ARTE, OPINIÓN Y PROPAGANDA POLÍTICA (II)

Por Lida Prypchan

La política es el arte de impedir que la gente se mezcle en lo que le concierne”
Paul Valéry

 

La propaganda política se inspiró, y captó de la poesía muchos de sus recursos, como la seducción del ritmo, el prestigio del verbo, la violencia de las imágenes, la progresión dramática; además ha creado artificios administrados racionalmente para avivar el temor o la esperanza.

Pareciera que la propaganda buscara ser más poética que política, tratando de parecer una mujer seductora y coqueta en lugar de una maquinaria gigantesca cuyo objetivo es hacer soñar al pueblo con las grandezas del pasado y un mejor mañana.

Lo que me recuerda una canción que dice: “estaba soñando con que mi suegra se había muerto y cuando me levanté me puse a llorar, pero no de remordimiento, sino por haberme dado cuenta de que estaba soñando despierto”.

Igual estamos con respecto a la política, soñando despiertos mientras las agencias de propaganda y los partidos políticos nos producen una especie de atiborramiento intelectual, tratándonos como sonámbulos, como débiles mentales o recién nacidos que necesitan ser asistidos.

La propaganda política se vale de una serie de reglas y técnicas, como la regla de simplificación, regla de exageración y desfiguración, la regla de orquestación, la regla de transfusión y la regla de unanimidad y contagio.

La regla de simplificación, es la que busca lograr la simplicidad de la campaña, con fórmulas claras y evitando largas demostraciones de habilidades, con la cual un partido podría decir “vota por tu país”, mientras que el contrincante diría que “el país necesita a determinado candidato”.

Por otro lado, la regla de exageración y desfiguración se basa en promesas y mentiras, mediante breves discursillos de lenguaje ultra sencillo, de forma tal que la mentira pueda ser fácilmente entendida por todos, desde el estrato más culto hasta el más inculto. Pero, aparte de las mentiras, también usan la exageración de los hechos, ya sea exagerando los errores del contrincante, acusándolo de corrupto o megalómano o exagerando con promesas difíciles de cumplir como ofrecer un millón de empleos.

La regla de orquestación busca la repetición incesante de los temas de la campaña y el tema central o himno del partido.

Después tenemos la regla de transfusión, con la cual la propaganda no parte de cero, sino que se apoya en el jefe político más importante, apelando a los sentimientos del pueblo.

Sin olvidar que la propaganda no puede contradecirse, es decir, tanto los propagandistas como el candidato, deben limitarse a guardar silencio en los puntos débiles pero sin demostrar falta de conocimientos o de criterio, ni mostrarse acorralados, inseguros o con miedo a opinar; tampoco es recomendable utilizar la ironía ya que podría evidenciar miedo y cobardía.

Igualmente no se puede presentar una propaganda explicando o justificando por qué hizo o no hizo algo, no se puede desmentir la imagen que ha sido creada, porque es muy difícil desmentir algo sin que parezca que uno se defiende.

Y finalmente la regla de unanimidad y contagio, apoyada en la sociología, se vale de ideas y técnicas persuasivas de propaganda política que generen emociones repletas de exageración, ensueño, euforia y miedo difuso, que calen rápidamente en el conformismo de la sociedad. Lo cual facilita la presión de los grupos en la opinión individual, gracias al instinto de las personas de compartir y hacer prevalecer su posición frente a aquellos que le rodean.

El fundamento de estas reglas es convencer y persuadir, pero sin aportar soluciones, ni llamar al pensamiento crítico ni a la decisión reflexiva, como debería ocurrir en democracia. Para que la propaganda política se considere bien llevada y justa debería mostrar abiertamente todas las intenciones, gestos y actitudes de sus candidatos.

También sería necesario que el pueblo se integrara a la construcción de su porvenir y no solamente a las controversias electorales, por lo que se debería procurar la participación activa de las masas en la vida democrática de la nación. Pero más allá de la maquinaría política, hay que ser idiota para creer que en Venezuela, gane quien gane, se vaya a acabar la corrupción. ¡Señores el problema está en nuestra idiosincrasia!

Una idiosincrasia seducida por el facilismo, el oportunismo, la viveza como medio de vida, el amiguismo para la obtención de puestos de trabajo, el despilfarro, el exceso de proyectos sin ejecutar, el culto a la bebida, el mito del machismo, el desprecio por el estudio, las pocas ganas de trabajar, la falta de identidad nacional, el culto al placer y a la vida tranquila, sin complicaciones ni grandes aspiraciones.

Siempre buscando excusas para la flojera nacional, echándole la culpa a los españoles, a los indios, al clima, a la educación, pero realmente la culpa es nuestra. O cómo se explica que existan países cuyas tierras eran áridas y ahora están convertidas en tierras fructíferas gracias al esfuerzo y trabajo mancomunado.