UN ENTIERRO A CUESTAS

Por Lida Prypchan

Como voy a describir a Lucia si ella era como cualquiera de nosotros: sin ninguna diferencia esencial. El mismo cuerpo, sólo que un poco más alto que el de la mujer promedio. Los mismos órganos, sólo que un poco más intoxicados que los de las demás mujeres. Las mismas ilusiones, sólo que un poco más teñidas de frustración que las de las demás mujeres. Un carácter similar, sólo que un poco más agrio que el de las demás mujeres.

Ella nunca entendió esa frase que decía que en la vida había igual número de alegrías y tristezas. Para ella había un mayor número de tristezas que de alegrías. Y sin embargo ni se le notaban esas tristezas, ¡Tan acostumbrada estaba ya a ellas!

Y hasta aparentaba ser una mujer feliz: ella sentía inmensa felicidad al tomar su café en la mañana y después al fumarse un cigarrillo; sentía gran alegría cuando recibía la mas mínima caricia de un ser humano o de un animal; sentía felicidad – aunque a veces llorara – al escuchar una canción de su agrado; sentía alegría cuando hacía un nuevo amigo, aunque nunca lo llegara a conocer como ella hubiese querido y siempre dudara un poco de la amistad por su relatividad. A pesar de los mil golpes que se había llevado, seguía creyendo, aunque fuese a medias, en la amistad.

Sentía una gran emoción al bañarse como si con eso se despojara de sus malos hábitos y de las impurezas de su alma, disfrutaba enormemente del cine, le encantaba bailar como si con eso se desembaraza de su poderosa sexualidad; a fin de cuentas, qué es la vida sino matar el tiempo para ver cómo nos va llegando la muerte con su asquerosa puntualidad, como decía Benedetti.

Lucia caminaba con su soledad a cuestas: horas interminables paseando en el carro, horas interminables pensando en el futuro – planificando, construyendo sueños irrealizables-, horas infinitas viviendo en el pasado anhelando que el maldito tiempo retrocediese para hacer lo que otrora no tuvo valor de hacer – porque uno se arrepiente casi siempre de lo que no hizo o no tuvo valor de decir-, horas interminables de insomnio pensando en cual era el sentido de su vida, horas infinitas tratando de encontrarse sin poder saber si lo lograría o no.

Ella estaba consciente de que su vida era un entierro a cuestas, cada día estaba más cerca de la muerte, o sea que cada día dentro de sí moría una parte de ella; también los amigos que había perdido y los que aún tenia, todo esto se extinguía día a día en su interior. Su cuerpo, al igual que un carro, se iba desgastando poco a poco; cada día costaba más encender su cuerpo como si se extinguiera su batería.

Sus ilusiones se habían ido detrás de su último amor, y lamentablemente las ilusiones no se compran en la farmacia. Sus secretos morirían dentro de ella, así como los cigarrillos que se fumaba, como sus opiniones sobre los demás y sobre los eventos cotidianos, como sus  ideas suicidas; ideas que le proporcionaban un poco de alivio a su tormentosa vida interior

Un día la llamé, atemorizada, como presintiendo su muerte, y me dijeron que se había ahorcado. Dejó una nota que decía:

De la vida no supe ni más ni menos que mis semejantes; no tuve la capacidad de responder a mis preguntas. Nadie pudo darme tranquilidad con sus respuestas, pero logré por lo menos discutir con la muerte a destiempo — o quizás fue una trampa que me tendió la vida en conexión con la muerte.

No aguanto mis dudas, ni soporto mi vida y mucho menos la idea de que la muerte me tome desprevenida.”