Por Lida Prypchan
Algo poderosamente bello nos acompaña a diario, algo llamado la otra realidad. Una masa amorfa de acontecimientos casuales que no cumplen con la lógica aristotélica, pero que se siguen manifestando y apareciendo en nuestros pensamientos.
De pronto vamos por la calle y, por alguna extraña razón, nos pasa por la mente la idea de que tenemos tiempo sin ver a un amigo, acto seguido, sin llamarlo, sin pedirlo, nos tropezamos con ese amigo y le decimos que casualmente estábamos pensando en él. Un día cualquiera, acostados en casa, recordamos a otro amigo y diez minutos después suena el teléfono, es justamente ese amigo en el que estábamos pensando, quién además pregunta ¿tú llamaste hoy a mi casa?
Julio Cortázar había presentido, desde niño, esa porosidad y esa permeabilidad que él tenía para atraer las causalidades.
En una entrevista que le hizo Ernesto González Bermejo a Cortázar, él relató que en una ocasión una amiga, a quien no veía desde hacía varios años y desconocía su paradero actual, aunque intuía que estaba en Francia, le envió una carta un día lunes para que se encontraran un día martes. Él recibió la carta ese mismo día y le respondió que no podrían verse porque saldría de viaje. Casualmente, justo después de echar la carta al buzón, salió a dar un paseo y al cabo de cuatro horas, sin más ni más, se encontraron en una esquina oscura de Paris, sin saber por qué, voltearon y se reconocieron.
En esa entrevista, Cortázar, también habló del estado en el que se sumergía al escribir, que se sentía como si estaba bajo el poder de una droga y que las palabras fluían rápidamente.
Aseguró que al comenzar a desarrollar una historia no llevaba un plan hecho, desconocía el final y todo se iba presentando tal como si otro escribiera. Le parecía un proceso tan impresionante, que afirmó haber sentido miedo al firmar sus cuentos porque no se creía el autor. Lamentablemente Cortázar se nos fue, sin embargo, se quedó entre quienes constantemente lo leemos y admiramos.
Con él, la fantasía, o más bien lo fantástico, se traducía en algo natural. Lo suyo era incluir lo que vivía, aquello que no pertenecía a la vida regida por la lógica del “dos más dos son cuatro” y “lo que no veo, no lo creo”. Sus personajes solían ser médiums hipersensibles capaces de percibir esa otra realidad que coexiste constantemente junto a la lógica.
Creo que “destino” podría ser un buen nombre para esa otra realidad a la que me refiero, porque pienso que el destino es esa forma desconocida en la que se desencadenan los acontecimientos para cada persona. Todo lo que ocurre está destinado o relacionado intrínsecamente con la persona a la que le ocurre.
Un hombre razonable no tardará en cuestionar y dudar si ¿no será que está percibiendo y deformando los acontecimientos de modo que lo que ocurre parezca que se relaciona con algo? Sin embargo, dos personas distintas puedan ser influidas de manera diferente por un mismo acontecimiento.
El tema no es cómo se amolda una persona a su destino, sino el hecho de que tal vez esa cadena de sucesos ocurrió porque la persona debe vivir esa experiencia o si se interpreta simplemente como algo aleatorio que le ha tocado vivir.
Así pues, es posible que el destino cambie a una persona y no sólo eso, el destino también puede formar el carácter de una persona. Por ejemplo, una serie de hechos trágicos en la vida de un niño pueden modificar totalmente su personalidad y hacer de él una persona muy diferente a la que quizás iba a ser.
Tomemos el caso del escritor Edgar Allan Poe, quién pasó por una situación muy dolorosa a temprana edad, al quedar huérfano de padre y madre con apenas dos años. Imagínense ustedes todas las vicisitudes que eso pudo traer para la vida de ese pequeño. El destino fue injusto con él, no obstante, no lo dejó morir, ya que una muy buena familia lo acogió. Y gracias a esos inexplicables giros del destino se convirtió en referente de la literatura estadounidense.
Por otro lado, también existe algo que casi siempre sucede por casualidad, el amor. El amor no se busca, llega solo, sin uno llamarlo. A mi manera de ver, la atracción hacia otra persona, esa atracción tan poderosa y bella, no puede pertenecer a la realidad.
Para ilustrarlo de forma más clara, supongamos que un día acompañas a un amigo y visitan una casa donde te presentan a una persona, a la que casi no le prestas atención, te vas, pero se te queda grabado su rostro. De pronto vuelves a ir a esa casa y cuando ves de nuevo a esa persona comienzas a dar excusas para irte, porque hay algo esa mirada que te incomoda pero que, a la vez, te atrae.
Sientes miedo porque no puedes precisar con exactitud qué sentimiento te produce y sin darte cuenta, a los pocos días, comienzas a hablarle insinuante como si esperases que algún extraño acontecimiento te uniese a su cuerpo.
El asunto no está en que tengamos conciencia de estos acontecimientos, sino que hagamos que nuestro espíritu sea más perceptivo, receptivo o poroso a los mismos. Porque algo poderosamente bello nos acompaña a diario sin darnos cuenta, ¡es la otra realidad!