Por Lida Prypchan
“Si somos individuos ¿qué es entonces una sociedad?”
Francis Furet
Me encontraba con un enfermo mental, de pronto dijo: “Voy a tumbar este gobierno”. Y continuó: “Cuando reina la crisis y la desilusión, la gente se presta a los cambios; habría que infiltrarse y buscar aliados, comprar el armamento necesario, o planear la entrada de influencias de Cuba o de Rusia”.
Al preguntarle si su objetivo era proclamarse jefe de la revolución, respondió: “Quiero ser dueño del mundo”. Decía, que al tumbar este gobierno, lo primero que haría sería cerrar los bares y poner a la gente a trabajar la tierra y comer sus frutos, cerraría los burdeles y las prostitutas serían las lavanderas de los trabajadores.
Me recordó a Hitler. Hay que estar loco para llegar a sus extremos: matar y matarse por las ansias de poder.
Si Hitler viviera en esta época y le hubiese dicho a su familia que querría ser dueño del mundo, inmediatamente lo habrían llevado a una consulta psiquiátrica. Pero comúnmente los políticos se rodean de otros políticos, con las mismas descabelladas ideas de poder y grupalmente perciben la irracionalidad como algo muy normal.
Tanto en el relato, como en toda revolución, el hombre busca un cambio en el ser humano. Los grandes movimientos políticos han tenido como finalidad, construir un hombre nuevo, feliz socialmente, que encaje en la enmarañada “maquinaria social”. Para lograrlo recetan un “ideal de vida”: consumir, trabajar, fornicar, procrear, criar a los hijos como borregos, amar a medias porque ya no se sabe lo que significa amar (han confundido la unión sexual con el amor).
La revolución sexual ha sido una táctica para someter al mundo: se han creado libros de recetas para que la gente llegue al orgasmo y no se dan cuenta que con un abismo en el medio, no hay orgasmo posible.
Retomando el tema de la revolución encontramos una contradicción; el hombre nació supuestamente libre y está encadenado por todas partes. La sociedad y sus mandatos son lo opuesto a la naturaleza intrínseca del hombre: la libertad. Es como querer convertir a un afroamericano en ario. La historia demuestra que la real lucha ha sido contra la naturaleza humana, bregando para desnaturalizarla.
Según Rousseau, la respuesta es: privarse de manera conforme de un poco de libertad, para construir el “bienestar social”. Hasta ahora no se ha logrado. Quizás el error esté en la proposición.
Y lo que preocupa, son las consecuencias de este intento de cambiarle la manera de ser al hombre: yo observo, que los que se dejaron engullir totalmente por el sistema, son autómatas. Yo lo llamaría “la computarización de los sentimientos”, es la máxima manipulación social; sentir alegría porque sí, o sentir tristeza porque sí, o sentir rechazo por quienes son diferentes, exactamente como computadoras preparadas para todo.