Por Lida Prypchan
“Deja a los hombres en las manos del ocio y los conocerás”
Vivimos una vida a medias. Al principio este detalle nos pasa desapercibido. La ambigüedad y la indecisión nos distraen por un buen número de años. A otros la indecisión les ha distraído durante toda la vida. En el primer caso, se trata de una indecisión silente, que se traduce en quemar noches y más noches de insomnio pensando qué quiere uno en la vida.
Esa es la pregunta básica del hombre porque las demás no tienen respuesta. La vida es una enmarañada incógnita que se desarrolla en un sitio llamado Tierra, habitada por hombres ciegos que profesan una gran fe. Una vez aquí, en este espectáculo de caras y disfraces, empezamos a amar la vida y a acomodarnos según las circunstancias, las experiencias y las lecciones.
Todo nos lo entregan racionado: un poquito de cada cosa. Con la particularidad de entregárnoslo de manera continua y hasta progresiva. Somos computadoras con sentimientos incorporados. El verdadero significado de nuestras vidas, el qué hacer más relevante, lo determina cada quien; luego, lo que queda, depende de nuestra capacidad de riesgo, el aguante ante las frustraciones y de un juego de dados llamado destino. Haciendo lo que una ama se vive satisfecha, pero hay que pagar un precio.
La vida es un parque de distracciones. Tenemos un horario y un oficio, que en el mejor de los casos, nosotros escogemos. Es casi un plan predeterminado eso llamado trabajo, hasta tanto se decida dejar al hombre en manos del ocio para conocerlo.
El mundo pasaría de ser un parque de distracciones a ser un escenario de espectáculos, donde cada quien tendría que mostrar el producto de su ocio, de su soledad. Ahí, sin trabajo ni obligaciones, veríamos a qué se dedica cada quien, sobre todo, cómo resuelve su vida de relaciones con las demás personas.
Tanto que nos quejamos de las ocupaciones, del trabajo, del cansancio y no queremos reconocer que es nuestra barca de huida. Rehuimos la vida porque es muy complicada de entender. Nos resulta más fácil mandar cohetes a la luna y resolver problemas intrincados de materias abstractas, que hacer frente – sin frustrarnos – a las simplicidades de la vida. Esta simplicidad en la práctica, resulta demasiado complicada, lo cual obliga al hombre a escoger, cómo va a huir de tanta simplicidad impelente.
Unos ahogan sus penas en el alcohol y la fornicación, otros, en libros y conferencias y, hay un tercer grupo que se distrae con ambas cosas a medias, sin demasiado interés; quizás los miembros de este tercer grupo son los más prácticos y desilusionados o quizás, los más conformistas, porque la vida establece extremismo en la perseverancia, para colocarnos en algún lugar que nos caracterice y distinga.
Quienes se distraen con libros e ideas, se engañan pensando que van en busca de la verdad, siendo la esfera intelectual del hombre un simple juego de niños instintivos, por eso el intelectual tiende a convertirse en niño, más tarde en imbécil y por último en lunático y bestia. En fin, es mucho más fácil ser niño, imbécil o lunático, que ser un adulto armonioso. Esto es mucho más fácil que vivir integralmente.
El trabajo vendría a ser la anestesia que nos proporciona la sociedad, para olvidar nuestra deplorable insuficiencia en el arte de vivir.
Y si me creen una pesimista, les invito a abandonarse en las manos del ocio y a responderse las siguientes preguntas:
- ¿He logrado la armonía?
- ¿He logrado vivir integralmente?