Por Lida Prypchan
A Francisco lo conocí en un lugar frio de gente fría. Al llegar me reconocieron y me dejaron pasar: iba a una recepción. Me senté sola en una mesa. Me sentía dichosa de estar con mi soledad observando cómo las personas se comportaban en aquel lugar, los veía cuales espejos que revelaban algún defecto mío en cuanto a comportamiento y me alertaba para no cometerlos en el futuro.
Disfrute mucho viendo bailar a las personas unos bailaban colocando la mano como si fuera un mesonero y erguía la cabeza caballero valenciano que lleva los viernes en la noche a la novia a la discoteca para que ella tenga tema con sus amigas por una semana hasta que vuelven a ir. Otros bailaban con los hombros. Parecía como si hubiesen tenido un estancamiento en el desarrollo de su destreza para aprender a bailar.
Otros alzaban los brazos, hacían morisquetas, reía esforzando los músculos de la cara y a la hora de la verdad no bailaban más que el peor bailarín. Otros, los tímidos se rezagaban en un oscuro rincón y llevaban es paso anormal. Otros bailaban travolta: demostrando que no salían de su casa desde esta época. Otros, los más altos, que por lo altura que ellos, se encorvaban convirtiéndose en una C humana mientras que su enana compañera hacia con su cuerpo una C invertida que daba la impresión que se iba a partir en dos a nivel de la columna vertebral. Menos mal-pensé-que estudio Medicina y he visto como se endereza a un partido.
Por supuesto que no trata de un matrimonio ya sea de italianos, españoles o americanos los cuales bailan de una manera exquisita. La verdad es que lo que hacen es dar vueltas y nunca cambian de pasos pero puede acostar a dormir. También puede determinar quiénes eran familiaridad que no poseen los noviecitos. Inclusive ve a un infiel. El casado infiel es aquel que al bailar con una conquista varonil como queriéndose demostrar a si mismo que el matrimonio no lo ha envejecido.
Mientras desfrutaba observando, pude ver que un joven estaba rondando me mesa. Y conociendo mis poderes de trasmisión de pensamiento y la influencia que ejerce sobre las personas la caras serias que soy capaz de poner, suponía que este joven no se iba a atrever a acercárseme. Hasta que sucedió lo centrarlo sola. Le dice: “Pues, por supuesto que no”. Me dijo que estaba fastidiado y que no encontraba con quien hablar.
Lo invite a sentarse y comenzamos a la fiesta y bailamos travolta, cuatro merengues, cinco sambas, siete chachachá, nueve pasodobles, dos rumbas flamencas hasta que pusieron la canción “Estado de Shock” que fue cuando me comenzó a convulsionar el pie derecho y tuve que irme casi en totalmente diferente a como lo había conocido. Le comunique mi apreciación y me dijo que generalmente le pesaba lo contrario, que primero se mostraba muy serio y progresivamente iba mostrando su humor. Conmigo –me había dicho el- el primer encuentro había sido muy simpático y ahora que nos volvíamos a ver la seriedad se apoderaba de la oportunidad. El era muy raro. Contrario a mí por completo.
Cuando me reía, que por cierto las paredes temblaban de emoción. Francisco se encontraba en un estado de imperturbabilidad. Cuando yo hablaba concentrada y seriamente Francisco echaba un chiste de lo que yo hablaba.
Se aceptar las posiciones de las personas y sabía perfectamente que a Francisco tenía que tratarlo al revés. Cuando le hablaba de amistad él entendía que me refería a enemistad. Cuando lo llamaba para decirle que por favor nos viéramos él entendía que le quería decir que ni se le ocurriese buscarme. Cuando quedábamos en ir al cine, ambos sabíamos que era un platón seguro. El mayor de mis insultos él lo tomada como el mejor de los halagos.
Luego inconformes con hablarnos todo al contrario establecimos hablar al revés. Ya no le decía que lo iba a llamar por teléfono sino que lo iba a llamar por nofolete. Después quedamos, en vista de lo complicado de este lenguaje, de recortar las palabras. Hasta que al final establecimos no hablarnos y ahorrarnos ese tiempo que perdíamos juntos.
Ese era Francisco.