Por Lida Prypchan
Un jueves en la noche me introduje en una reunión en la que ejercité ampliamente la sin huesos. En dicha reunión pude conocer algunas personas. Por ejemplo a un joven que me dijo categóricamente que él no creía en los médicos. Le respondí que no me alteraba en lo más mínimo porque las personas son personas y no representantes de profesiones.
Posteriormente caímos en el tema del escritor contemporáneo y decía que por qué no escribía acerca de los problemas de la Universidad de Carabobo. Le respondí que no me parecía un tema trascendental en la vida del hombre, además resultaba sumamente tedioso abordar temas tan trillados. Pero en lo que más le insistí fue en que escribiera yo o no acerca de la Universidad nada iba a cambiar. Opinaba lo mismo ante todos los asuntos políticos.
¿En que puede cambiar la ruptura de relaciones entre Francia e Irán si opino yo acerca de eso? Lo único que me atrevería a decir es que las relaciones entre países son muy parecidas a las relaciones entre personas, solo que suelen ser mas frías e hipócritas, excepto tengan igual ideología. Y que estas rupturas suelen causar las mismas sensaciones que las rupturas entre personas. Mi refiero a que Irán está indignado así como el Sr. Pérez se indignaría si un amigo o conocido de años lo manda a freír monos.
Pero lo que estoy haciendo es referirme a la condición humana (que sí lo considero un asunto trascendental para un escritor) valiéndome de un problema político. Y hablando de política podría decir con toda sinceridad que siempre me ha parecido que quienes se dedican a la política, lo hacen básicamente por sus intereses y no con el deseo de mejorar la nación (considero a los políticos individuos muy terrenales… muy poco espirituales). Tampoco quiero decir que los sacerdotes son los únicos espirituales porque bien puede un sacerdote ser terrenal. Para ir en pos de fines nobles no es necesario tener credo religioso, la bondad puede poseerla un ateo. Los asuntos trascendentales son universales.
Escriba usted en Nueva York o en el Congo el amor es el amor, la guerra es la guerra, Dios es Dios, el origen de la vida es el origen de la vida. Son cosas que nunca van a cesar como interrogantes para un escritor. Ya me convencí que hay cosas que no se pueden cambiar.
Pase algunos años tratando de convencer a la gente de que el Topo Gigio no era un genio, caía en largas discusiones y de estas pasábamos a otras, me partía el cráneo buscando más y más razones para convencerlos. Finalmente me retiraba malhumorada, se me quitaba el apetito, llegaba a mi casa y con facilidad entraba en polémica, y qué. Al día siguiente cuando volvía a encontrar a este grupo, seguían diciendo que el Topo Gigio era un genio.
Admiro a esos articulistas que ingenian soluciones para los problemas de la Universidad y para los del país. Los admiro pero no comparto esta lucha porque es infructuosa. Personalmente prefiero escribir sobre problemas que afectan a todos sin ningún tipo de discriminación.
No es lo mismo subestimar problemas que no dependen de uno a subestimar las revoluciones. En las revoluciones sí creo yo, toda revolución tiene un punto de partida ideológico. Me abocaría a luchar en pos de una revolución pero las que le hace falta a este siglo, una revolución individual en especial de los valores y creencias.
Confucio, por ejemplo, pensaba que el bienestar del Estado dependía de la integridad familiar y esta a su vez dependía del grado de desarrollo y perfeccionamiento individual. Aconsejaba que para reformar el Estado había que partir por una transformación individual.
Consulté a un maestro chino acerca de la trascendencia e intrascendencia de los asuntos y textualmente dijo: “No todos los hombres están obligados a mezclarse en los asuntos mundanales. Existen también quienes ya han evolucionado interiormente a tal punto que tienen el derecho a dejar que el mundo siga su curso, sin inmiscuirse en la vida política como reformadores.
Más con ello no quiere decirse que han de asumir una actitud pasiva, inactiva y meramente crítica. Tan sólo el trabajo dedicado a las metas más altas de la humanidad, que uno ejecuta sobre su propia persona, da una justificación para semejante estado de retiro. Pues aún cuando el sabio se mantiene apartado del diario trajín, va creando incomparables valores para la humanidad del porvenir”.