Roberto Boyle, precursor de la química moderna, fue un niño prodigio que a los ocho años de edad hablaba tres idiomas: inglés, que era su lengua materna, latín y francés.
Fue el décimo cuarto hijo del Conde de Cork, nació en Lismore Castle, Irlanda, el 25 de enero de 1627 y falleció en Londres el 30 de diciembre de 1691. Boyle, integra un conjunto de figuras claves en la historia de las ciencias y entre ellas están: Roger Bacon, Copérnico, Galileo, Gassendi y Descartes.
En 1681 publicó su libro “El Químico Escéptico”. Ese día Boyle desconoció la autoridad casi sagrada de Aristóteles, le enmendó la plana en lo que respecta a los elementos básicos de la materia, firmó el acta de defunción de la alquimia, certificó el nacimiento de la química y la separó de la medicina.
Nadie discute el genio asombroso de Aristóteles, cuya poderosa intuición, unida a su capacidad de organización y trabajo, le permitió ocuparse de todos los campos del conocimiento. La gran mayoría de sus conceptos conservan alguna validez en biología, lógica, física, política, literatura y ética. Pero hubo un instante histórico, durante el Medioevo, en el cual ese gigante del pensamiento frenó el avance de las ciencias.
Sus errores conceptuales eran considerados como verdades inmutables y, cometía el pecado de la osadía todo aquel que disentía con el maestro clásico. De esta manera, la sombra aristotélica, con el peso de sus concepciones duraderas y sus errores manifiestos, oscureció y abrumó los esfuerzos en favor del desarrollo del conocimiento.
La química aristotélica
Para medir el alcance de las afirmaciones revolucionarias de Boyle, es necesario tratar de sintetizar el pensamiento aristotélico respecto de la química.
Creía que los elementos básicos del universo eran cuatro: el agua, la tierra, el aire y el fuego. Seguía de esta manera la línea de Tales de Mileto, Anaxímenes y Heráclito, ordenada por Empédocles. Todas las cosas estaban hechas mediante composiciones distintas de esos cuatro elementos, a los cuales Aristóteles agregó un quinto elemento, el éter. El éter aristotélico participaba de la composición del universo, cuyas leyes y naturaleza eran distintas a las de nuestro planeta.
Fuerzas parecidas al amor y el odio de los seres humanos actuaban sobre los elementos básicos, determinando sus combinaciones. Esta noción, consagrada por Aristóteles, permaneció como base de la teoría química durante más de dos mil años.
Autoridad que no se discutía
Las obras de Aristóteles se reunieron y publicaron muchos años después de su muerte. Después de la caída de Roma, esas obras se perdieron, con la única excepción de “Organón”, que incluye sus trabajos sobre lógica, básicos para la matemática.
Sin embargo, los árabes tuvieron el cuidado de conservar esa herencia, la hicieron retornar hacia la Europa cristiana. En el siglo XII, Aristóteles había reemplazado a Platón y sus ideas, tamizadas por el pensamiento cristiano, estaban consideradas poco menos que divinas. Si Aristóteles decía que algo era así, ese algo era así, sin discusión posible. Por una extraña fatalidad, de todas sus concepciones, las más aceptadas eran las más erróneas. En este clima, le correspondió a un grupo de notables figuras del pensamiento, intentar las correcciones necesarias. Entre ellos figuraba Boyle.
Los trabajos de Boyle
En 1657, Boyle construyó con la ayuda de Roberto Hooke, una bomba de vacío. Durante un tiempo, ese vacío se llamó “vacío de Boyle”. La afirmación de Aristóteles “la naturaleza le tiene horror al vacío”, tambaleaba. Con esa bomba y un cilindro suficientemente amplio, Boyle demostró que “en el vacío, dos cuerpos, sea cual fuere su naturaleza, caen con la misma velocidad”. Esa afirmación ya la había hecho Galileo, y también contradecía la creencia aristotélica.
Luego hizo más experimentos relacionados con el aire, descubriendo que se podía comprimir. Utilizó un tubo curvado y cerrado en un extremo, en el cual introdujo mercurio. El mercurio comprimió el aire. Agregó más mercurio y el aire perdió otra parte de su volumen. Descubrió así, la ley de los gases que estipula que, manteniendo invariable la temperatura, el producto del volumen V por la presión de un gas perfecto es una constante (pV-constante). Esto se conoce como la ley de Boyle-Mariotte, debido a que éste último, un físico francés, hizo el mismo descubrimiento independientemente, aunque varios años más tarde.
La doctrina de Demócrito
Aristóteles fue el enemigo más poderoso que tuvo la vieja doctrina de Demócrito, que preconizaba la existencia de los átomos como componentes últimos e indivisibles de la materia.
Boyle, al considerar los resultados de sus experimentos sobre la compresibilidad del aire, señaló que ese gas debería estar compuesto por partículas inmersas en el vacío y que la presión unía más esas partículas, disminuyendo su volumen en el recipiente. Boyle había leído a Pierre Gassendi, pensador francés contemporáneo de Galileo, que abogaba por la experimentación científica, y era además un atomista convencido.
En su libro “El Químico Escéptico”, Boyle, reunió toda la información derivada de sus experiencias, y recomendó el abandono inmediato de la teoría griega, que consideraba los elementos como sustancias místicas. Afirmó, que un elemento era una sustancia material que podía ser identificado mediante métodos analíticos. Un elemento, agregó, es cualquier sustancia que no se puede descomponer en otras dos más simples.
En 1680, Boyle aisló el fósforo a partir de la orina, sin saber que el alemán H. Brand se le había adelantado. La controversia que suscitó el descubrimiento del fósforo, le permitió a Boyle arremeter en contra de la tarea científica. Sostuvo, con mucha firmeza, la idea de que, todo trabajo experimental debía ser publicado con claridad y rapidez para que otros pudieran repetirlo y confirmarlo. Este pensamiento de Boyle originó, una regla científica que mantiene su vigencia, a pesar de los llamados secretos militares e industriales.
El sentido religioso
Considerado como uno de los científicos que logró esparcir una oleada de aire nuevo en un ambiente que la sombra de Aristóteles llenaba y colmaba, Boyle fue en su vida privada un hombre tranquilo, sobrio, trabajador y dueño de profundos sentimientos religiosos.
Cuentan sus biógrafos, que su padre, para premiar su dedicación al estudio, lo hizo viajar por Europa a los 12 años de edad acompañado de un tutor. A los 14 años, leyó los libros de Galileo, muerto hacía poco. Durante su visita a Génova, Boyle tuvo la oportunidad de presenciar una terrible tormenta eléctrica, fue tal la impresión que le produjo ese fenómeno, que su actitud cambió de manera definitiva, convirtiéndose en un adolescente casi místico. Su religiosidad le acompañó durante toda su vida y, en su testamento, dejó una parte considerable de su patrimonio para que se establecieran las “Conferencias Boyle”, que tendrían como objeto, promover el cristianismo y demoler las argumentaciones de los no creyentes.
Influido por Francisco Bacon, que preconizaba el método experimental, Boyle formó con otros científicos el “Colegio Invisible”, asociación de eruditos que más tarde se convirtió en la Real Sociedad, tras el reconocimiento que le hiciera el Rey Carlos II.
Resumen de su obra
Boyle formuló la Ley de Boyle (también conocida como Ley de Boyle-Mariotte) que dice que a temperatura constante el volumen de un gas varía inversamente a la presión que él ejerce. Señaló, que el aire es el que propaga el sonido. Habló de la fuerza expansiva del hielo e hizo experimentos sobre la refracción, los cristales, la electricidad, los colores, la hidrostática y la gravedad específica.
Su aporte más importante se relaciona con la química y el desarrollo de la teoría atómica. Desarrolló la técnica para separar los elementos de una sustancia dada, denominándola análisis químico. Demolió la vieja teoría aristotélica de los elementos básicos, el aire, el agua, la tierra y el fuego y la noción que toda la materia estaba compuesta de sal, azufre y mercurio.
A Boyle se le ha atribuido la condición de padre de la química moderna. El título que realmente le corresponde es el de precursor de la química moderna y de la teoría atómica. La paternidad honorífica de esa disciplina pertenece sin duda a Antonio Lavoisier – junto a su esposa, la científica Marie-Anne Pierrette Paulze – el extraordinario químico francés, quien no vacilaba en reconocer que uno de sus maestros había sido el inglés Boyle.
Boyle fue presidente de la Real Sociedad y, renunció a ella por no estar de acuerdo con la fórmula de juramento que se empleaba. Financió el viaje de misioneros cristianos al Oriente y, escribió ensayos sobre la fe cristiana. Nunca contrajo matrimonio y toda su existencia la dedicó a la ciencia y la religión.