buenas y malas a la vez, es más, mientras más calladitas… más tremendas. Las personas no son lo que aparentan.

En mi caso yo no podría ser actriz, ya que tengo dificultad para distinguir la realidad de la irrealidad. No podría ser actriz, porque si me llegara a gustar mucho algún rol que me otorgaran, terminaría comportándome en la vida real de la misma manera que en la obra.

No hay hora del día para manifestar dualidad en el comportamiento. Sé de un señor que es un ogro en su casa, y todo el tiempo cuenta chistes en la calle; sé de otro, que es un santo varón delante de su esposa, y un perfecto seductor detrás de ella.

En el caso de la infidelidad es interesante que a menudo muchas personas perciben la dualidad de las personas menos quien debería percibirlo: su pareja. Sucede a menudo cuando el cornudo es el hombre: tiene unos hermosos cuernos con ramificaciones y demás yerbas.

Como creo que algunos quedaron interesados por el tema de la infidelidad, les copié una cita de uno de los grandes estudiosos de la materia, se llama Charles Fourier (1772-1837) y dice: “Se puede distinguir en el mundo cornudo nueve grados de cornudez, tanto entre los hombres como entre las mujeres, pues las mujeres son mucho más cornudas que los hombres; y si el marido los lleva tan altos como las astas del ciervo, puede decirse, que los de las mujeres se elevan a la altura de las ramas de los árboles”.

Nota: Lo del título fue porque recordé a mi madrastra Valencia (madrastra, pues no fui concebida en ella y por tanto no es mi tierra madre), en criollo lo llaman no precisamente madrastra, sino madre adoptiva. (Hay un término aun más exacto que ahora no recuerdo). Recordaba sus dos caras: una de día y otra de noche. Por eso…     Santa de día…

VOY A TUMBAR ESTE GOBIERNO

Por Lida Prypchan

“Si somos individuos ¿qué es entonces una sociedad?”
Francis Furet

 

Me encontraba con un enfermo mental, de pronto dijo: “Voy a tumbar este gobierno”. Y continuó: “Cuando reina la crisis y la desilusión, la gente se presta a los cambios; habría que infiltrarse y buscar aliados, comprar el armamento necesario, o planear la entrada de influencias de Cuba o de Rusia”.

Al preguntarle si su objetivo era proclamarse jefe de la revolución, respondió: “Quiero ser dueño del mundo”. Decía, que al tumbar este gobierno, lo primero que haría sería cerrar los bares y poner a la gente a trabajar la tierra y comer sus frutos, cerraría los burdeles y las prostitutas serían las lavanderas de los trabajadores.

Me recordó a Hitler. Hay que estar loco para llegar a sus extremos: matar y matarse por las ansias de poder.

Si Hitler viviera en esta época y le hubiese dicho a su familia que querría ser dueño del mundo, inmediatamente lo habrían llevado a una consulta psiquiátrica. Pero comúnmente los políticos se rodean de otros políticos, con las mismas descabelladas ideas de poder y grupalmente perciben la irracionalidad como algo muy normal.

Tanto en el relato, como en toda revolución, el hombre busca un cambio en el ser humano. Los grandes movimientos políticos han tenido como finalidad, construir un hombre nuevo, feliz socialmente, que encaje en la enmarañada “maquinaria social”. Para lograrlo recetan un “ideal de vida”: consumir, trabajar, fornicar, procrear, criar a los hijos como borregos, amar a medias porque ya no se sabe lo que significa amar (han confundido la unión sexual con el amor).

La revolución sexual ha sido una táctica para someter al mundo: se han creado libros de recetas para que la gente llegue al orgasmo y no se dan cuenta que con un abismo en el medio, no hay orgasmo posible.

Retomando el tema de la revolución encontramos una contradicción; el hombre nació supuestamente libre y está encadenado por todas partes. La sociedad y sus mandatos son lo opuesto a la naturaleza intrínseca del hombre: la libertad. Es como querer convertir a un afroamericano en ario. La historia demuestra que la real lucha ha sido contra la naturaleza humana, bregando para desnaturalizarla.

Según Rousseau, la respuesta es: privarse de manera conforme de un poco de libertad, para construir el “bienestar social”. Hasta ahora no se ha logrado. Quizás el error esté en la proposición.

Y lo que preocupa, son las consecuencias de este intento de cambiarle la manera de ser al hombre: yo observo, que los que se dejaron engullir totalmente por el sistema, son autómatas. Yo lo llamaría “la computarización de los sentimientos”, es la máxima manipulación social; sentir alegría porque sí, o sentir tristeza porque sí, o sentir rechazo por quienes son diferentes, exactamente como computadoras preparadas para todo.

AUSENCIAS

Por Lida Prypchan

Hay ausencias que persiguen a lo largo de la vida. Se convierten en una cruz que se lleva a cuestas porque cada mañana se presenta como un fantasma exhortando. Los lugares se tornan sin sentido, las personas por más interesantes que sean no dan la talla a las exigencias personales.

Cuando una relación se ha cultivado, la inteligencia nos hace saber hasta dónde llega la debilidad propia, hasta dónde se está encadenado a alguien y cuáles son esas cadenas: el conocimiento mutuo, la comunicación, el amor en cualquiera de sus formas. Se logra una compenetración difícil de olvidar que deja una huella profunda que transforma el interior en una gruta en la que no es fácil ofrecer cobijo a otros seres.

La vida es tan extraña y da tantas vueltas. La ausencia puede ser tan terrible que en ocasiones se acepta cualquier tipo de relación con tal de alejarse de ella.

Soy creyente del destino y sé que las casualidades no existen: toda casualidad es una cita, quizás puede que estén en otras ciudades, pero persiguen. Y quien no cuenta con la presencia de ese ser amado, hay que compadecerlo porque la ausencia no perdona: calles, voces, miradas, palabras, amaneceres, risas…

No puedo dejar de citar un poema de Borges que dice:

“…Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde
”.

LAS CARAS TRISTES DE MI GENTE ALEGRE

Por Lida Prypchan

La muerte era lo único que le faltaba experimentar a Ismael Rivera. Habría sido suficiente que renunciara a cualquier sentimiento distinto al que sus canciones le hacían sentir. Al igual que Cheo Feliciano, Ismael sabía ponerle letras tristes a canciones rítmicas y sabrosas. Tal contraste producía una sensación de alegría triste o una tristeza alegre, en definitiva un sabor agridulce, a veces un poco más agrio que dulce. Sus letras se enredan a través de su ritmo contagioso.

Igual pasa con una de las canciones de Cheo Feliciano sobre una mujer que vive para gozar de la vida, que tiene alma de prostituta. Se llama “Isabel de la noche”. Hay otra que retrata con ritmo incomparable las injusticias sociales, me refiero a esa que canta sobre el vendedor de periódicos, que ya desde tan corta edad tiene que levantarse muy de madrugada para ganarse algunos centavos.

Esa infancia que tanto se ve en Venezuela, es de las contradicciones más grandes de nuestra sociedad: los niños pobres vendiendo periódicos mientras los políticos resuelven los conflictos con tremendas borracheras. El altísimo costo de esas borracheras, ese alcoholismo de los dirigentes, es una cantidad enorme de dinero que muy bien serviría para poderle dar alimentación y educación a esos niños que por supuesto son hijos sin padre, quien se ha ido, y nunca más se sabrá de él ­— a menos que algún día se encuentren padre e hijo en un autobús.

Esas son las realidades que contrastan con la creencia según la cual los venezolanos son muy alegres, al contrario, diría yo, son muy tristes ¿Cómo no van a ser tristes si la mayoría no ha tenido padre, y si lo han tenido se ha comportado como si no lo fuera?  Recientemente conocí un caso de un señor que violó a su hija desde los cinco hasta los quince años. Esto es peor que no tener padre, o tal vez tener algo que no puedo expresar porque debería utilizar palabras muy fuertes…

¿Cómo van a decir que el venezolano es un ser alegre? ¿Acaso ser totalmente dependientes del alcohol y ser infelices en el matrimonio es signo de alegría?  Porque al venezolano lo crían para ser infeliz en el matrimonio, para vivir ensimismado. Se casa por convencionalismo, no por amor, se casa para tener hijos y no para tener familia, pues en su mayoría no son buenos padres ni tampoco buenos esposos. Viven para sí mismos, prefieren pasar su tiempo libre con los amigotes antes que compartir ese tiempo con su familia y, si tienen una familia unida, la sociedad y sus patrones los señalan llamándolos  “dominados”.

El venezolano y la venezolana se presentan como personas muy liberales y son terriblemente conservadores, sólo que las leyes las aplican para juzgar a sus semejantes pero no para juzgarse a sí mismos. Hay muchos hombres que tienen varias mujeres, debido a su incapacidad de ser felices o de hacer feliz al menos a una de ellas y luego, basados en una gran incapacidad de amar, les gusta exigir lo que son incapaces de dar, es decir, exigen fidelidad.

Una anciana del llano un día me dijo una frase que aunque es fuerte, retrata muy bien la actitud de tanta subestima que tienen las mujeres venezolanas. Ella me decía: “Aquí las mujeres no comen m…porque no son cerdos”. Y lamentablemente es cierto, a la mujer venezolana tampoco le importa mucho que la amen, ella quiere alguien que esté a su lado como un maniquí, no quiere afecto, quiere ser mantenida, quiere posesiones, estatus y muebles nuevos. Es una forma de prostitución fina esto del matrimonio…

UN PRESO SIN CÁRCEL

Por Lida Prypchan

El Nacional, 26 de Agosto de 1984

Hasta que tuvo treinta y dos años pudo percibir que durante toda su vida había sido un presidiario. Desde las experiencias más tiernas y nobles, hasta las más crueles e injustas, estuvo considerando para llegar a esta conclusión. Y era para él una conclusión seria e importante, quizás la más importante de su vida, porque a partir de ese momento su manera de pensar cambiaría.

No era pesimismo. Tampoco era una “cruda realidad”. Era simplemente un hecho que sucedía dentro de él, que lo aceptaba como tal, y al que podría sin ningún trauma, adaptar su vida de acuerdo a la enseñanza que le había proporcionado esta conclusión.

Decía que no era ni pesimismo ni cruda realidad porque ésas eran simples expresiones que todos repetían y que aquello que para otros era la realidad, para él era ficción. Esas palabras no eran más que formulismos que circunscribían la aventura de vivir a situaciones estereotipadas, incapaces de expresar la realidad de una persona. Por eso su realidad era indescriptible y hasta incomprensible para los demás, y a veces hasta para él mismo.

Él no creía en el libre albedrío. Uno hacía y pensaba según la sociedad, la familia y lo que otras tantas instituciones pautaban. La libertad era muy relativa. Demasiados mecanismos lo atan a uno para formar parte del montón, y si deseas salirte de la raya…¡cataplum!…  te cae encima la censura, los dedos índices te señalan, y pasas a tener mala reputación, a aguantarte los sermones conservadores, las malas caras, ¡dígame los suspiros de tristeza de los seres queridos que supuestamente “lo comprenden a uno”! Todo ello se erige en la cárcel de los muy sinceros, en fin…    es lo que hay…

Él siempre fue un bicho raro, ciertamente no por su aspecto. Era la cantidad de comportamientos que lo describían y que lo diferenciaban de los demás. Y que él bien sabía, porque había estudiado Psicología y sabía que para el ser humano es muy importante sentirse aprobado, sentirse apoyado, sentirse importante, sentirse amado.

Nadie sentía esto por él y era quizás su mayor orgullo. También allí estaba preso. Era preso de su orgullo, de la confianza en sí mismo. A veces caía en estados de ensimismamiento y con orgullo acariciaba su gran conclusión.

Se decía:

Primero, fui preso de mi incapacidad de manejarme yo mismo y de mi ignorancia. Mis padres, de buena voluntad, me socorrieron, me enseñaron para hacer de mí un presidiario de por vida – quizás hasta sin ellos quererlo – de sus decisiones y opiniones, en fin, de su mentalidad.

Luego en el colegio, me hicieron preso de una persona extraña a quien me hacían llamar maestra, y la pobre también era mi presidiaria, ya que buena parte de su paciencia y sus estados de ánimo estaban en mis manos.

A veces la fastidiaba en exceso, probablemente era para que se diera cuenta de que ambos estábamos presos, y para que desistiera de la idea de convertirme en un niño educado, porque yo era preso de mi rebeldía y de mi desgano por aprender. Si me molestaba mucho y seguía insistiendo, empezaba a llorar, para dejarle bien claro, que ella era una presidiaria de mi llanto y de su compasión.

Cuando besé por primera vez, me convertí en un preso de los besos. Cuando hice mi primer derroche de sexualidad – por cierto sin amor – me encerré para siempre en los garrotes del placer. Y cuando lo hice con amor, me entregué yo solito a la preciosa cárcel del amor, en la que me encierro para ser feliz y compartir bellos momentos.

Y luego conocí la amistad y me hice preso de mi amigo, ese alguien especial, con quien contaba incondicionalmente.

Después empecé a trabajar, y vi como mis horas pasaban lentamente en manos del deber, en manos de lo correcto para los demás e incorrecto para mí. Y así, me hice preso de mi silencio, de lo que no se me permitía expresar sin formar un berrinche, de mis secretos; también de mis opiniones, distintas a las de los otros.

Luego me casé, y mis hijos se adueñaron de mi cárcel, y puedo jurar que al educarlos he tratado de no atarlos a mí, de dejarlos decidir de qué serán presos. Por lo menos, puedo jactarme de no haberlos obligado a seguir al gigante del deber. Me gusta que conserven su espontaneidad de niños auténticos. Y ahora, soy su presidiario: mi vida y mis decisiones dependen de ellos. Esto tiene, analizándolo fríamente, sus ventajas y sus desventajas.

Las ventajas: me han dado grandes felicidades, me han enseñado a ser tierno de nuevo, me han enseñado cambiar mi crítica a mis padres, ahora más bien los comprendo; me han enseñado verdaderamente lo que es el deber, me han dado una lección de amor.

Las desventajas, son más de lo mismo: me han quitado la poca libertad que antes tenía, me han impedido estudiar de nuevo, me han atado a mi esposa justo en el momento que noté que vivimos como hermanitos, en el momento en que al mirarnos lo que sentíamos era cansancio…   en fin…   todo tiene sus pro y sus contra. Lo único que sé, es que esté triste o alegre, soy preso de mí mismo y lo mejor de todo es que soy un preso sin cárcel”.