REPOSANDO SOBRE EL MONTE DE VENUS

Por Lida Prypchan

«Hay un principio bueno
que creó el orden, la luz y el hombre,
y uno malo que creó el caos, las tinieblas y la mujer»
Pitágoras


«Todo cuanto ha sido escrito por los hombres
acerca de las mujeres debe considerarse  sospechoso,
pues ellos son juez y parte a la vez»
Poulain de la Barre

 

Son incontables las páginas que los hombres han escrito sobre la mujer: poemas, novelas, ensayos, canciones y películas y, en la mayoría de esos trabajos se encuentran entremezclados los más variados sentimientos: desprecio, admiración, despecho, amor, envidia, ternura y crueldad.

Me pregunto, si la razón por la cual los hombres han escrito tanto acerca de la mujer, es porque no quieren hablar de sí mismos o porque no tienen nada interesante que decir acerca de su género. Se ha expuesto más sobre la mujer como motivo literario, que sobre el importante asunto de la existencia de Dios.

Por cierto, la Biblia ha sido, en parte, una de las promotoras del machismo ¿no dice allí que provenimos de una costilla masculina? Además, la ya antigua mala reputación femenina proviene de Eva, quien tentó al ingenuo e influenciable Adán a pecar. La Biblia no es sólo “la máxima invención de la literatura fantástica” como acertadamente expresó Jorge Luis Borges, sino que también es uno de los documentos más machistas que la historia posee. De hecho, al escoger los apóstoles, no llamaron a concurso a doce mujeres sino a doce hombres. Y, aunque la Iglesia católica se empecine en no hablarnos del  género de Dios, la verdad es que en los libros escolares de catecismo lo dibujan como un hombre barbudo sobre una nube.

La mujer, como objeto de estudio, es un tema bastante trillado. Día a día se observa como muchas conversaciones terminan en lo que se podría denominar el mono tema. Y, como de paso nos encanta ponerle extraños nombres a las cosas más simples, para no aburrirnos del sempiterno asunto, inventamos términos como por ejemplo machismo, hembrismo, feminismo, mujer-objeto, hombre-objeto, masturbación vaginal y masturbación peneana y otros términos que están por inventarse. ¡Gracias a Dios!

Elisa Lerner, conocida escritora venezolana, tuvo la valentía de enfrentarse al tan trillado tema de la mujer, escribiendo un interesante y polémico libro llamado “Crónicas Ginecológicas”, en el cual reúne veintisiete artículos escritos entre 1979 y 1983 que aparecen publicados en 1984 y, que tratan sobre la mujer (la latinoamericana, en especial) y sus relaciones con el mundo.

En ese libro se van desarrollando temas como la participación de la mujer en el arte, la política, su enfrentamiento con el machismo, el feminismo, la historia, etc. Como puede observar el lector, Elisa Lerner intentó abarcar demasiados temas.

Por ejemplo, Virginia Woolf  le dedicó ciento cincuenta páginas a un sólo asunto: la importancia para una escritora, de tener una habitación propia y condiciones económicas mínimas para poder escribir novelas, y toma como punto de referencia a las escritoras inglesas del siglo pasado.

A este respecto, escribió E. Lerner: “las narradoras inglesas del siglo XIX, por antonomasia, fueron hijas solteronas y hacendosas, cuyo sueño crepuscular o nocturno fue la literatura”. Virginia Woolf no escribió acerca de las relaciones que una escritora puede tener con los hombres. Lo que sucede, es que ese no fue el tema que se planteó V. Woolf, de habérselo planteado, su libro hubiese tenido quinientas o seiscientas páginas, como sucedió con Simone de Beauvoir, quien sí se puso este tema como motivo de estudio, y efectivamente le dedicó ochocientas páginas.

En las “Crónicas Ginecológicas”, su autora nos demuestra su capacidad como escritora poseedora de argumentos que sabe desarrollar con agudeza y espíritu crítico; además tiene buen sentido del humor y maneja con maestría la ironía. Muestra de ello son los párrafos dedicados a la sexualidad de las jóvenes judías de Norteamérica, a Eva Perón y a Bárbara Hutton.

El primero de ellos dice así: “La sexualidad de las jóvenes judías de Norteamérica, fue francamente más efusiva después de la creación del Estado de Israel. Antes, más de una muchacha judía, creía que su patria estaba en la vagina. El sexo y la historia están más unidos de lo que, por lo general se cree.”

Sobre Eva Perón escribe: “Muchos de los hábitos de Eva Perón fueron de cabaretera nocturnidad. Evita, como las mujeres de los más audaces burdeles, en algunas ocasiones, le arrebataba la billetera a los señores ricos que la visitaban, para luego entregar ese dinero, tan pícaramente hurtado, a los pobres. Y terminaba esas actividades de madrugada, como una lujosa y fatigada prostituta”.

Escribe sobre Eva Perón y sólo le dedica a Margaret Thatcher una línea que dice: “la muy brava Thatcher”. ¿Qué quiere decir con esto; no es una repetición de lo que dice la mayoría sobre la conocida política? Margaret Thatcher es un tema muy interesante y controversial del que E. Lerner pudo sacar partido por haber sido, además, una mujer polémica.

Acerca de Bárbara Hutton (la dueña absoluta de las tiendas de ten cents de la cadena Woolworth, quien se casó siete veces) escribe: “Bárbara, siempre fue flaquita. Y como lo heredado ocupó tanto espacio, tanto peso en el mundo, la flacura fue una compensación, una disculpa. Y como el espacio no lo quiso ocupar con su persona ni con dinero, lo llenó de hombres”. Luego continúa diciendo: “La señora Hutton nunca llegó a conocer a los hombres, pero sí alcanzó un cierto y absoluto dominio sobre el pegajoso ceremonial que sirve para unirse a ellos”. Me pregunto, ¿qué significa conocer a los hombres?

Me extrañó no encontrar en este libro una serie de temas y enfoques. Por ejemplo, escribe sobre el machismo y no hace referencia sobre el culto al falo (pene).

Por otro lado, no dice ni una sola palabra sobre el lesbianismo y su relación con la literatura femenina. Tampoco escribe acerca del aborto, siendo este un tópico o un punto de convergencia de problemas sociales, médicos, religiosos; el aborto, además, es víctima de las elucubraciones ignorantes de los hombres. Si los hombres tuvieran que traer hijos al mundo, seguramente ya estuviera legalizado el aborto.

Elisa Lerner, en su libro, le dedica un artículo a Mirla Castellanos. Una mujer como Mirla, que hace parte de la burguesía tradicional venezolana ¿necesita que escriban sobre ella? En cambio, María de Lourdes Devonish, magnífica cantante, compositora, artista rebelde y subestimada, está sometida a un injusto silencio mediático, porque sus letras dicen verdades en modo muy directo. Tampoco se refiere a Manuelita Saenz.

Lo que sí pude observar, a lo largo de este libro, es que su autora muestra una sola cara de la moneda al escribir acerca de la mujer y el hombre latinoamericanos. Muestra a la mujer como una víctima de la inconstancia y la torpeza del macho. Ha podido tener en cuenta que a veces, quizás con más frecuencia de lo que se cree, el hombre es víctima de la inconstancia y la torpeza de la mujer.

Creo que se trata de un tema complicado y controversial, que se presta a las generalizaciones, pero que no las perdona. Opino, además, que E. Lerner pudo profundizar y comprometerse mucho más al tratar todos estos temas.

Voy a poner un ejemplo de cómo una generalización puede ser nefasta en la imagen de un escritor: Soren Kierkegaard (filósofo y teólogo danés, 1813-1855), al referirse a la mujer escribe: “¡Qué desgracia ser mujer! Y cuando se es mujer, sin embargo, la peor desgracia, en el fondo, es no comprender que es una desgracia!”.

¡Qué insulto! Yo que pensé que S. Kierkegaard era más amplio. Esta frase lo que demuestra, a través de su generalización, son sus propias limitaciones frente a las mujeres. Y me parece un insulto, ya que no sólo nos llama desafortunadas, sino que nos considera tan oligofrénicas que ni siquiera tenemos capacidad para darnos cuenta de que somos unas desafortunadas.

La mejor intervención masculina acerca de la mujer, es esta frase de J.P. Sartre que dice: “Semi- víctimas, semi- cómplices, como todo el mundo”. Creo que frente a la muerte de nada sirve ser mujer u hombre.

Cuando escucho a una joven renegar de su condición de mujer, yo le digo con vanidosa presunción y seguro tono maternal: ¿Querida amiga, aún no te has dado cuenta de que nuestro mundo siempre ha estado reposando sobre el monte de Venus?