COMPITIENDO CON MARÍA BRAUN

Por Lida Prypchan

Seguramente María tenía la misma opinión que yo acerca del matrimonio. No me refiero a María Braun, aquella cuyo matrimonio duró un día y una noche. De la María que quiero hablarles es de otra: una vecina a quien veía desde el balcón de mi casa, durante mis noches de insomnio.

Ella y su novio se daban los besos más dulces y eróticos que yo haya visto en mi vida. Entre ellos había química, pero también física y matemática. Digo matemática porque desde que ella lo conoció se volvió amante del dinero, un ser apegado a las cosas terrenales.

Juntos, aparte de compartir deliciosos besos, preparaban exquisitos bizcochos y tortas; también vendían ropa: ella femenina y él camisetas para hombres, además él dictaba clases de Dibujo Técnico y ella de Puericultura en algún liceo de la ciudad. Digo que entre ellos había física porque un día de tormenta ella indignada se subió al techo y quería tomar con sus manos un cable de alta tensión.

Otra de las razones por las que considero su amor matemático, era porque él, de lunes a viernes, llegaba a la casa de ella religiosamente a cinco para las ocho de la noche, hora en que tomaba un cafecito negro, de ocho a nueve practicaban las lecciones que al día siguiente iban a dictar en el liceo, de nueve a diez veían la Dama de Rosa, de diez a once veían una de las mejores comedias venezolanas del momento, Roberta, y de once de la noche a una de la mañana se encerraban en un cuarto cuya ventana daba al callejón.

Las malas lenguas decían que allí él le daba clases de Quiromancia y Grafología pero mi intuición me dice que eran de Astrología, pues algunas mañanas en que la encontré me dijo: “Ayer por la noche vi las estrellas”.

Debía ser una sensación espectacular. Lo interesante es que cuando él le propuso matrimonio, ella se fue a España a comprar su ajuar. Eso sucedió el ocho de julio de 1977 y ésta es la fecha en que no ha regresado. Muchas especulaciones a este respecto hizo la gente de la cuadra, pero lo cierto fue que ella más nunca regresó, ni siquiera para venir a saludar a su ex novio.

Después de varios años me envió una carta en la que me escribía: “Decidí no casarme. Mi temperamento no es para estar aprisionada con un hombre el cual no sé si voy a amar por el resto de mis días. Si me hubiese propuesto concubinato, el asunto hubiese cambiado, pero matrimonio no, porque éste es la tumba del amor, no he visto papel que transforme más a las personas. Con la cotidianidad la relación amorosa se convierte en un asunto doméstico y yo no quiero que mi vida sea un asunto doméstico”.