EL MONO ENJAULADO

Por Lida Prypchan

A dos cuadras de mi casa queda un zoológico. Todos los domingos, mis hermanos, mis primos, mis padres, algún otro familiar que esté de visita y yo, nos vamos al zoológico. A fin de cuentas, no tenemos otra cosa que hacer aparte de  vernos las caras los unos a los otros y preferimos ir a ver las caras de los animales que allí viven. Todos los seres humanos – me refiero a los rostros de los seres humanos – muy frecuentemente, tienen un gran parecido con las caras de los animales, pero como ésto no viene al caso, mejor vámonos al zoológico.

Era domingo y como de costumbre decidimos ir a ver animales. Cerca de nosotros estaba un niño que, al ver un caballo le dijo a su madre: ¿viste mami? se parece a papá,  y en efecto luego, cuando arribó su padre, nos pudimos percatar que tenía cara de caballo. Nos reímos y celebramos entre nosotros la agudeza mental del pequeño, coincidimos que era un experto en fisonomías.

Nos asombramos aún más, cuando al llegar a la jaula del mono, el niño templó la falda de su madre y señalando a nuestro vecino dijo: – Igualito al señor -, la madre avergonzada, le peló los ojos y agarrándolo por la mano se lo llevó para reprenderlo. ¡Pobre niño! pensé yo,  posee el gran defecto de la sinceridad que tantos problemas ocasiona a quien lo padece.

Nos detuvimos largo rato en la jaula del mono y yo deseaba irme, era tan parecido a nuestro vecino que todos estábamos incómodos porque, inevitablemente, uno veía al mono e instintivamente volteaba a mirar al vecino; él mismo tuvo que percatarse, pero ese mono era especial, su comportamiento no era el de un mono común y corriente, era el de un ser humano reflexivo, de grandes ideales.

En este sentido, no se parecía a nuestro vecino, quien por lo regular tenía un comportamiento imitativo e irracional. Casi dos horas estuvimos frente al mono, y tanto nos interesó que pedimos hablar con el dueño del zoológico para que nos diera más detalles sobre el animal.

En la conversación que mantuvimos con el dueño del lugar, pudimos obtener una preciosa o interesante información sobre el animal. El simio era de origen chino, era el padre de una numerosa prole y estaba felizmente casado. Era de un mundo superior, lo cual podría ser explicado por el hecho de ser hijo del jefe de una inmensa tribu, en otras palabras, su padre fue un revolucionario y esto lo heredó su hijo.

Cuando su padre murió, lo encargaron de dirigir la tribu y se desempeñaba bien, lo conocían por su idealismo, su tendencia a vivir fuera de la realidad, buscando un mundo mejor, implementando continuas mejoras materiales y espirituales para su tribu. Posteriormente se convirtió en un dictador, pero un dictador cálido y condescendiente, comprensivo y con mucha calidad humana, perdonaba los errores de sus súbditos y, continuamente procuraba integrarlos en su programa de perfeccionamiento.

Una noche decidió poner por escrito lo que él consideraba su misión en la vida, he aquí lo que escribió esa noche:

“Antes de construir la sociedad, hay que comenzar construyéndose a sí mismo. Las imperfecciones que vemos en el edificio social, son nuestras propias imperfecciones. No se puede pretender prestar servicios para que los demás sean más felices, sin antes haber alcanzado nuestro propio estado de beatitud.

Uno no debe proyectar sus ideas hacia abajo, hay que proyectarlas hacia arriba, con el fin de conectarlas al receptáculo cósmico. Entonces, se experimentará un estado de iluminación y merced a él se podrá ver que los problemas concretos de la sociedad son debidos a carencias en el interior de los individuos.

Cuando se comprenda esto, uno no se prestará para resolver un problema que volverá a presentarse, generado por el mismo defecto individual que lo hizo posible la primera vez, sino que ayudará a los individuos a colmar estas brechas interiores, pero lo hará impersonalmente”.

Como puede verse, el señor Mono era un gran revolucionario, intentó cambiar los defectos de sus congéneres y un día – el menos pensado – fue apresado y encerrado en la jaula de un zoológico cualquiera, de una ciudad cualquiera, en un país cualquiera y allí, frente a aquél espécimen, yo sentía vergüenza al mirarlo a los ojos porque sus ojos eran profundos y tristes y parecían preguntar: ¿por qué me encerraron si yo era útil, yo era un transformador, mis intenciones eran puras y nobles, si yo quería lo mejor para mi tribu?

Pero precisamente por esto lo encerraron, porque a la sociedad no le gustan los revolucionarios, se resiste, se resiste y se resiste a ver la verdad, a cambiar, se resiste a las transformaciones.