El Alto Rey libró la batalla de Clontarf. En vista de su triunfo, habló con el poeta para que cantara su victoria y su loa. Le dijo: ¿quisieras que ambos nos hiciéramos inmortales? ¿te crees capaz de llevar a cabo lo que te he pedido? El poeta, tras una afirmación, lo puso al tanto de los largos estudios que hizo durante doce inviernos, lo docto que era en las disciplinas de la métrica. Satisfecho y cansado del discurso del poeta, el Rey dijo: dentro de un año recitarás tu loa ante la corte y el colegio de poetas. Esmérate, pues, y verás como la recompensa no será indigna de tus inspiradas vigilias. Cumplido el plazo, se presentó el poeta ante la corte y el colegio de poetas.
El poeta declamó su loa con seguridad y de memoria, sin omitir palabra ni letra por él tan bien limitadas. Mientras recitaba el poeta, el Rey lo aprobaba con la cabeza y todos lo secundaron imitándolo. Terminó su declamación y el Rey tomó la palabra: -Acepto tu labor. Te has guiado por los clásicos, es decir, de desaparecer su obra, podrías con la tuya sustituirla. Has manejado con destreza todo lo que hay referente a materia poética, incluyo aquí las rimas, los metros, la docta retórica. Todo está bien, mi querido poeta, pero nada ha pasado. ¿Qué quiero decirte con esto? me preguntarás. ¡En los pulsos no corre más a prisa la sangre! ¡Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikingos! ¡Y para finalizar déjame decirte y darte algo! Lo que he de decirte es: Te daré un año para que prepares otra loa. Como signo de nuestra aprobación, este espejo de plata. El poeta sólo dijo: doy gracias y comprendo.
Cada quien interpretará a su manera la recompensa que le dio el Rey al poeta. Por mi parte, puedo decir que lo interpreté como un llamado a la reflexión que le hizo el Rey al poeta. Algo así como decirle: mírate en ese espejo. Te doy un año para que mires hacia tus adentros y luego vuelvas. Por el desarrollo posterior de este relato, lo analicé de esa forma. Continuemos con el fantástico relato borgiano.
Pasó el año y se presentó el poeta ante la corte y el colegio de poetas. A diferencia de la vez anterior, no lo repitió de memoria sino que lo leyó con visible inseguridad, omitiendo pasajes como si no los entendiera o no quisiera profanarlos. Lo increíble de su loa, en ese momento, fue que leía como si estuviera en la batalla. Vivía con emoción su loa. El Rey habló: esto supera lo anterior y lo aniquila. Esto es digno de los doctos. Este único ejemplar, lo custodiaremos en un cofre de marfil. Te daremos un año más ya que esperamos una obra todavía más alta. Como prenda de nuestra aprobación toma esta máscara de oro. Al igual que la primera vez, el poeta respondió: doy gracias y he entendido.
La interpretación que di a esta segunda etapa del relato fue que el poeta alcanzó el nivel de sentir la batalla en sí, por sí misma, y al hacerlo empezaba a entrar en el alma del Rey, quien había logrado un triunfo espléndido en sus tácticas. Le daba una máscara y custodiaba en un cofre de marfil una obra que sólo debía conocer la corte, el colegio de poetas y el poeta. ¡Toma esta máscara para que ocultes el secreto que conoces ahora. ¡Dejaste de ser un poeta que limó palabra tras palabra, ahora entraste por las puertas que casi nadie entra: el entender mi alma!
Pasó el año, la tercera vez que se presentaba el poeta ante la corte y el colegio de poetas. En esta oportunidad, el poeta no traía manuscrito alguno con él. Los centinelas del palacio se dieron cuenta inmediatamente de esto. No sin estupor, el Rey lo miró; casi era otro. Y esta es la frase, para mi forma de ver, más bella del relato: “algo, que no era el tiempo, había surcado y transformado sus rasgos. Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos”. El poeta le rogó al Rey que hablara unas palabras con él. Le preguntó el Rey, cuando ya estaba despejada la cámara: ¿has ejecutado la oda? El poeta respondió con tristeza: “Si, ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido”. ¡No me atrevo a repetirla! El Rey le dijo: te doy el valor que necesitas. El poeta dijo el poema. Era una sola línea. No queriendo pronunciarla en voz alta, Rey y poeta la paladearon. Ambos se miraron muy pálidos. El Rey comenzó a nombrar todas las maravillas que había visto y concluyendo le dijo: estas son maravillas, pero no se comparan con tu poema. ¿Qué hechicería te lo dio? El poeta respondió: en el alba, me recordé diciendo una palabra que al principio no comprendí. Estas palabras son un poema y sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona espíritu. Le dijo el Rey: el que ahora compartimos los dos. El de haber conocido la belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te daré ahora el tercero y último regalo y le puso en la diestra una daga. Del poeta sabemos que, al salir de ahí, se dio muerte con la daga regalada por el Rey, y de este sabemos que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema.
Esta tercera y última etapa de este relato, fue la que más me confundió, la observé así como el llegar a lo más profundo del cuento, el quitar ramas y más ramas para encontrar el fruto. Lo interpreté como que el poeta había conocido lo más negro y lo más bello de la vida del Rey o la vida en sí. Y fue así como librada la batalla de Clontarf, un Rey y un poeta quedaron reducidos a una sola palabra.