Por Lida Prypchan
“Es extraño que el interior del hombre haya sido observado tan escasamente hasta el día, y que haya sido tratado de una manera tan poco intelectual.
Cuán poco se ha utilizado la física para el alma, cuán poco el alma para el mundo exterior”
Novalis
“Un mapa del mundo que no incluya a Utopía no vale la pena mirarlo,
porque se olvida del país a donde siempre está viajando la humanidad”
Oscar Wilde
Cuando al fin desciframos un rompecabezas, o sea, cuando llegamos a conseguir lo que buscamos, fijamos la mirada en un nuevo objetivo. Sin embargo, las mentes experimentadas de nuestros días dicen que la historia es circular y que por ende todo lo que sube cae.
Las utopías son el anestésico para las almas sensibles, para soportar las operaciones cáusticas que imponen la vida y la muerte. Los hombres fuertes al ver esta ambigua realidad, sufren fases de ensimismamiento y asidua concentración en los detalles rutinarios, sin pensar en el mañana de la humanidad.
Somos animales desagradecidos. Los hombres buenos se han ido convirtiendo en hechos. Y a pesar de ello volteamos y miramos con melancolía el pasado. Una respuesta a esta reacción del hombre es, que quizá las utopías sólo se han realizado en el mundo exterior y, no podemos menos que lamentarnos si recordamos lo que dicen algunos filósofos doctísimos: “el mundo exterior no existe”.
También se ha desarrollado un cambio en el mundo interior: ha sido mucho más fácil reformar la faz de la tierra que desarraigar de nuestras almas los instintos de codicia, agresión y crueldad que nos impusieron por generaciones las luchas de pobreza embrutecedora.
Nos jactamos de la comodidad y de la abundancia, pero somos indignos de la belleza que llega a nuestros ojos. Somos pigmeos espirituales instalados en edificios gigantescos. La utopía ha llegado a todas partes excepto al alma de los hombres. Una solución sería la reconstrucción del carácter de cada uno de nosotros. No necesitamos extender más el imperio del hombre, porque tal paraíso baconiano ya ha sido conquistado.
El equilibrio: mentes y voluntades que sean capaces de habitar un mundo mejor. Así podemos llevar este aspecto a un nivel acorde con el conocimiento y poder del mundo actual. Logrando este reto y estando conscientes de que la naturaleza humana y la ignorancia han arruinado nuestras utopías, lo siguiente – y el resto – ocurrirá por añadidura.
En política, la utopía es tema importante y antiguo. Un sistema político perfecto es una utopía. En Venezuela otrora se decía frecuentemente: ¡este desbarajuste, la corrupción, la burla al pueblo lo arregla un comunismo! En Cuba, cuando llega un turista, los taxistas miden sus palabras y muestran el edén de la justicia, y cuando salen de aquel infierno, paranoicos y marcados, te cuentan cómo desean un régimen libre. Cada quien anhela lo contrario a lo que tiene.
Platón, en su obra De República, nos presenta el más antiguo modelo de creaciones imaginarias, y es el primero en proclamar pura y simplemente el comunismo. En 1516 publica Tomás Moro su Nova ínsula utopía, atacando la propiedad privada y defendiendo la comunidad de bienes. Es pues, la utopía, desde la invención de la palabra, una creación imaginaria por el hecho de ser irrealizable. Así como fue utópico, el día que Platón y Tomás Moro creyeron en la perfección del comunismo; y cualquiera que levante una hipótesis política tendrá que enfrentarse con la triste realidad, en vez de regocijarse con la perfección, siempre inexistente.
Pero no es utopía trabajar para que sea perfecta dentro de la imperfección. Mucho resolveríamos intentando evolucionar cada uno de nosotros por su cuenta. La solución yo la veo en la individualidad, o sea, cada quien debe tener autocrítica para mejorarse. Lamentablemente, son demasiados los que padecen de autocrítica. Si esta solución que propongo, es refutada por ustedes para mí significa que “adoramos el conformismo”, que sólo aspiramos al estancamiento.