“Esa prisa por vivir no es más que prisa por morir”.
Judica Cordiglia
– Lo buscan afuera, señor R.— anunció la secretaria.
– ¿Quién me busca?— preguntó el señor R.
– Dice llamarse señor La Mort — respondió ella.
– No conozco a nadie con ese nombre, ¿El Sr. La Mort dijo el motivo de su visita? — preguntó el señor R.
– Si, dice que tiene un asunto pendiente con usted, también aclaró que usted no lo conoce, pero que ha oído hablar de él, añadió la secretaria.
– Pues dígale al señor La Mort que en efecto no lo conozco, y que no sólo no he oído hablar de él, sino que tampoco tenemos asuntos pendientes en común — sentenció el señor R.
La secretaría retornó a su puesto de trabajo, y regresó a la oficina del Sr. R. pocos minutos después.
– Señor R., el señor La Mort insiste en que usted debe recibirlo, que ha venido desde muy lejos para tratar algo de importancia capital e impostergable — comentó ella.
– Señorita, dígale por favor al señor La Mort que se vaya al demonio, que estoy ocupado; es más dígale que se vaya de buen modo o lo mando a sacar a patadas de la oficina — dijo furioso el señor R.
Ella salió, portando el nuevo mensaje al visitante, quien comenzaba a aparentar premura. Nuevamente ingresó en la oficina un par de minutos después.
– Señor R., el señor La Mort dice que si no habla con él hoy lo tendrá que hacer algún otro día, que fue enviado desde Francia para tratar un asunto que le concierne de vida o muerte y que lo perseguirá hasta tanto pueda conversar con usted.
– Está bien, dígale que pase — contestó el señor R.
– Buenas días, señor R.— dijo ceremoniosamente el señor La Mort mientras ingresaba en la oficina.
-Dejemos de lado los protocolos, dígame a lo que viene y rápido — respondió el señor R.
– En realidad usted no me ha dado la importancia y el respeto que me merezco porque mi nombre se lo he dicho en francés, pero traducido a su idioma significa La Muerte, en otras palabras, yo soy el señor La Muerte— el señor La Mort alzó la cabeza y sonrió con presunción.
– Señor La Mort, soy una persona madura cansada de escuchar delirios de loco, además en caso de que usted fuera la muerte, me cuesta entender porqué fue enviado desde Francia, cuando podrían enviarme a algún representante de una sucursal que tenga la muerte en mi país — mencionó el señor R.
– En efecto, aquí en su país existen representantes, pero sucede que los casos de maldad sofisticada solemos resolverlos los representantes más calificados — agregó el señor La Mort.
– No me considero un caso de maldad sofisticada, cumplo con todas las normas que se le exigen a un buen ciudadano de la sociedad — dijo el señor R.
– Precisamente ahí está la sofisticación de su maldad: a primera vista, es usted un sujeto honorable y poderoso que lleva una vida paralela bastante peligrosa, supongo que su leit motiv es el poder y, eso le ha llevado a hacerle desgraciada la vida a muchas personas, su egoísmo no ha tenido límite, incluso ha perjudicado a su familia, ha maltratado mentalmente a su esposa y a sus hijos, que sí se dan cuenta de quién es usted — continuó el señor La Mort.
– Las cosas no han sido como usted piensa señor La Mort. No pretenda ahora hacerme creer que mi esposa y mis hijos son unas víctimas. Además usted debe saber que a las mujeres les gusta sufrir y, lamentablemente, en esta vida o haces sufrir a otros o ellos te hacen sufrir a ti; esa fue la enseñanza que de joven me dejó el sufrimiento.
Por supuesto, no puedo mostrarme como soy – nadie lo hace -, de alguna manera todos somos hipócritas, todos somos cómplices de la podredumbre, permítame decirle que me parece injusto que me haya escogido para pagar los errores de la sociedad, ella misma me ha enseñado que siendo bueno y puro no llegaría a ningún lado, me pisotearían los malvados a su antojo y, a estas alturas, eso sí que no lo permitiría — explicó el señor R.
– Está usted equivocado, pero le aseguro que no voy a hacer ningún esfuerzo por cambiar su punto de vista. En realidad usted no lograría entenderme, pero permítame dejarle esta reflexión: “El hombre común piensa que el bien en pequeña medida no tiene valor alguno y por tanto deja de hacerlo; también piensa que pequeños pecados no dañan y por tanto no se aleja de la costumbre de cometerlos; así sus pecados se acumulan hasta que ya no es posible encubrirlos y su culpa se torna tan grande que ya no es posible disolverla”.
Esta frase señor R., no tiene que ver con la religión, la inclusión del término pecado se refiere a las acciones egoístas que van en perjuicio de otros, a veces también significa ignorancia porque, por ignorancia de las leyes de la naturaleza, puede un hombre arremeter contra los derechos de otro, apuntó el señor La Mort y continuó. Me enviaron para que le acompañe en todo momento, vigile sus acciones y le haga sufrir su ignorancia.
Su muerte está programada para dentro de diez años, lapso en el cual yo debo encargarme de hacerle expiar su culpa, de lo contrario, de no aceptar usted mi grata compañía, le puedo entregar un catálogo de muertes horribles para que escoja la que prefiera, son casi todas muertes lentas y bastante dolorosas. Con esta exposición finalizó el señor La Mort.
– No soportaría su compañía durante tanto tiempo, su sola presencia me recuerda todo el daño que he ocasionado. Deme el catálogo, prefiero elegir una muerte lenta pero corta y penosa; así la tortura será asunto de unos cuantos días, pero no de años — decidió el señor R.