Decir tonterías correctamente es uno de los frutos más escasos en las enseñanzas modernas.
Anónimo
Subió a la plataforma el licenciado en filosofía. Con gran confianza en sí mismo mantuvo activa su enorme boca por espacio de dos horas. Durante ese prolongado lapso de tiempo, el orador de orden pronunció un discurso lleno de palabras extrañas y aparentemente mal empleadas aunque muy bien pronunciadas. Viéndolo bien eran sinónimos de aquellas que correspondían a la oración y con significados correctos.
Pero el conferencista pensó que como lucían tan bien dichas por él, poco importaba sacrificar la comprensión del público asistente acerca del tema. Alimentó el vientre somnoliento de su ego, haciendo uso del gran número de palabras que conocía.
Jugar con las palabras, es un arma de doble filo. Deja de ser peligroso cuando se domina un tema a la perfección y se tienen claras ideas acerca del mismo. Un vanidoso, con nociones precisas sobre un asunto puede, en un principio, lucirse y hasta pretender impresionar a su público, pero siempre al final acabará planteando sus ideas con palabras sencillas y comprensibles para todos.
De no ser así podremos deducir que no está muy convencido de lo que piensa, que él mismo no lo comprende bien y por eso es que desea deslumbrarnos: para encubrir su falla.
El colmo fue al final del discurso, cuando el licenciado dijo: “Queridos amigos, quiero finiquitar esta exposición, citando una célebre frase de Víctor Hugo: “Ceux qui vivent, ce sont ceux qui luttent”. Inmediatamente, algunos hombres y mujeres aplaudieron desde sus asientos y, otros llegaron hasta a acercarse al conferencista para felicitarlo. Pensé: “un tonto siempre encuentra a otro más tonto que le admire y se ría de sus gracias”.
Definición de hacerse el tonto o necio: es todo aquél que, dándose cuenta de las cosas, se hace de la vista gorda. Siente miedo de opinar y con ello convertirse en objeto de burla de un grupo de personas, ¡es tan desmesurada su subestima! Prefiere aprobar y aplaudir discursos cuya comprensión están fuera de su alcance – dando de esta manera una imagen ficticia de sí mismo – antes de reconocer que no entiende lo que escucha o que no está de acuerdo con lo que el expositor plantea. En términos más simples: prefiere hacerse el tonto, para no ser rechazado por la mayoría.
Erasmo de Rotterdam, en su obra “Elogio de la Locura o Elogio de La Necedad Humana”, dice al respecto: “Quiero imitar con esto a los retóricos de nuestro tiempo, que se creen dioses con sólo mostrarse con dos lenguas, como la sanguijuela, y que piensan hacer maravillas encajando de cuando en cuando en sus discursos latinos algunas palabras griegas, con las que hacen, aunque no venga a cuento, una especie de mosaico.
A falta de términos exóticos, desentierran de algún viejo pergamino cuatro o cinco palabras anticuadas, cuya oscuridad ofusque a los lectores, para que aquellos que las entiendan se complazcan más y más con ello, y los que no, los admiren tanto más cuanto menos comprendan. Porque conviene que sepáis que mis fieles aceptan una cosa tanto mejor cuanto de más lejos viene, y este no es uno de sus mejores placeres.
Y si entre ellos hubiese algunos más vanidosos, rían, aplaudan y muevan, como el asno, las orejas, que con ello tendrán más que suficiente para hacer creer a los demás que lo comprenden de maravilla, aunque en el fondo no entiendan una palabra».
El otro día hallé un dato curioso: el término necio, posee ochenta sinónimos. Mientras que su opuesto, sensato, tiene sólo diez. Esto demuestra, que la Real Academia de la Lengua se vio en la obligación de darle herramientas a los sensatos, para poder demostrar a los necios su triste condición.
Debemos pensar qué actitud adoptar frente a los necios, ya que pueden hacernos perder el tiempo – y hasta el juicio – con su vanidad y sus ansias de demostrar el dominio de un conocimiento que no poseen. Al aprovecharse de su poderosa labia, pueden lograr jerarquías que no merecen y llevar una institución a la ruina.
El discurso de cada persona, demuestra su realidad: niega o afirma la presencia o la ausencia de algún rasgo de su personalidad. Cuando se niega algo con insistencia, es que está presente en la personalidad. Por eso para identificarlos, siempre recuerden este pensamiento: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Consciente de estar poniéndome necia, termino aquí.¡Hasta pronto!