EL ÚLTIMO EXPONENTE

Por Lida Prypchan

“Tu pueblo no bebe, se emborracha”
A.O.

Para el evento, habían sido invitados científicos y médicos de todas las especialidades. Se reunían con el propósito de tratar temas de relevancia social.

Dedicaron un día completo al problema del alcoholismo. Se dictaron interesantes conferencias acerca de los aspectos sociales del alcoholismo, se realizaron mesas redondas en las que se discutió sobre la creación de un comité de enlace formado por un presidente, un vicepresidente, un secretario y un subsecretario, quienes se encargarían de interponer demandas contra los medios de comunicación para que no aceptaran espacios publicitarios de bebidas alcohólicas. Los miembros del comité de enlace provenían del primero o del segundo mundo, pero no del tercer mundo, eso pude observar.

Después de la sesión de trabajos principales y mesas redondas, se inició la sesión de trabajos libres. Llamaban a un cierto doctor R., pero el doctor R. no respondía, así que imprevistamente se levantó un hombre de pequeñas proporciones y, apresurado, se encaminó hacia el escenario. Apoyó su mano sobre la mesa, tomó el micrófono, miró fijamente al público y dijo: “He venido a esta reunión con un objetivo muy definido.

Créanme, no me ha sido fácil llegar hasta aquí ya que, durante dos años, tuve que ahorrar y el resto de los incidentes prefiero no contárselos; me refiero a otras dificultades que tuve que superar, como la envidia de mis colegas, que me trajo como consecuencia no sólo una notable pérdida de peso, sino también de tamaño.

Vengo de una ciudad pequeña o por lo menos a mis ojos es muy pequeña, casi diminuta, en otras palabras, es un pueblo. La ciudad es muy bella, yo diría mágica, y posee una característica muy peculiar: todo aquel que allí vive no sale de ella casi nunca, y cuando lo hace, apenas han transcurridos unos cuantos minutos cuando ya está de regreso. La ciudad tiene una avenida que es larga, muy larga, yo diría infinita; en esta avenida infinita de cada cuatro locales, uno es un bar.

Otro detalle, es que aunque sus habitantes se quejan de estar pasando períodos de crisis, en los bares, de lunes a domingo, no se encuentran asientos libres y entonces tiene uno que encaramarse en la barra. Afortunadamente, los habitantes son muy simpáticos y amigables, es fácil sentirse en ambiente, claro que también es posible que de cuando en cuando, si uno le pregunta la hora a un simple transeúnte, éste responda con un gruñido, un ladrido o algún sonido animaloide no identificable por el sistema auditivo de un ser humano.

Cuando llegué a la ciudad, quise entrar en ambiente y visité un bar, recuerdo que al entrar vi a un señor que más tarde supe que se llamaba el señor E. y con él estaban otros señores, todos bastante parecidos entre sí. Él y sus ocho amigos parecían tener una conversación muy importante y a la vez misteriosa, pues hablaban en un tono de voz muy bajo. Contento, me fui y me metí en una fiesta de gala en un club, allí noté una gran sociabilidad. Los hombres estaban en un rincón y las mujeres en otro.

A lo largo de los años, he asistido a otras fiestas y,  he tomado en otros bares de la ciudad y he observado exactamente lo mismo. Allá la gente no tiene alternativas, no se promueven actividades culturales, no se promueven eventos deportivos, no les queda otro remedio que beber.

El propósito de mi exposición es preguntarles si ustedes consideran que, hasta cierto punto, es justificable y comprensible el culto al alcohol que existe en mi ciudad. Sometieron el caso a votación y la decisión fue unánime: Sí, el culto al alcohol era justificable y comprensible en su ciudad.

Durante la votación, algunos de los asistentes lloraron, se acercaron al doctor R. y le presentaron su más sentida condolencia por el drama que vivía su ciudad. Cuando partió le edificaron una estatua en homenaje a su sufrimiento, a su estatura y la llamaron: “El Último Exponente”.