LA MUERTE DEL LECTOR (Relato de Julio Cortázar)

Por Lida Prypchan
Hacía unos días había comenzado la novela y, por negocios urgentes, la había abandonado. Se fue en tren a su finca. Al llegar le impartió varias órdenes a su mayordomo y luego, con tranquilidad, se instaló en su estudio a terminar de leer su novela e iba en sus capítulos finales.

Se dejó interesar vivamente por la trama de la obra. Con placidez acariciaba el terciopelo del sillón verde, donde se encontraba recostado.

La novela, a medida que avanzaba, se hacía más interesante: fue testigo del último encuentro entre una mujer y su amante. Se encontraron en la cabaña de la colina.

Entre ellos se oponían ramas, hojas secas y senderos furtivos. Una de las ramas lastimó al amante y de ella brotaba sangre, mientras que la mujer lo besaba, él respondía rechazándola. Desde hacía tiempo, habían planeado el crimen de su esposo, ahora lo iban a realizar.

Empezaba a anochecer. Se separaron en el monte que estaba alrededor de la finca. Ella se dirigiría hacia el norte y él por la senda opuesta. La vio alejarse con el pelo suelto. Se acordaba de las palabras de la mujer: primero una sala azul, luego una escalera alfombrada.

En lo alto, dos puertas, dos habitaciones: ambas desocupadas, nadie en ellas.

Al fondo estaba el estudio con largos ventanales, a la izquierda el sillón de terciopelo verde y en él sentado un hombre leyendo la novela y el puñal en mano del amante anhelante.