LA EUTANASIA, EL DERECHO A MORIR CON DIGNIDAD (III)

Por Lida Prypchan

“Nunca había estado el hombre tan solo como hoy durante sus últimas horas,
recluido en cualquier habitación, abandonado a sus dolores,
a su miedo a la muerte, a su necesidad de calor humano”
Kschocke

La legalización de la Eutanasia es un hecho que por el momento, es improbable y hasta imposible, ya que por cada opinión favorable existen catorce en contra.

¡Pobre del pobre! Los que se oponen a esta Legalización alzan la voz diciendo: legalizar la Eutanasia no es necesario, ya que con la producción de sedantes, analgésicos, hipnóticos y anestésicos, el dolor y otras molestias pueden mantenerse dentro del límite de lo tolerable. Ningún médico capacitado deja a sus pacientes morir presa de dolor

Sus defensores alegan: se olvidan, sin embargo, de un factor muy importante a considerar, la pobreza. ¿Es falso, acaso, que son muy pocos los que pueden darse el lujo de aplacar su dolor con todos los nuevos medicamentos? ¿Es falso, acaso, que son muy pocos los que tienen la fortuna de ser atendidos en hospitales organizados y dedicados a lograr que los enfermos incurables pasen confortablemente sus últimos días?  ¿Son estos hospitales, asequibles a la población en general?

¡Y en cuanto al dolor, quisiéramos decirles que se han logrado progresos en la “conquista del dolor”, pero esta “conquista” no ha sido completa!

¡Pobre del pobre! No, no se trata de un bolero de Felipe Pirela. Es en cambio una expresión que encierra una tragedia social. En nuestros hospitales públicos no hay cabida para la gran demanda que existe en materia de Salud Pública. La principal consecuencia es la imposibilidad de dar atención médica a todos. Y es muy triste observar, cómo cuando llegan dos pacientes graves, se elige sólo a uno de ellos para ser ingresado, quizás al más joven, o quizás al que tiene más posibilidades de salvarse. A esto lo llamaba el Dr. Efraín Zukerman: Eutanasia social. El Padre Rivolta, un hombre igualmente estudioso y capaz, lo denominaba: Crimen social o Guerra declarada a los pobres.

La duración de la vida y Dios

Algunos han expresado su oposición a la Eutanasia, debido a que la duración de la vida se encuentra predeterminada por Dios y, que no podemos interferir en su decisión. Soy partidaria de que toda opinión merece respeto, sea cual sea. Tomando esto como punto de partida, e incluso aceptando el criterio de la predeterminación de nuestras vidas por Dios, debemos pensar que, también sería una interferencia con los planes de Dios, el posponer la muerte por procedimientos médicos o quirúrgicos. ¡Dios le dio al hombre libre albedrio!

El final de todo lo expuesto en relación a la Eutanasia podemos citar tres conclusiones:

  1. El progreso médico ha tornado el acto de morir en una situación más traumatizante aún para el paciente, para sus familiares y para la sociedad.
  2. No ha habido sincronización entre el progreso de la tecnología y el avance en el proceso de la maduración ética.
  3. La Eutanasia debería ser, para todos nosotros, motivo de una profunda reflexión ya que es un dilema ético, que en algún momento de nuestras vidas, podríamos necesitar discernir. Y quizás en una situación así diríamos en tono irónico: ¡Ay, qué difícil es morir con dignidad!