(Sobre la película “Detrás de la Puerta” dirigida por Liliana Cavani)
Bárbara no se despertó para hablar de su miedo a las puertas y éstas le depararon dos sorpresas: una que le costó el divorcio y otra que le costó la vida; un conductor del sueño hacia la muerte y de su hija hacia el diablo. La primera vez, encontró a su esposo en la cama con otro, no precisamente tejiendo; la segunda, a su segundo esposo Enrico haciendo el amor con su hija Nina, de 15 años, quien ya a los trece había sido seducida por éste, creyéndolo su padrastro y siendo en realidad su padre.
Lo más siniestro del asunto es que, a Bárbara no solamente las puertas le jugaron malas tretas, su misma hija, a quien consideraba su rival, la envenenó, simulando un suicidio y manipuló a su abuela, logrando culpar y encarcelar a Enrico, para que fuera nada más para ella. También logró encerrar a su abuela en la habitación para siempre. Igual de premeditado era su oficio: cobraba porcentajes a los prostíbulos por atraer clientes al lugar y, ese dinero Enrico lo entregaba a los guardias para que la espiaran.
Un joven estadounidense se interpone entre ellos, huyendo con Nina a Italia, donde se casan, hasta que un buen día Enrico aparece en Italia y Nina termina marchándose de regreso a Marruecos con él (que es donde transcurre la mayor parte de la trama) y, lugar que además personifica maravillosamente el sentir de Enrico y Nina. En efecto, mejor no pudo ser la escogencia del lugar para esta relación pasional y sadomasoquista.
Marruecos con sus enigmáticos silencios, que sólo ceden al placer y al dinero, con sus misteriosos ojos que persiguen por las calles, que seducen hasta la complicidad unas veces, hasta la perversión otras, para tristemente terminar siendo gélidos e inescrutables ¡cómo me recuerda la fascinación que sentía al leer “El Cuarteto de Alejandría”!
Desde el primero hasta el último momento Cavani logra mantener la atención, la tensión y, en cierta forma, la desesperación del espectador pues, a cada paso se van encontrando piezas que faltaban para ir armando el rompecabezas.
Es innegable que esta producción transmite lecciones. Una de ellas es sobre la fuerza de la costumbre. Otra se refiere al amor como sistema carcelario cuando no se puede dominar al monstruo de la posesividad.
Albert Camus, escritor nacido en Argelia – que limita al oeste con Marruecos -, se refirió en varias ocasiones a la fuerza de la costumbre en “El Extranjero”. Nina, de hecho, no pudo rehacer su vida, pues esta había quedado marcada por el tipo de vida que llevó con Enrico, ya se habían acostumbrado a herirse y luego amarse, a intentar suicidios para mejor manipularse, lo cual en conclusión era su manera de mantener viva su relación. Idénticamente, Enrico se acostumbró a esperarla en la cárcel y hacerle escenas trágicas de celos. La abuela tampoco pudo escapar a la costumbre, pues efectivamente se acostumbró a vivir irremediablemente en una misma habitación.
El amor (más bien la posesión) como sistema carcelario, se expresa en todas las exigencias que se hacen “en nombre del amor”, hasta convertir la relación en una prisión en la que sólo ingresan dos personas, porque sólo hay cupo para dos. En el caso de Nina, ella logró con su maquiavelismo encerrar a Enrico para, de esta manera, sentirse segura de su amor. En otras ocasiones algunas personas convierten su hogar en una cárcel; también existen personas que simbolizan las prisiones.
La tercera lección se refiere a la necesidad de cuidarse al andar y ser oportuno al abrir puertas o mirar detrás de ellas; se deberían respetar las puertas y a veces hasta sería mejor no abrirlas.
Enrico y Nina estaban más allá del bien y del mal, debatiéndose entre la demencia y la locura, atados por mil secretos y una pasión desenfrenada que no respetó ni madre, ni abuela, ni leyes, ni nexos.
Lo cierto es que situaciones como ésta y aún más complicadas pueden suceder, pues la imaginación no llega a superar la realidad. ¡Cosas más inverosímiles se ven en esta selva de cemento!