RETRATO DE UN ADULADOR

Por Lida Prypchan

No parecía que fuera así. Era tan agradable, tan simpático. Sabía ganarse a la gente… pero de qué manera. Era un adulador. Se menospreciaba porque no se sentía capaz de lograr las cosas por su valor, con su trabajo y esfuerzo. Estaba muy bien relacionado.

Era abogado y había obtenido ese título – aunque con un poco de retraso porque era muy mal estudiante – por una simple petición familiar.Pertenecía a esas familias adineradas que deseaban tener un “doctor” en casa para vanagloriarse ante sus amistades de la sociedad. En cuanto se graduó, empezó a presentarse como Dooooctoooor.

Su manera de hablar era extremadamente afectada, casi exagerada. Acentuaba cada sílaba con lentitud y mucho glamour. Él era glamoroso. Un engreído que necesitaba pasar por simpático, casi un payaso, para poder alimentar el vientre somnoliento de su ego. Sin embargo, en vista que no tenía grandes ideas y las pocas que tenía eran plagios de ideas de filósofos y psicólogos, se veía obligado a fingir.

A la hora de la verdad, cuando se le planteaba un tema específico, se iba por las ramas para no tener que opinar, porque en realidad no tenía nada que opinar. Y parece absurdo que queriendo yo hablar de la adulación, que era una de sus características, les hable de otros temas como la vanidad.

En realidad, lo que sucedía era que su esencia era la de un adulador, por cierto muy elegante; claro que también otras muchas cosas acompañaban su esencia. En la naturaleza existe siempre una multitud de cosas extrañas mezcladas con la esencia de la verdad. Por eso el arte nos conmueve;  precisamente por estar limpio de las impurezas de la vida real.

Él conocía a la perfección las argucias de la adulación, a la cual no puedo llamar arte porque insultaría injustamente al arte mezclándolo con una vileza, propia de hombres débiles, como lo es la adulación. Y aunque parezca una grave contradicción, era un pedante. Adulaba a algunos para lograr cómodamente sus metas y, al mismo tiempo, para hacerse conocer y ser adulado por tontos.

Para su desgracia, algunos adulados se habían percatado de lo interesado que era – además de banal – dándole la espalda, como una reacción lógica. Él no soportaba estas situaciones. En esos momentos optaba por vengarse de la vil humillación que presenciaban sus ojos o aparecía como la víctima para luego sacar las uñas y realizar sus planes maquiavélicos.

Le gustaba conseguirse personas trabajadoras para extraerle el mayor producto y luego robarle los créditos de su esfuerzo. Era, en síntesis, un vividor. Y cuando de él se distanciaban por estos motivos, y encontraba ante él un interés, rápidamente, sin muchas consideraciones ni preámbulos, se presentaba para adular. Semejante cara dura. Su imagen era una falsedad.

Se hacía llamar Doctor y se jactaba de sus buenos sentimientos. Decía detestar la mentira y la hipocresía y él, más que nadie, carecía de moral suficiente para decirlo, porque estas dos características eran las fieles aliadas en la vida de sus relaciones. Su vida era una continua hipocresía.

Paulatinamente iba perdiendo amigos porque, al cabo de un tiempo, estos se daban cuenta de que la peor especie de amigos es la de los aduladores. Hay quienes lo reconocían desde el primer encuentro y decían: es un bípedo abyecto que miente a otro hombre a quien desprecia. Tal y como decía Aristóteles: “Todos los aduladores son mercenarios y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”.

Es mejor caer en las garras de los buitres que en las manos de los aduladores, porque aquellos sólo causan daño a los difuntos y éstos devoran a los vivos.