MÚSICA PARA DOS EXTRAÑOS

Por Lida Prypchan

Dedico este artículo a Fredy Luis Carambola quien, después de escuchar las canciones
“La Noche de Anoche” y “Al Día Siguiente”, salió a tomarse un café y más nunca volvió.

Cuando se conocieron ya era medianoche. Allí sentados, dejaban pasar los minutos, taciturnos, en el tímido hielo. Los minutos transcurrían y la incomodidad aumentaba. Llegó el último minuto y, casi sin hablar, se despidieron. Qué mujer tan rara, fue lo que pensó en aquel instante Aristóbulo. Qué hombre tan tímido, fue lo que pensó Elisa al despedirlo con la mirada.

En otra oportunidad o casualidad, como la llamaría Aristóbulo (si es que existen esos acontecimientos que llamamos casualidades), se encontraron en una fiesta en casa de Elisa. Ella estaba tan sonriente y tan deseosa de comenzar una conversación. Parecía otra persona, esta vez había obviado la antipatía que tuvo cuando por primera vez se vieron, pensó él. En sus ojos se notaba un acercamiento, una reconciliación sin motivo; luego se encontraron caminando hacia un mismo sitio.

De repente, Elisa le dijo que iría con él hasta el fin del mundo. Lo que ella no sabía era que realmente irían hasta el fin del mundo y quizá un poco más allá. A partir de este momento, las casualidades dejaron de presentarse. Los dos actuaban con premeditación y alevosía

Elisa era, debido a la excitación, la que se imponía a su nuevo y extraño amigo Aristóbulo, y ella era demasiado astuta para no usar su seducción; él por su parte era demasiado listo y demasiado hábil como para ser tan accesible. Uno de los medios de seducción más eficaces es la invitación a la lucha, pensaba Elisa. Una de las mejores respuestas a este tipo de invitación era no aceptarla, pensaba Aristóbulo.

Pero ella no escatimaba el uso de un ventilador para sus fines. Así, un día, invitó a su amigo, le sirvió un trago y al sentarse Elisa encendió el ventilador, mientras Aristóbulo observaba, en el aire, la tela del vestido y un poco más entre sus piernas. Sin embargo, nada lograba sacar de sus casillas a su invitado.

En otra ocasión, portando medias de nylon grises, en el carro comenzó a arreglar el ruedo de su falda. Lo que luego pasó, nadie lo sabe. Lo cierto fue que esta relación pasó por varias etapas: la pasional, la espiritual, la vengativa, la estacionaria, la existencial, la intelectual, la cinematográfica, la teatral, y así muchas más.

En una ocasión se encontraban en una etapa bastante difícil: la llamaban la etapa dubitativa. Según Aristóbulo, habían llegado a ese estado de malas relaciones por exceso de palabras, explicaciones y peleas. Era la maldita posesión que lo sofocaba y lo llevaba a imponer su dominio sobre Elisa. Eran sus celos hacia todo lo que a Elisa se acercara. Y ella, aunque no lo reconocía, era presa de estos dos demonios también.

Decidieron separarse. El tiempo se detuvo para los dos. Sin embargo, las casualidades se empezaron a presentar. Se encontraron en la calle y se fueron hasta la habitación de ella. Ambos callaban incómodos, como al momento de conocerse; ya las palabras no podían ser usadas, conocían sus limitaciones.

Elisa se había comprado una rocola, de la que se disparaban las mil y una canciones, apropiadas para derretir cualquier voluntad por más endurecida que estuviese. (Al día siguiente yo me sentía extraño, me dolía el cuerpo, los ojos y los labios… yo te sentía en mí y hasta te oía hablando, te oía repetir promesas que olvidamos… que me quedó de ti, que no pude olvidarte, que me quedó de amar si amar no hace daño…) (Y así callados, como que se cometían menos errores. Así no se podía destruir lo que sentíamos)  (Yo no comprendía lo que se sentía en tu mundo raro…) (La noche de anoche… pero qué noche la de la noche… tantas cosas de momento sucedieron que me confundieron) (La puerta se cerró detrás de ti y nunca más volviste a aparecer… y así detrás de ti se fue mi amor…).

A veces bailaban y sus manos solas hacían el amor. Y mirándose, sin hablar las cosas, parecían volver al lugar de antes, época en que aún existía espontaneidad, una pizca de libertad de expresión y acción, y a ella le encantaba “El Beso”, “La Resbalosa”, y otras canciones. Elisa parecía más contenta. Era un amor extraño, de dos seres extraños que se habían unido extrañándose para llenar de extrañeza esa relación extraña.

¿Por dónde deambulan ahora? Es lo que yo me pregunto. Quizá se encuentran en un extraño y recóndito país, hablándose con canciones y criticándose con ejemplos de las novelas que leen.

E invariablemente seguía la canción: Al día siguiente yo me sentía extraño, me dolía el cuerpo, los ojos y los labios… qué me quedó de ti que no pude olvidarte… que me quedó de amar si amar no hace daño…