Por Lida Prypchan
Al releer “Cumbres Borrascosas” de Emily Brontë – novelista y poetisa inglesa que nació en 1818 y murió en 1848 – no puedo dejar de experimentar una cierta sorpresa al ver la notoria diferencia entre su vida y esta novela. Según sus biógrafos E. Brontë llevó una vida aburridísima.
Por cierto, esta declaración me produce mucha gracia, porque me hace pensar en la vida de los valencianos. Creo en todo caso, que E. Brontë poseía razones para justificar su aburrimiento, a fin de cuentas ¿qué se podía pedir en 1818? Y también me pregunto: ¿qué razones podrían alegar los valencianos para justificar su aburrida actitud ante la vida en plena era de la tecnología?
La vida de E. Brontë transcurrió en un presbiterio del cual no salió casi nunca; lo único que la salvó del aburrimiento del encierro fue su enfebrecida creación literaria. Murió a los treinta años, y nos dejó un pequeño número de poemas y una de las novelas más hermosas de la literatura universal.
El destino de E. Brontë quiso que ella ignorase por completo el amor de pareja, y a la vez, quiso que conociera la angustia de la pasión no experimentada: su pasión imaginada, fue tan fuerte, que la plasmó relacionándola con violencia y muerte.
“Cumbres Borrascosas” no es sólo una historia de amor, sino también una explicación sobre cómo un amor imposible puede cambiar a un hombre al punto de hacerle cometer actos en perjuicio del ser que ama.
La trama es la siguiente: Catherine y Heathcliff fijan sus sentimientos en la infancia (que es libre, soberana y salvaje, todo lo contrario al mundo prohibitivo de los adultos). Pero Heathcliff (hijo natural) debe partir y, al regresar de su viaje, convertido en un hombre maduro y acaudalado, se encuentra con que Catherine, por comodidad, se ha casado. A raíz de esto, se desata la furia pasional e incontrolada de Heathcliff, que desea retomar el reino perdido.
Él, anclado en la infancia, desea amar a Catherine quien también amándolo, no puede permitirse separarse de su esposo ni serle infiel (ni siquiera mentalmente). Esta pasión consume a Catherine. Culpable como se siente en su proceso de expiación, ella prefiere la muerte a continuar con este tormento amoroso. No se suicida, pero su dolor moral se somatiza.
En esta novela encontramos dos elementos moralizantes básicos: la prohibición y la muerte como proceso expiatorio.
La prohibición diviniza aquello a lo que impide el acceso. La muerte, en cualquiera de sus formas (rupturas, circunstancias adversas que conducen a continuos roces, o la muerte como fenómeno biológico), al aproximarse, transforma el amor en un imposible y entonces, cae en el terreno de la prohibición.
Creo en verdad, que no hay nada más placentero, y a la vez más doloroso que un amor imposible. Es lo más placentero porque el período en que transcurre el romance – generalmente corto – es algo verdaderamente fascinante; se llega a conocer el éxtasis y la felicidad y, amar en esas circunstancias puede ser sublime.
Pero como lo que empieza debe terminar, llegado el momento final se siente un dolor terrible y, es en ése momento que todo lo anteriormente vivido adquiere importancia a nuestros ojos: es el inicio del proceso de recordar (me parece que en esta etapa, uno vive los momentos pasados con más intensidad, que mientras transcurrían).
Seguidamente viene el olvido. El tiempo, por fortuna, va borrando los recuerdos a tal punto, que a veces no logramos recordar la cara del ser que antaño amamos.
En mi concepto, la mitad del corazón es como un cementerio en el que vamos enterrando seres amados que nos han decepcionado: allí introducimos amigos que dijeron serlo y no lo fueron, amores conclusos, amores inconclusos, amores cortos e intensos, o largos y tibios, amores expulsados porque no cumplieron con los requisitos para ingresar en el cementerio; y en cada tumba hay escrito un epitafio, palabras que se van desgastando por el flujo ininterrumpido de la sangre en el corazón.
“Cumbres Borrascosas” es una violenta historia de amor. Confieso que al escribir “violenta historia de amor” no puedo evitar desear vivir en una época pasada; por momentos siento hastío y rechazo el tiempo que vivo, en el cual observo la pasividad y la ausencia de lucha por el amor y, quizás hasta la incapacidad de la gente para amar. En mi concepto también ha mermado la comunicación entre los géneros masculino y femenino y también ha muerto el cortejo amoroso.
No ha llegado, pero sé que llegará, el momento en que tenga que acudir a un cirujano cardiovascular para pedirle que extraiga varias tumbas de mi corazón; así podré tener cupo en él para mis próximos muertos. Lo único que le imploro a Dios, es que el próximo muerto que ingrese en mi cementerio, sea el producto de una violenta historia de amor, como la que Emily Brontë se imaginó.