“La Comedia, rica cosa, gracioso entretenimiento para ocupar gente ociosa que divierte el pensamiento de la tristeza enojosa”
Lope de Vega
Dedicado a quienes tienen capacidad de cambio
Venezuela es un país desalentado y pesimista, pero no triste. Este desaliento y este pesimismo lo conducen a la indiferencia que lleva consigo lo irremediable. Es un desaliento que raya en lo kafkiano: realizar maniobras, pocas efectivas y muchas inefectivas, para nada, porque el objetivo es inalcanzable e imposible. Por eso el diario vivir del venezolano consiste en ir con prisa hacia un objetivo imposible de alcanzar. El venezolano se ha vuelto escéptico y su jocosidad tiene la ironía y la desilusión propias del escepticismo.
Cuando se desespera al ver lo que pasa, comienza a quejarse, a aconsejar, a querer salir del letargo en que vive. Pero es un esfuerzo inconstante porque queda paralizado al enfrentarse con el grupito, la rosca que todo lo maneja y todo lo decide, no en bien del país, sino en base a sus conveniencias, o simplemente para darse gustos que en épocas pasadas dejaron de darse.
“Adiós, Miami” es hablar con tristeza de la idiosincrasia venezolana. Es una triste realidad que nos produce risa. Sucede, entonces, lo que les decía al principio; preferible reírse porque esto no lo arregla nadie, para arreglarlo se necesita un cambio interno en los gobernantes y los gobernados, un cambio integral.
En este film actúan Gustavo Rodríguez, Tatiana Capote y Alicia Plaza; es una producción de Reinaldo de Los Llanos, dirigida por Antonio Llerandi. La actuación de G. Rodríguez: muy buena. Tatiana no tuvo que actuar, tuvo que ser ella misma para que resultara un éxito su intervención en la película. Con Tatiana pasa lo mismo que sucedió con Maira Alejandra, ninguna de las dos sirve para actuar en telenovelas; sencillamente no cuadran. En cambio, en una película que se les pida actuar como ellas son, todo sale maravillosamente bien. Maira Alejandra se lució en “Carmen la que contaba con 16 años”, así como Tatiana se luce ahora con “Adiós, Miami”.
Esta película representa un vuelco en la temática del cine venezolano de su época.
¡Y a buena hora! En el momento de producir esta película el cine venezolano había caído en el aburrimiento con el tema de la delincuencia y la prostitución.
En la película Gustavo Rodríguez es un hombre que vive y administra los negocios del padre de su esposa; presume de estar trabajando todo el día, cuando lo que en realidad hace es despilfarrar el dinero en negocios extraños, mujeres y alcohol. Además, exige a sus hijos una rectitud que él mismo ni posee ni sabe aparentar: es un moralista. Está casado con una mujer, cuya segundo hogar es la peluquería. Es un hombre, como muchos machos vernáculos y criollos que habitan en Venezuela y en el resto del mundo, que cree que la virilidad consiste en acostarse con varias mujeres en un día. Es un hombre que le compra un apartamento a una cubana, sólo porque ésta le muestra los senos.
También sale a relucir la arrogancia del venezolano y la excesiva importancia que le da a lo que de él piensen: me refiero a una escena en el Hipódromo, donde están subastando un caballo y cuando llegan a los quinientos mil bolívares, Gustavo Rodríguez levanta la mano para saludar de lejos a su socio y el subastador lo interpreta como una aceptación de pagar la elevada suma por el caballo, él se acerca al subastador y le dice que ha sido una confusión, que no desea adquirir el caballo, el subastador lo tilda de irresponsable, hasta que concluye la discusión comprándolo. Su socio le dice – con tono de reclamo – que cómo estando en la mala situación económica en que se encuentra compra ese caballo, a lo que G. Rodríguez responde: “Lo compré para que ese tipo no pensara ni me tratara como si yo fuera un limpio.”
Rodríguez tiene un romance con Tatiana, la típica actriz superficial y mediocre a quien no sólo le gusta la vida fácil, sino que además, no le importa participar en lo que sea con tal de hacerse publicidad. Juntos se van a Miami, donde se cansan de despilfarrar. Un día, G. Rodríguez llama a su suegro en Venezuela, y se entera que su socio está preso y que a él lo andan buscando. Tatiana observa muy extraña esta situación y se va sin notificarle su partida. G. R. en su estadía en Miami, gastó más dinero del que llevaba y no aceptan tarjetas de crédito venezolanas.
No quiere volver a Venezuela para evadir la cárcel por una estafa que hizo, por lo que se queda en Miami. En la miseria, le es difícil conseguir trabajo y siente que de un momento a otro, la policía lo va a encontrar. Cansado de vagar, robar comida y esconderse, la policía lo encuentra echado boca abajo, a orillas de una playa, G. R. se voltea y se hace pasar por cubano. Allí termina.
Resulta ser un final muy triste, un final que expresa incapacidad para el cambio, expresa que ni aún los graves problemas que el protagonista tuvo que enfrentar le sirvieron para reflexionar; expresa que no hay solución, que siempre el ser humano utiliza los mismos mecanismos para salir de apuros.
Venezuela es en la actualidad un país desalentado y pesimista, pero no triste, porque el que se deprime padece por su exagerada autocrítica, ya que a Venezuela le falta no la exagerada autocrítica del que se deprime, pero sí, al menos, un poquito de ésta.
¡Adiós compañeros del desaliento!