Por Lida Prypchan
Indudablemente Estados Unidos es un país cuya organización merece ser admirada.
Sin embargo, hay un mensaje subyacente a esta organización con una intención bien clara: “uniformar” al mayor número de personas posible, imponiéndoles comportamientos predefinidos y, de esta manera mostrar hasta el convencimiento, tanto a los estadounidenses como al resto del mundo, que EEUU es una nación feliz, una democracia justa, exenta de racismo y totalmente equilibrada desde el punto de vista socio económico.
Como epílogo a esta introducción quiero añadir: Rusia, histórico rival de Estados Unidos, no resulta tan opuesto como aparenta, ya que en un entorno diferente y con métodos distintos, el estado logra lo mismo: el condicionamiento de su pueblo.
Vemos, por ejemplo, el caso de la información. En Rusia hay un control de las noticias en la cual sólo se publican aquellas que al estado le conviene, mientras que en EEUU publican tantas noticias, pero tantas, que atiborran a los ciudadanos al punto que no se interesan en leerlas.
Una vez concluida esta introducción, quisiera referirme a tres aspectos de la producción cinematográfica en EEUU que muestran claramente sus intenciones de condicionar a sus ciudadanos, de impresionar al mundo con su imagen de máxima felicidad, y de demostrar estabilidad social.
Los tres aspectos son: el racismo, la vida en Hollywood y las huérfanas. Estos tres aspectos son persistentes en el cine.
En todas sus películas aparece un afroamericano. Y si no en todas, en la mayoría. Y resulta curioso el hecho de que generalmente tengan roles con similares características: el hombre chabacano con una singular manera de caminar, que habla inglés cantadito y que utiliza modismos “negroides” tales como ¡Hey man! Convirtiéndolo en el típico hazmerreir.
Pero indudablemente, es sólo el comienzo de un mensaje: en EEUU el estado quiere abolir (supuestamente) el racismo, quiere unir a los representantes de todas las etnias. Sin embargo, la realidad que allí se vive es otra: cada etnia tiene su suburbio. Allí cultivan sus hábitos de origen: música, comida, artes visuales. De preferencia asisten a conciertos de artistas de su región o país de origen. Igual comportamiento tiene el estadounidense de origen anglosajón.
La vida en Hollywood, la realidad que allí viven los artistas es muy diferente a la que nos quieren mostrar. Es un ambiente terrible, donde predomina la impersonalidad, donde hay que ceder las convicciones al mejor postor para poder ascender un escalón, donde no importa el valor y la calidad de un artista; son manipulados como marionetas hasta su destrucción y mientras se muestran radiantes de felicidad.
El último aspecto, el más importante en mi opinión, lo resumí llamándolo las huérfanas del cine americano y comienza con el cine de los años treinta.
Allí la tenemos, ¡es Shirley Temple! No era una niña bella, pero sí plena de encanto. No era una bailarina con dotes excepcionales, pero zapateaba que daba gusto verla. Su voz era pobre pero cantaba canciones que halagaban a los estadounidenses.
Shirley Temple significaba el entusiasmo para su época, era una niña perseverante, alegre, que ante nada se quedaba paralizada. Había en sus películas el canto de la libertad en medio de una sociedad en permanente actividad. Fue en otras palabras: la imagen exaltadora de la democracia norteamericana.
Tanto ella como otras actrices adultas planteaban el tema de la orfandad y cómo salían airosas y felizmente de las vicisitudes de su condición. Sin embargo, esta imagen se acabó con el suicidio de Marilyn Monroe.
Marilyn sin quererlo, abolió el mito levantado por la pequeña Shirley Temple; ella llevaba sobre sus hombros una orfandad infantil demoledora. Y Marilyn no encuentra lo que Shirley Temple presenta en sus películas haciendo el papel de huerfanita. Marilyn no encontró, como Shirley gente buena dispuesta a ayudarla, sólo la acompañaban alcohol y estupefacientes.
Su muerte marcó el inicio del ciclo de mujeres que no son muy seguras. Annie Hall, por ejemplo, es insegura, vive atormentada por su neurosis por lo cual visita a su psicoanalista, necesita marihuana para hacer el amor y no sabe cómo deshacerse de una relación amorosa complicada.
Annie Hall no es huérfana, tiene amantes, pero es una existencialista: no le encuentra sentido a la vida y sueña con una paz que no logra encontrar jamás.