Por Lida Prypchan
Los exámenes de evaluación tradicionales del sistema educativo constituyen un anacronismo mitificado que es un verdadero stress para el binomio alumno-profesor.
Si preguntamos a cualquier estudiante la utilidad de este método de evaluación, las respuestas en su gran mayoría son desconcertantes, ambiguas, mediatizadas por la urgencia de salir de las aulas escolares con un título que permita el ejercicio profesional, o se tiene una sensación de inutilidad en la respuesta porque “de cualquier manera todo seguirá igual”.
Algunas veces observamos cierto desinterés, salpicado de desgano, que se tiene la impresión de estar ante un proceso de “no involucrarse emocionalmente” del estudiante o del docente en la tarea común.
Por ejemplo, muchos estudiantes afirman: “los profesores se valen de los exámenes como de una amenaza: si no tuvieran en sus manos el arma de los exámenes, serían incapaces de hacernos aprender nada. Hay que suprimirlos”.
Al preguntársele a los profesores su opinión sobre las evaluaciones responden: “sin los exámenes nunca sabríamos si los estudiantes aprenden lo que tratamos de enseñarles. No es lo mejor, pero es lo único que tenemos”. Otros profesores opinan: “los exámenes son la forma de protección del público contra un profesional incompetente”.
Un profesional que había egresado hacía algunos años de la Universidad y que para el momento se desempeñaba en el área pedagógica en Ciencias de la Salud me dijo una vez: “En mi época de estudiante los exámenes eran muchísimo más difíciles. Teníamos un profesor de Anatomía que nos examinaba lanzando un hueso de la mano o del pie en el aire. Debíamos decirle rápidamente a qué extremidad pertenecía; si era derecha o izquierda. Si alguien era miope obviamente no aprobaba. Si no tenía aptitudes para el dibujo, tampoco. Estudiábamos hasta la madrugada. Sin los exámenes de evaluación los estudiantes no abrirían un libro y apenas se preocuparían de otra cosa que de política”.
Parecía repetir, sin darse cuenta, la filosofía educativa de aquel profesor de Anatomía.
Sin embargo, se evoluciona en modelos para establecer el método ideal de examen de evaluación, y aunque las protestas contra este rito iniciático son firmes, tanto de parte de profesores como de alumnos, la escasez de profesionales dispuestos a una dedicación exclusiva a la enseñanza no permite establecer un sistema de evaluación continua basado en el contacto personal alumno-profesor, y facilitar con ello el intercambio de ideas en relación a los programas seguidos por cada alumno a lo largo de cada curso y de toda la carrera.
Este requerimiento se cumple a través de la propuesta y ejecución de proyectos de investigación, cuyas fuentes, disponible en Internet, podrían estar manchadas de errores a no ser que estén avaladas por centros de enseñanza debidamente certificados.
La transmisión de un modelo hedónico, donde el disfrute del aprendizaje, los conocimientos, el placer de la cultura, no está divorciado de la vida. Las evaluaciones periódicas, pueden conducir a rectificaciones de los conocimientos basadas en el deseo de aprender.