Por Lida Prypchan
“Podemos concebir un mundo dominado por una tiranía invisible que utilice las formas del gobierno democrático”.
Kenneth Boulding
Así como nos venden un producto comercial, nos venden la imagen de un candidato político. Precisamente de esto se quejaba Adlai Stevenson en las elecciones de 1952 en EEUU, en las cuales fue derrotado por el General Eisenhower. Stevenson dijo: “La idea de que se pueden vender candidatos para las más altas investiduras como si fueran cereales para desayuno… es la última indignidad del proceso político”. No solo es una indignidad sino que también es sumamente peligroso.
Es peligroso porque asi como es cierto que estamos en la era de las masas, estamos en la era del hombre aislado. Este hombre aislado no debemos dejarlo pasar inadvertidamente, este ser solitario tiene su causa y su historia. Para ello debemos remontarnos a los dos hechos esenciales que caracterizaron la evolución de la humanidad en el siglo XIX: la tipicidad, en estructura y espíritu, de las naciones y, en segundo lugar, la evolución en la demografía y el hábitat. El primer aspecto trata de cómo se logró que el hombre fuera partícipe de la vida pública y el segundo aspecto dio como resultado el hacinamiento y la impersonalidad con su funesta consecuencia: la disolución de las células tradicionales (ej. la familia). La consecución final fue, que el hombre por sentirse aislado y desorientado, se refugiase en el falso calor humano que irradian las masas.
El hombre de las grandes ciudades impersonales se siente con miedo, con temor a la desocupación, a la guerra, a la miseria. Los propagandistas, los constructores de imágenes políticas se aprovechan de esta situación. Es por ello que la propaganda política se ha ganado el desprestigio. Pero yo creo que el error no está en la propaganda política y sus directores si no en la concepción del hombre dentro de la sociedad. Para explicar lo que pretendo decir tomaré como base la famosa anticipación de Aldous Huxley en su libro “Un mundo feliz”. Huxley hizo una sátira de los espíritus prefabricados. En ella, el niño desde que nace se le condiciona y después lo condiciona la escuela, la sociedad y muchas otras instituciones.
Si desde que nacemos nos crían como sucede con los perros cachorros criados en jaulas, es lógico que nos acostumbremos a la servidumbre; y al contrario, seremos más refractarios mientras más tiempo hayamos vivido libremente. Hay que rechazar el encasillamiento, la tipicidad de los seres humanos; hay que enseñar a razonar, no a aceptar. Esto permitiría que el hombre desarrollase la facultad de resistir al llamado devorador de los mitos, “seductores refugios que sustituyen el esfuerzo interior por el servilismo cómodo”.
La propaganda política, los manipuleos de opinión o como mejor se le quiera llamar, no es un descubrimiento de este siglo. Desde que hay rivalidades políticas, o sea, desde que el mundo es mundo, la propaganda existe y desempeña su papel. Aquí tenemos que recordar a Demóstenes, a Filipo, Cicerón, a Catalina, Napoleón, a Lenín y a Hitler. Napoleón era un verdadero artista en estos asuntos. Napoleón tenía lo que él mismo bautizó con el nombre de su “Oficina de Opinión Pública” cuya finalidad era “fabricar tendencias políticas a pedido”. Pero indiscutiblemente nada como Lenín y Hitler. Estos dos genios de la propaganda marcaron profundamente nuestra reciente historia, aunque de una manera muy diferente.
La propaganda política dio pasos agigantados a partir de 1950. Basándose en los descubrimientos de Pavlov, Freud, Riesman y Batten, Barton, Durstine y Osborn, Pavlov y sus reflejos condicionados, Freud y sus imágenes paternales, Riesman y su concepto de los modernos electores norteamericanos como consumidores-espectadores de la política, y B.B.D. y O., y su ciencia del comercio de masas.
Debemos agregar la concepción que se tiene sobre política y opinión. Se sabe que, para Freud, no hay instinto social primario; el “mundo” del individuo se circunscribe a un pequeño grupo de hombres que han adquirido ante si sismos “una importancia grandiosa”. Esto lo confirmó Gallup: “la tendencia de la mayoría debe ser interpretada como la tendencia a seguir, no la opinión del conjunto de la nación, sino del pequeño grupo íntimo que representa el mundo bien delimitado del elector”.
En las campañas electorales, las agencias de propaganda lo que más manipulan es la imagen del candidato. Se trata de un culto a la personalidad, de un culto a la figura paternalista. Por cierto Eugene Burdick, autor de la novela “La Novena Ola” que trata de las tendencias irracionales en política resumió magníficamente el cuadro del Presidente perfecto: “Un hombre de gran, simpatía inspira confianza más que admiración y no es tan perfecto que parezca verosímil. Debe haber hecho cosas en otro campo además del de la política y debe poseer un genuino sentido del humor”. “Yo soy uno de tantos” o “Colóquese Ud. en mi lugar”, es el recurso favorito de los hombres de Estado en los países democráticos.