Por Lida Prypchan
La convicción de que el ser humano sólo puede comprender y ser dueño de su Historia cuando la entiende como un progreso incesante, ha ido abriéndose camino desde el siglo XVIII mediante acometidas que se han ido sucediendo unas a otras. Esta fe en el progreso de la Historia humana constituye la oculta fuerza motriz que ha impulsado la expansión de las ciencias naturales en el transcurso de los siglos XIX y XX.
En el caso de Carlos Marx, esta fuerza se transforma en una teoría de la revolución que ha invertido por completo el orden imperante en grandes Estados y ha dado origen a la fundación de nuevos sistemas de dominación; en el lado capitalista-liberal, configura la fisonomía de los EEUU, condicionada por una técnica fascinante. Ha sido éste impulso el que ha convertido a Rusia y a los EEUU en las primeras potencias mundiales. Y, como bien se sabe, hay una guerra fría entre estas dos grandes potencias.
Lo alarmante es que ambas resultan ser las “intocables”, son los cerebros maquiavélicos, son los planificadores intelectuales de las guerras que se desatan en otros países. Típico ejemplo de ello fue la lección de atención, de cuidado, que la URSS, ese país que desde hace mucho tiempo no come cuentos, le dió a EEUU con la destrucción del avión de pasajeros de Korea del Sur: ¿Paranoia soviética?, ¿falla en los controles?, ¿“hacerse la vista gorda” de los EEUU? ¿Cuál fue la verdadera intención de los norteamericanos?
El mundo no vive en paz: vive en una situación de constante víspera de guerra. Las guerras de hoy son interminables. Y usar plural es inmiscuir los participantes secundarios y no, directamente, los principales. Estas interminables guerras no son sino las cambiantes fases de una sola guerra, en los más diversos escenarios y con los más dispares pretextos aparentes.
La especie humana ha dejado de existir como tal. La comunidad que se ha instituido en guardián de la bomba atómica se encuentra por encima del reino de la Naturaleza, pues es ella la que tiene la responsabilidad de su propia vida y de su propia muerte.
Antes no existía la posibilidad de destruir la especie humana. Hoy, sin embargo, la URSS y los EEUU están en la capacidad de destruir no solamente toda forma de vida en el planeta, sino en veinte o treinta planetas semejantes. Tienen en sus manos armas de todo tipo: nucleares, químicas y biológicas. Además, pueden desatar pestes, paralizar el sistema nervioso de poblaciones enteras, y enloquecer e idiotizar instantáneamente millones de seres.
Este es el espeluznante fin de los excesos a los que conduce el poder: la sin razón.
Nunca antes, el ser humano, aún en sus más desnaturalizados delirios de destrucción, llegó a concebir la posibilidad de la que hoy es víctima.
¿La solución? Para lograr la conservación de la especie, la Humanidad se verá forzada a transformar toda la Tierra en una segunda Naturaleza, en una Naturaleza de carácter artificial regida por la sana razón humana. Esto sólo se puede lograr si se crea un marco político cuya estructura se diferencie radicalmente de la de todos los sistemas políticos conocidos hasta el presente.
Por primera vez en su Historia, la Humanidad se ve colocada frente a la dura alternativa de obedecer el mandamiento de la necesidad y saltar por encima de sus tradiciones históricas, o ser la causa de un encadenamiento de catástrofes que costaran la vida a cientos de millones de seres humanos y no transformarán sino que destruirán, todas las tradiciones válidas hasta el presente.
¡No existe una tercera posibilidad!