Y HAY PEQUEÑAS ALEGRÍAS

Por Lida Prypchan

La apatía y la insensibilidad como denominador común de la sociedad actual

 

La apatía y la insensibilidad son características de nuestro tiempo. Gran parte de la población vive en ese estado. Se percibe en todas partes un clima de insatisfacción y los síntomas más claros de este vacío son la nostalgia por tiempos pasados, esa evocación de viejos momentos.

Entonces aparecen hombres con sus opiniones: unos dicen que carecemos de fe, otros afirman que carecemos de arte. Pero más sabio fue aquel que dijo: “padecemos de carencia de alegría. Y la alegría, el anhelo de una vida superior, la jovialidad, se ve entorpecida por tener como principio y fundamento de nuestro estilo de vida la prisa. Tenemos tanta prisa o mejor dicho la prisa se ha apoderado tanto de nosotros, que ha absorbido hasta nuestras escasas parcelas de ocio.

Y los que creen contar con esos pequeños momentos de ocio, tarde o temprano se encontrarán pasándolos de una manera tan apresurada que no los diferenciarán de los intervalos de trabajo. El lema de nuestra época es: “Más cantidad, más celeridad”…

La consecuencia lógica es el aumento constante del placer y la disminución progresiva de la alegría. Este placer deja su marca en los hombres: rostros enfebrecidos y ojos vidriosos. Y ¿quién tiene la receta universal contra esta situación tan deplorable?  Afortunada o desafortunadamente, nadie. Pero una vieja máxima sí puede dejarnos algún beneficio. La máxima reza así: “El disfrute moderado, es doble disfrute. Y no desatienda las pequeñas alegrías”.

La moderación y la capacidad de goce suponen volver a las cosas que en la vida moderna están atrofiadas. Estas cosas son: una cierta provisión de serenidad, amor y poesía. Lo que sucede con las pequeñas alegrías es que están desparramadas en la vida cotidiana y nuestros sentidos embotados no llegan a percibirlas.

Es a través de nuestros ojos, esa fuente inexhausta de delicias, que tenemos nuestro contacto diario con la naturaleza. Deberíamos intentar, al encontrarnos con algo bello, detenernos para admirarlo y empaparnos de esa belleza. De hacerlo, esa dicha nos duraría todo el día.

Poco a poco y sin esfuerzo, el ojo sería el mediador de diversas sutiles sensaciones. A medida que los vayamos educando podremos, por medio de ellos, captar la gracia innumerable del diario vivir. El resto vendría solo. Lo importante es lograr abrir los ojos.

Cosas preciosas se ven cuando uno está dispuesto a observar, cuando se siente ternura a través de la naturaleza. Son las pequeñas alegrías y no las grandes, las que nos renuevan día a día.