Por Lida Prypchan
Durante muchos años un tema importante en Venezuela fue la pérdida de la identidad nacional. La ola incesante de emigrantes que atraídos por “El Dorado Venezolano”, durante el siglo XX invadió el territorio nacional, hizo de Venezuela una encrucijada cultural, opacando de esta manera las costumbres locales.
Aparentemente el atractivo de las costumbres importadas tiene gran poder e influencia en países jóvenes y subdesarrollados como el nuestro.
Así pues, al observar la celeridad con que aceptamos costumbres y tradiciones que no son venezolanos, a veces hasta el punto de menospreciar nuestras propias tradiciones, me pregunto qué impresión se llevaría Simón Bolívar si recorriera la actual Venezuela en la época navideña, por ejemplo, y en vez de un pesebre viera un “Árbol de Navidad” traído de Canadá; si estuviese festejando en una reunión y en vez de ofrecerle una hallaca le dieran a probar un pavo traído del hemisferio norte, o que asistiera a una fiesta en la cual en vez de escuchar villancicos la música de fondo fuese Hip-Hop y, al acercarse un joven le preguntara Hi! How are you?
En cualquier situación de la vida cotidiana percibimos la influencia extranjera y esto sucede hace mucho tiempo. Es por ello que no tendríamos que hablar de pérdida de identidad nacional, ya que no se puede perder algo que nunca se ha tenido; lo que se necesita en este caso es formarla.
Pero ¿se puede formar una identidad nacional?
La razón por la cual no se ha podido formar una identidad nacional, entre otras cosas, es porque las trasnacionales han hecho todo lo posible para que nuestro país permanezca estancado, sometido a su influencia cultural.
Al pensar en formar la identidad de un pueblo, no se le puede “tirar el paquete” o asignar esta responsabilidad a un pequeño grupo de ciudadanos, ya que serían muy pocos soldados para una batalla tan grande, ante un abanico tan amplio de costumbres importadas ya muy arraigadas en la población.
Un arma muy útil sería contar con los medios de comunicación, es decir la radio y la televisión. Pero ambos, en vez de formar al ser humano como integrante de una cultura, se encargan de deformar la conciencia nacional y el sentimiento de identidad propia; en vez de presentar programas orientados a la transformación mental y sensitiva del pueblo, difunden espacios publicitarios tendientes a mantenerlo dentro de un estatus que garantice la supervivencia del sistema actual.
Para formar la identidad de una nación tendrían que participar una alta proporción de la población y contar con la poderosa ayuda de los medios de comunicación.
Mientras tanto este problema no será más que un tema siempre de moda, sin posibilidad de encontrarle solución, simplemente porque “un músico solo” no hace una orquesta.