Por Lida Prypchan
Un enfoque de la sexualidad femenina no puede realizarse a través de la observación anatómica de la mujer, debe abordarse por medio de los hechos sociales.
Entre esos hechos sociales, el trabajo productivo es la forma más real y concreta de participación del ser humano en la sociedad. Si se examinan los niveles de participación de la mujer en el trabajo productivo podemos analizar y describir los niveles de restricción.
Esta situación se explica, entre otras varias razones, en los siguientes argumentos:
- Son principalmente los hombres quienes han escrito la historia y en consecuencia ellos determinan el modo de participación de la mujer en la sociedad;
- Este modo de participación de la mujer lo han determinado los sectores de la sociedad que son dueños de los medios de producción, los que a su vez crean ciertos valores propios de una ideología de dominación que propicia la conformación de toda una estructura mental que impide tanto a hombres como a mujeres tomar conciencia de la situación crítica que reviste el problema de la mujer;
- Esa ideología de dominación concibe a la mujer como suave, débil, pasiva, sin capacidad de reflexión, conformista, superficial, dada al placer y frívola.
Se ha creado así la llamada “personalidad femenina” y son los medios de comunicación social quienes la imponen en la mente de mujeres y hombres. La ideología de dominación descrita se sirve de todos sus recursos para reproducir este modelo de manera de perpetuar en el sector masculino su rol dominante.
Por otra parte, ha quedado establecido que las diferencias biológicas entre hombre y mujer no implican una condición de desigualdad de parte de la mujer.
Anger Egg lo expresa cuando afirma: “Hoy no se puede admitir ninguna razón biológica o psicológica que justifique la dependencia de la mujer en relación al hombre, su situación de desventaja e inferioridad”. Lo que ocurre es que en nuestras sociedades se propone un modelo de mujer que es internalizado tanto por las mujeres como por los hombres.
Situación que genera un conjunto de expectativas por parte de la mujer, que debe comportarse según las exigencias que ella supone que el hombre espera de ella, y el hombre en consecuencia, se comporta asumiendo plenamente el rol que la sociedad le ha adjudicado. Es preciso aceptar el reto de crear modelos alternativos a los existentes, inventar formas nuevas de participación ciudadana.
En resumen, salir de la alineación y de la cosificación – mujer objeto – a que se ha llegado como consecuencia de los condicionamientos culturales, políticos e ideológicos, no es una tarea individual sino colectiva. Sería necesario un cambio social que permita la participación por igual de la mujer y del hombre.
Liberación femenina no significa imitar a los hombres ni caer en sus mismas fallas. Quien así lo entienda está equivocado. Liberación femenina significa un cambio social que no excluya a la mujer de un justo sueldo, de la aplicación de los marcos legales que en muchos casos protege y defiende al hombre y de unas normas y costumbres familiares y sociales que intentan mantener prejuicios sexuales en las mujeres.