¿ES ILUSORIO NUESTRO PROGRESO?

Por Lida Prypchan

“No hay nada nuevo bajo el sol, pues todo es vanidad, carrera en pos del viento”
Will Durant

 

Los romanos se reían del progreso porque no creían en él. “Todo es siempre igual”, esa era su sentencia acerca del asunto. Podríamos deducir que tampoco creían que el futuro traería algo nuevo, algún desarrollo real de propósitos.

De visitarnos comprobarían que hemos desarrollado sofisticados métodos, pero que nuestros fines, nuestros propósitos no han prosperado en mucho. Intentar aproximarnos a las razones que tenían para pensar así, es el primer propósito de este escrito.

Se debía, probablemente, a la brevedad de su existencia histórica y a la relativa rapidez con que su civilización logró la cúspide y cayó de nuevo. También se debía a su escasa disponibilidad de relatos del pasado que le impedía apreciar sus avances. Para ellos, el pergamino resultaba demasiado costoso para derrocharlo en meras historias.

Durante la Edad Media, análoga escasez de recursos mantuvo en suspenso la noción del progreso. A falta de modelos que permitieran conocer sociedades pasadas o contemporáneas de otras regiones, y poder hacer comparaciones, se idealizaba la existencia de otro mundo. Esto nos permite inferir que la creencia en otro mundo podría marchar paralelamente con la escasez de recursos imperante.

Pero al desaparecer la pobreza, el otro mundo o los cielos quedan a un lado, insípidos y sin sentido. Sin embargo, lo cierto es que pensar en ellos ha dominado la mente de los hombres durante incontables años.

La riqueza vino con el Renacimiento y la Revolución Industrial. Hubo un acontecimiento importantísimo que empujó el espíritu humano y fue la revelación de Copérnico. La industrialización se hizo presente y ella trajo consigo “el progreso”. La noción de progreso halló su primera expresión definida en el optimismo exuberante del siglo XVIII.

Nicolas de Condorcet (1743-1794), un discípulo de Voltaire, es un vivo ejemplo de este optimismo. Se trata de un hombre, un revolucionario, que andaba huyendo de la guillotina. Este hombre erudito escribió el libro más optimista que pluma alguna haya concebido. Cuando lo terminó huyó de París hasta cierta posada bien alejada, y feliz dejó su cuerpo descansar.

Cuál sería su sorpresa, cuando al abrir los ojos encontró a los gendarmes que lo andaban buscando. Y no se dejó aniquilar; lo hizo él mismo. Hasta para ello impuso su voluntad: tomó un veneno, que siempre cargaba en un bolsillo por si lo sorprendían e intentaban  capturarlo. Leer su libro, es comprobar cuan escéptica es nuestra generación.

Nuestra generación espera del futuro TODO. Cree en el progreso de la humanidad en todos sus sentidos. Es un hecho extraordinario: Condorcet, un hombre que lo había perdido todo,  que lo había sacrificado todo en pro de la Revolución, tenía más optimismo que nosotros que no revolucionamos sino la tecnología. Yo me pregunto: ¿podrá la humanidad, algún día, superar tal fe?

Finalizando, he llegado a tres conclusiones acerca del progreso:

1)  El corazón siempre es el mismo, el intelecto sufre igual suerte; las pasiones, los vicios y las virtudes continúan sin alteración alguna, sólo los conocimientos van en aumento.

2)  Los cuerpos hablan de progreso, porque gracias a unos cuantos descubrimientos científicos, han establecido una sociedad que confunde el confort con la civilización.

3)  La conducta humana y la organización social se fundan, no sobre el pensamiento que progresa, sino sobre los sentimientos y los instintos, que apenas cambian de un milenio a otro. Esta es una de las razones de nuestro fracaso, al intentar traducir nuestro conocimiento creciente en mayor felicidad y en paz más duradera.

1 comentario

    • Lottie el julio 12, 2016 a las 10:27 pm

    Great to hear from you.

Los comentarios han sido desactivados.