LA SOLEDAD

Por Lida Prypchan

Al momento de pronunciar la palabra soledad uno escucha: cuando estoy solo me aburro, a veces hasta me deprimo. Pareciera que soledad y tedio fuesen de la mano.

El problema no reside en la capacidad o incapacidad de estar solo, se centra más bien en que los ratos de soledad son inevitables para cualquiera, sea éste soltero, viudo, casado, con hijos o sin ellos e incluso rodeado de una multitud.

Inevitablemente esos ratos se presentan y en vez de disfrutarlos y aprovecharlos el hombre actual huye porque teme descubrir que su tan elaborado aspecto, sus tan maravillosas palabras y su tan organizada vida son en conjunto una apariencia. Así pues, la soledad nos pone frente a frente con nosotros mismos.

Mientras el individuo no encara esa incapacidad de estar consigo mismo y decide resolverla, puede cometer errores tales como formar una pareja no por amor sino por soledad, o tener hijos para tener compañía, o trabajar en exceso para huir de la soledad.

Escuchaba el otro día decir: no quiero llegar a vieja sola, voy a tener un hijo. ¿Es acertado pensar en resolver los problemas que plantea la soledad trayendo un hijo al mundo?  Esta situación podría explicar porqué a la larga algunos hijos se convierten en los padres de sus padres.

La incapacidad de vivir en soledad se ha venido acentuando desde que el mundo, o quién sabe quién, escogió a la tecnología como reina. La tecnología, los grandes adelantos de la ciencia han cambiado todos los esquemas de pensamiento.

La ciencia y la ilusión creada por ella de ser la única solución para la supervivencia del hombre moderno se fue introduciendo en su esquema de vida hasta acabar con la fe. Como la ciencia se convirtió en un Dios hubo necesidad de abolir la fe.

El hombre ha llegado a creer que él es un Dios, de aquí viene su gran soledad y a pesar de ello padece de incapacidad para soportarse creyéndose Dios.

Sería un desacierto desmentir los grandes adelantos que en materia de ciencia y tecnología han mejorado nuestra calidad de vida. Sin embargo, la contrapartida de este superdesarrollo científico ha sido el subdesarrollo psicológico y espiritual, es decir, ese avance a traído consigo un estancamiento en la vida interior del ser humano.

Muestra de ello es el aumento de la violencia, de la delincuencia, de los índices de suicidios, de homicidios, de la incidencia de la depresión y de los divorcios. De tener la capacidad figurativa necesaria para hacer una ilustración representando al hombre contemporáneo, dibujaría a un hombre de las cavernas sentado frente a una computadora.

En el fondo el hombre moderno continúa viviendo como un ser primitivo que juega el rol de ser civilizado, rodeado de concreto y dispositivos electrónicos.

Inmersa en esta problemática se encuentra la crisis de la mujer, quien no desea repetir los patrones represivos de conducta y basándose en ello malinterpretó la liberación femenina imitando los errores masculinos, cuando en realidad lo que proponía dicha liberación era permitirle a la mujer una mayor participación en ámbitos que antes le estaban vedados.

El mismo día que se eligió a la ciencia como reina del mundo, se escogieron dos princesas: el dinero y el sexo. Aquél objetivo fraternal de las religiones dejó de tener espectadores. La conciencia moderna tiende a la racionalización, no acepta aquello que no lleve implícito una lógica comprobada; por esta razón rechaza la fe y con ella las religiones, y sólo las deja valer en la medida en que sus contenidos de conocimiento concuerden con los fenómenos experimentados del trasfondo.

La época quiere experimentar el alma misma. Quiere experiencia primigenia. La consecuencia, obviamente, ha sido ese incremento del interés por las manifestaciones psíquicas, por el espiritismo, la astrología, la teosofía y la parapsicología. En el fondo todas estas cosas tienen interiormente un carácter auténticamente religioso aunque se esfuercen en aparentar lo contrario y mostrarse como disciplinas científicas.

Hasta ahora el hombre siente vivencialmente que está solo, que ha de ser definitivamente el creador consciente de su historia. Pero aún no se han inventado un sistema filosófico que ayude al hombre a vivir armónicamente su soledad. Bien al contrario, en vez de buscar la armonía que tanto necesita, se empeña en vivir nihilístamente. Se entrega a las ilusiones, mentiras y alucinaciones, mientras sobrelleva los problemas económicos y sociales.

Al hombre reflexivo de nuestro siglo, sea creyente, agnóstico o ateo no le queda más que adaptarse a su nueva soledad y pactar personalmente con el ser absoluto y eterno: el misterio.