MARÍA NO TIENE AMANTES

Por Lida Prypchan

Dedicado al Grupo “Cine Estudio” encabezado por el Ing. Daniel Labarca
por la magnífica iniciativa de los “Martes Selectos

Basado en el film “Los amantes de María” (Natassia Kinski y John Savage)

 

Una rata preñada camina bordeando la cama de un soldado estadounidense que lucha en Corea. Rubio y atlético, de mentón cuadrado y sonrisa tímida, como si se arrepintiera de reír; así es Iván. Con el silencio que imponen los automóviles cuando uno se monta en ellos, los ojos de Iván reposan sobre un local que exhibe niñas prostitutas de diez años.

Él se refugia en la imagen de una novia que tuvo: María, una mujer de muslos gruesos, boca grande y labios carnosos, que usa vestidos, de esos que empiezan a caer en las caderas y terminan debajo de las rodillas y con ellos al caminar se desliza, hermosa como es, lentamente…

A su regreso de la guerra, ellos se casan. Pero la primera noche, a pesar de los deseos de María de hacer el amor y quedar embarazada, él ni siquiera lo intenta, sólo le responde: “no puedo”. Iván no es impotente, con una amiga de su padre que es prostituta ha tenido relaciones y no tiene inhibiciones ni problemas.

Al conflicto del soldado le doy tres explicaciones:

Primera: miedo a deshonrarla. Esta situación se desarrolla en una época en que en Norteamérica se exaltaba la virginidad como símbolo  de “la pureza de la mujer” y por lo tanto, él consideraba el acto sexual  como la posibilidad de despojarla de lo puro, lo cual se convertía en generador de temores.

Segunda: temor a embarazarla. El había regresado de una guerra; todo lo que había vivido en ella lo inducía a cuestionar la vida en sus diferentes aspectos y en especial, en particular la procreación. Era algo así como pensar “¿Tiene sentido traer al mundo a un nuevo ser para que sufra lo que yo he sufrido en la guerra?”

Tercera: su evidente neurosis de guerra; muestra de ello son las pesadillas en que visualiza los horrores que presenció, sus pesadillas con una rata preñada que caminaba por su cama hasta introducírsele en la boca.

Su neurosis consistía en negarse lo que quería: vivir con María y sentirse feliz con ella, pero precisamente por ser neurótico se negaba esta posibilidad. Negarse lo que deseaba en lugar de proporcionárselo le hacía sentir una gran angustia, el principal alimento de la neurosis.

Posteriormente María e Iván se separaron, al cabo de un tiempo un músico la desvirgó y le sirvió de semental. Una vez resuelto el problema himeneano Iván volvió con ella.

Al salir del cine escuché a unas muchachas que decían: hechos como éste son más frecuentes de lo que tú crees. Desconozco la frecuencia de situaciones semejantes pero de presentarse  no me extrañarían, teniendo en cuenta que una buena proporción de hombres son criados en medio de una gran ambivalencia en el aspecto sexual. Por un lado le inculcan casarse con la que será “la madre de sus hijos” y por el otro lado el padre lleva al hijo a iniciar su vida sexual con una prostituta –si es que no ha tenido antes relaciones con una burra.

¿No es ambivalente y contradictorio lo que le inculcan con lo que inducen a hacer?  ¿Qué parecido puede encontrar un joven de doce o catorce años entre una prostituta o burra y una mujer conservadora? ¿Qué conclusión puede extraer de esta confusión? Qué sólo los animales y las mujeres de la calle pueden disfrutar del sexo porque son impuras y degeneradas, mientras que “la madre de sus hijos” es muy pura para dejarla disfrutar.

Además se basan en “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. De estos conceptos proviene la casi institucionalización de la ambigua y frecuente vida afectiva del latinoamericano: la relación amante-esposa. Con la esposa tiene hijos, le cuenta sus penas y se aburre, con la amante sale a bailar, le cuenta sus maravillosas ideas y hace el amor.

No habría que culpar ni al hombre ni a la mujer, lo triste es que en gran parte se debe a la subestimación y masoquismo de la mujer. Es el binomio, crianza-inercia. Las crían así y luego cuando se dan cuenta no cambian su manera de pensar por indiferencia, pues su vida es manejada por la inercia.

Nota final:

Para mí este artículo tiene una doble significación que mágicamente se unificó. Cuando vi esta película escribí sobre ella y el artículo no fue publicado. Luego de un anuncio en el cual presentaban “Los amantes de María” como una de las mejores películas proyectadas en los seis años de Martes Selectos, tuve ante mi nuevamente la oportunidad de publicar el artículo.

Tarde o temprano –me dije- se me presentan las circunstancias para conseguir lo que quiero. No creo que yo haya  nacido para esperar; soy impaciente por naturaleza. Pero soy también, una impaciente por naturaleza que hace mucho rato se dio cuenta que el destino (La Fortuna) se había antojado en complacerla más tarde que a muchos otros, es decir, una impaciente que a juro, tuvo que aprender a esperar y aprendiendo a esperar vio las grandes ventajas de hacerlo: evitarse errores innecesarios y madurar los pensamientos e incluso los sentimientos pues sólo con el tiempo uno sabe lo que siente.

El tiempo es una especie de todopoderoso que se hace preguntas y se las responde, que crea circunstancias adecuadas para que las vivan los individuos adecuados en momentos adecuados (cuando les llega su oportunidad). Por eso, al forzar una situación en el tiempo, cuando aún no ha llegado la hora, uno termina contrariado y desesperado, pues todo sucede al revés.

Hay que dejar quieto al tiempo porque así La Fortuna siempre decide lo más adecuado. Si nos niega algo es porque no nos corresponde vivirlo.